El Magazín Cultural

Osadías

Para aquellos que acordaron estar en sincronía con el tiempo y para los que el viento, a veces tan manso y en ocasiones tan turbulento, es el que regula la levedad y el paso de los días. Para esos que creyeron en sus inventos y han salido victoriosos de la batalla campal que supone mentirse a sí mismo. Para los otros, que siguen en pie, con la frente marchita, esperando que los instintos les corten la piel.

Juliana Londoño
14 de marzo de 2018 - 02:00 a. m.
Archivo El Espectador
Archivo El Espectador

Para todos los que fueron cobardes y no se arrepienten de ello, porque la cobardía les supo más verdadera, en todo caso, que el mismo brebaje que el coraje requería. Para el que, en su única especie, casi en vía de extinción, izó la bandera de eso que llaman valentía y alcanzó a ver —con juicio justo— cómo los demás se envolvieron en lodo y pantano.

Para ellos, los culpables de avisarnos que la tristeza había llegado. Para aquellos, —algunas veces menos importante que los anteriores, quién sabe por qué carajos— que nos cruzaron la alegría tal y como un puente que sirve entre el abismo y el llano.

Para los que se agotaron después de muchos intentos y se retiraron dando varios pasos atrás, o los contrarios a estos, que idolatraron al verbo insistir y no nacieron para algo distinto que arriesgarlo todo y al final estar condenados a su propia creación.

Para los que esperaron en silencio a que el río volviera a su cauce y el mar a su faro.

Y continuaron esperando en silencio, porque el silencio era su lenguaje; que no es ausencia de lo insulso sino presencia de algo más profundo. Para los que su virtud fue la impaciencia, oportuna en ciertos casos, y nunca aprendieron a esperar, ni siquiera el cuándo de las palabras. Vomitaron todo lo que pensaron, no fueron cazadores de emociones.

Para los solitarios, bellos y osados solitarios, que entendieron tanto del valor de la presencia —y la ausencia—, que conocieron la sabiduría en el sosiego, la reserva, el reposo del ruido. Para ellos, los apegados, que encontraron la dicha en otros, sin temor a aceptarlo o a ser descubiertos.

Para los que avanzaron como un barco a la deriva o, en cambio, los que adelantaron la corriente tal y como un capitán de navío, con tácticas y estrategias, sin desvíos ni atajos. Para aquellos que se estancaron, que se advirtieron prisioneros temiendo estar así por más noches, temiendo aún más tocar la libertad.

Para ellos y aquellos, tan dueños de sus verdades como esos y los otros.

Por Juliana Londoño

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