Pablo Montoya: “Es urgente que Colombia exhume a sus desaparecidos”
Desde el relato ficcional de La sombra de Orión, el autor antioqueño plantea la idea del mal y el concepto de violencia en el país, a su vez que evoca el drama de las desapariciones y de todos los misterios alrededor de La Escombrera.
Andrés Osorio Guillott
Podríamos pensar que el origen del mundo, que incluso los orígenes de nuevos mundos, de los mitos que fundamentan el sentido del ser humano empezaron por preguntas, por cuestionamientos sobre las necesidades profundas de nuestra condición. Pablo Montoya no funda un mito con La sombra de Orión, pero sí invita a pensar en un nuevo tiempo, en un espacio donde las raíces de la tierra solo lleven en sí mismas las propiedades del suelo y no también los restos de quienes murieron en una guerra perpetua. ¿Quién sale ileso de la violencia? ¿Qué hacer con la muerte? ¿Qué significa ser bueno en regiones roídas por el mal? Estas preguntas se hace Pedro Cadavid, personaje central del libro, pero también se las hace el autor, quien piensa que este país necesita una catarsis como la que él pudo hacer escribiendo este libro y evocando las memorias perdidas y los anhelos nostálgicos e impotentes de las víctimas de los desaparecidos que yacerán por siempre en La Escombrera.
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Podríamos pensar que el origen del mundo, que incluso los orígenes de nuevos mundos, de los mitos que fundamentan el sentido del ser humano empezaron por preguntas, por cuestionamientos sobre las necesidades profundas de nuestra condición. Pablo Montoya no funda un mito con La sombra de Orión, pero sí invita a pensar en un nuevo tiempo, en un espacio donde las raíces de la tierra solo lleven en sí mismas las propiedades del suelo y no también los restos de quienes murieron en una guerra perpetua. ¿Quién sale ileso de la violencia? ¿Qué hacer con la muerte? ¿Qué significa ser bueno en regiones roídas por el mal? Estas preguntas se hace Pedro Cadavid, personaje central del libro, pero también se las hace el autor, quien piensa que este país necesita una catarsis como la que él pudo hacer escribiendo este libro y evocando las memorias perdidas y los anhelos nostálgicos e impotentes de las víctimas de los desaparecidos que yacerán por siempre en La Escombrera.
“El gran problema de Colombia es la tierra, y eso pasa desde la conquista. La exclusión, la apropiación, la imposibilidad de una reforma agraria. Y sí, ha habido, pero la primera la hicieron los conquistadores, toda la tierra para nosotros; la segunda la hicieron los criollos: toda la tierra para nosotros; la tercera la hicieron los paramilitares, y ellos expropiaron a medio mundo. Los problemas de las comunas tenían que ver con la tierra también. Muchos crearon barrios de invasión porque han sido expulsados de la tierra. Me parecía pertinente incluir las medicinas ancestrales son curaciones a través de la tierra. La forma en que ellas curan están relacionadas con la tierra. Uno se cura por medio de ella. Me pareció apropiado que Pedro, que está enfermo por la violencia, sea curado por esas medicinas. Lo que necesita él es un gran purgante. Y yo creo que Colombia necesita unas inmensas dosis de yagé. Colombia necesita una catarsis. En algún momento Pedro se siente como en una cloaca, y él se da cuenta cuando hace la ingesta del yagé que no lo es, que él es el lugar donde ocurren todas las exhumaciones. De lo que se trata es de exhumar esos muertos. Ya los matamos, ya los desaparecimos. Es un problema ético, de moral. Toda esta figura es una conclusión muy similar a la que hacen la Comisión de la Verdad, la JEP, las ONG, una buena parte de esos estatutos, y es que es urgente para que el país se salve y la colectividad se alivie exhumar a esos desaparecidos”, cuenta Pablo Montoya.
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Acudir a los lugares donde todo sucedió. Ver en la realidad de las calles la zozobra de muchas familias que aseguran que sus seres queridos quedaron sepultados en la basura de La Escombrera. Escuchar en las calles los ecos de los disparos de las bandas criminales que construían fronteras invisibles y se autoproclamaban dueñas de la verdad, del bien y del mal. Volver a la literatura urbana de Fernando Vallejo o Jorge Franco, que desde hace años nos dejaron un retrato en La virgen de los sicarios o en Rosario Tijeras de los adolescentes que fueron carne de cañón, y que en su afán por sentirse vivos y fuertes se vendieron a los capos, a los guerrilleros o paramilitares que vieron en ellos señuelos para sus intenciones, que los vieron como simples piezas que podrían ser intercambiadas se fallaban en su intento por asesinar a otros por ajustes de cuentas.
“Yo me preguntaba mucho por la normalización de la violencia cuando escribí la novela. La única manera que se me ocurrió de sacudir al lector fue a través de la enfermedad de Pedro. Él se enferma por la inclemencia de la sociedad. No solamente porque entra en los círculos del horror, sino también porque la indiferencia lo enferma. Y ahí es cuando desciende a los infiernos. Todo termina cuando él vomita a Medellín. Él vomita toda la ciudad, todos los muertos, cuando él se vomita a sí mismo. ¿No es muy fuerte?, me preguntaba, pero creo que era una manera de confrontar esa insensibilidad que hay. Es una normalización del horror, vivimos con él. Masacre tras masacre. Vemos eso como una simple noticia. Y tenemos que protegernos frente a ellas porque si no nos enloquecemos, pero entonces cuando uno no se protege y se insensibiliza pues pasa lo que le pasa a Pedro”.
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A Montoya, que ha dedicado una buena parte de su obra literaria a entender el fenómeno de la violencia, le pregunté también por ese concepto de una sociedad necrófila, por el problema estructural de la guerra en Colombia, y él que cree que incluso desde Sófocles, a quien lee desde sus nueve años y ve como uno de los autores más vigentes para entender nuestra realidad, piensa que: Uno de los pilares fundamentales de la violencia es la nación, la construcción nacional, la estructura. Eso no es solamente un asunto que le corresponde a Colombia sino a todas las estructuras. Las naciones vienen de los reinos, de las monarquías, y ellas vienen del imperio. Si usted mira cómo están estructurados todos estos modelos se dará cuenta que están montados sobre pilares de violencia. El ejército, las armas, son un mecanismo de conquista, de prosperidad económica. Las sociedades inventaron esto hace muchos siglos y seguimos en ese plan. Yo creo en eso y que en los tiempos modernos, sobre todo en el siglo XIX, la sociedad civil ha reaccionado frente a este tema de una manera muy crítica. Ha habido grandes pacifistas. Yo me siento un discípulo de esto. Tolstoi es uno de ellos. Él decía que había que desbaratar la guerra, pero hay que desbaratar los cimientos de la guerra. Y él los mencionaba: el ejército hay que eliminarlo. A él no se lo comieron vivo porque era un conde. Pero sus ideas eran interesantes. El otro es Thoreau, el de La desobediencia civil. Él se niega a pagar impuestos de guerra y lo meten a la cárcel. Paulatinamente, hablando del siglo XX, pese a sus guerras, la sociedad poco a poco ha logrado entender que hay un problema, que tenemos que inventarnos otro árbitro que no sea la guerra. En el caso de Colombia pienso que tenemos que superar esa estructura nacional que genera violencia por todo lado. Las élites que han construido esto ayudadas por la iglesia, por los medios, ha sido incapaz de conducir al país a la paz. De manera que es un problema estructural desde nuestra fundación. La colonia viene de una gran violencia, pero después de la independencia la violencia no ha parado. Colombia no es una gran nación. Grandes las montañas, los ríos, la naturaleza, cierta resistencia o resiliencia civil”.