La novela Transterrados, de Consuelo Triviño Anzola, gira en torno a la pérdida de las raíces vitales y culturales de quienes se ven obligados a abandonar su tierra. Fruto de esa experiencia, que también vivió al trasladarse a Madrid, fue su primera novela, Prohibido salir a la calle (que acaba de reeditarse en el sello Seix Barral) donde la novelista acude a la memoria como único lenitivo para paliar la melancolía. Resulta indudable el tono autoficcional y la crítica, claro está, la ha abordado desde el punto de vista del relato autobiográfico, del relato de formación e incluso, desde la perspectiva del análisis de género. La novela permite todas esas aproximaciones, pero más que eso, es un relato sobre la palabra y la escritura, sobre cómo la voz nos define en el mundo y en nuestro interior. La experiencia personal trasciende los límites de lo individual y adquiere carácter universal en cuanto a la experiencia humana.
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La peripecia de la pequeña protagonista Clara no hace sino desvelar la pérdida del paraíso de la infancia como trasunto de la frustración de una sociedad. Por ello, Prohibido salir a la calle es considerada, justamente, como una de las grandes obras de la narrativa colombiana contemporánea. Su aparente sencillez como libro de memorias infantiles, de tono autobiográfico, desvela ante el lector un complejísimo mundo en el que se cruzan y enlazan con singular coherencia diversos ejes temáticos.
Las palabras crean el espacio de la mirada íntima, en ocasiones asombrada y en otras, contestataria, de una niña rebelde que transgrede incluso el propio título de la novela. Pero también rechaza la imagen del padre que la madre transmite, no entiende la sumisión ante la violencia masculina, se resiste a aceptar las pequeñas injusticias que la madre comete, o la diferente consideración familiar otorgada a varones y hembras.
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Hay en la novela una doble evocación: la de la niña, que rememora en su cuaderno, desde 1968 y con once años, los tiempos anteriores, y la de la voz narradora adulta, desde el presente. Se crea, así, una doble estructura temporal que ofrece dos perspectivas distintas del mismo personaje y una diferente vivencia del tiempo. Así, Clara va trazando su propia transformación física y espiritual, pero también un panorama de la vida en Bogotá, pinceladas de la vida en el campo y de la emigración a la ciudad. De hecho, el relato concluye cuando la infancia termina y da paso a la adolescencia.
Además, su familia no responde al modelo tradicional. El padre está ausente, la madre desempeña las funciones del cabeza de familia y la abuela las de la madre. Pero el padre, cuando aparece, encandila con sus palabras, tiene imaginación, cuenta historias, es divertido, y ofrece una manera muy poco convencional de entender el mundo. La fascinación que siente la niña atraviesa la novela y llega hasta el final en el que, en medio de su desolación, su único pensamiento es “escribir muchas cartas a papá”. Ha perdido todo posible asidero para el salto en el vacío que le espera, y por eso solo se le ocurre escribir al padre, aun ausente y ocioso, como un grito de socorro dirigido a alguien tan rebelde como ella, aunque ignore su paradero. Niña, familia, ciudad, incongruencia social, todo se mezcla y corresponde en esta novela de Consuelo Triviño Anzola.
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