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Papillon o la libación hacia la libertad

Henri Charriére, mejor conocido como Papillon, es el autor de su propia autobiografía, en la que denuncia las crueldades y torturas del sistema penitenciario colonial francés en la década de los treinta, la cual fue considerada que faltaba a la verdad. Sin embargo, este señalamiento no ha desvirtuado hasta ahora ni su denuncia ni su narrativa. Novela o historia, se convirtió en un best-seller que ha sido llevado al cine con gran éxito.

Guillermo López Acevedo
26 de marzo de 2020 - 12:30 p. m.
Papillon, o el paradigma de la lucha tenaz de un espíritu por recuperar su libertad por un crimen que no cometió, es también la historia paralela de una denuncia contra las injusticias y crueldades que se cometieron en el sistema penitenciario colonial francés, en la década de los treinta del siglo pasado. / EFE
Papillon, o el paradigma de la lucha tenaz de un espíritu por recuperar su libertad por un crimen que no cometió, es también la historia paralela de una denuncia contra las injusticias y crueldades que se cometieron en el sistema penitenciario colonial francés, en la década de los treinta del siglo pasado. / EFE

A diferencia de nuestro “encierro” actual, en París y en el año 1931, Henri Charriére conocido como Papillon, que en francés significa mariposa -debido a su tatuaje en el pecho-, perdió su libertad por un crimen que no había cometido, siendo condenado a cadena perpetua y destinado a una colonia penal de la Guyana, donde eran llevados aquellos reos considerados el lumpen más peligroso e incorregible de la sociedad francesa.

Destinado a trabajos forzados, asediado por carceleros y matones, así como por un clima mal sano y un director de prisión obstinado en “quebrarlo” anímicamente, tras su primer intento de fuga, momento en el que fue traicionado por sus cómplices extramuros, que al final se quedaron con el pago y la barca que lo llevaría a territorio desconocido por vía marítima; fue recluido durante dos años en la fosa de castigo, donde sobrevivió en principio, gracias a los favores de su único amigo a quien había conocido en la travesía hasta allí, personaje bastante singular quien falsificaba dinero, y había logrado sobornar al carcelero con billetes que ocultaba en un tubo en su ano –único espacio seguro en aquél lugar-, para que en el cubo donde evacuaban las heces, siempre le llegara medio coco. Trama que al cabo de poco tiempo fue descubierta por un guardia y puesta en conocimiento del director del penal, quien no dudó en castigarlo con media ración de comida y a oscuras por el resto de su encierro.

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A partir de este momento, se inició su verdadero calvario que tras unos diez años de sufrimiento, tuvo su primera recompensa, cuando en 1941 logró escaparse y vivir una tregua de libertad, antes de ser de nuevo apresado y conducido a la temida Isla del Diablo, de la que nadie hasta su arribo había podido volarse. Luego de vivir lo propio en aquélla prisión y adaptarse con dificultad a las condiciones de su nuevo encierro y maltratos, su inteligencia para ganarse los favores de algunos, como su denodado ingenio, pero más aún su tesón y persistencia, lograron llevarlo de nuevo libre por el ancho mar en condiciones de alto riesgo para su vida, lo que parecía presagiar su libertad definitiva, pero que se vería truncada un par de veces más en otros puertos, donde su cuerpo maltrecho terminó de nuevo encarcelado, bajo la sombra aciaga del destino, que parecía una y otra vez burlarse y ensañarse cínicamente sobre su miserable condición humana, en la que aleteaba moribunda un halo de esperanza, asido apenas de las febriles quimeras de su inocencia.

Parece que su último escape, producto de la buena suerte y de las condiciones precarias del lugar, se dio en la alta Guajira (Colombia), donde casi moribundo fue rescatado por un grupo de indígenas de la etnia ancestral wayuu, donde finalmente encontró solaz y una felicidad temporal nunca imaginada en compañía de una joven nativa, con quien engendró uno o dos hijos -tema este de la llegada, estadía y matrimonio-, que aún persiste en la leyenda, sin embargo no para la oralidad de ciertas comunidades, y algunos ojos verdes que aún deambulan caminantes por aquellas tierras desérticas, acosadas como en Macondo, por el virus de la desidia y el olvido.

Henri Charriére, volvió a su natal Francia y se dedicó a escribir el libro autobiográfico que a la postre llevaría su apodo, el cual se convertiría en un best-seller y en la perfecta alegoría de su destino, donde denunciaría las paradojas de la justicia, toda vez que más allá de pasar por varias “correccionales”, en un efecto de cascada, quienes deben impartirla, se comportan peor que los mismos incriminados, desde el juez comprado que emitió su condena, hasta el director penitenciario y sus secuaces carceleros, quienes a instancias de sus micro-poderes, tiranizan a aquellos que consideran apenas merecedores de humanidad, pero que sobremanera están en inferioridad de condiciones, por lo que son objeto de todo tipo de vejaciones, por vía de las cuales descargan todas sus frustraciones y miserias que no han podido superar de sus propias vidas, y que no son capaces de descargar en sus superiores.

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A pesar de ser considerada una las grandes odiseas modernas, como de exaltar una hazaña única e increíble en pos de la libertad y la justicia, esta autobiografía fue señalada como un engaño, lo cual no desvirtúa ni su narrativa ni la denuncia, para mostrar las condiciones inhumanas que padecen los reclusos. Tal fue su acogida a nivel mundial, que además de convertirse en un best-seller, se realizó una segunda parte llamada Banco, donde se relata su liberación en América hasta el éxito literario. Eco de este logro, la historia o novela, fue llevada al cine con la misma intención de develar las entrañas del sistema penitenciario de las colonias francesas, sobre los tortuosos tratos a los prisioneros, aspecto que evidencia un juego de sombras y luces, frente al papel de su autor, en el esfuerzo de increíble adaptación a un medio altamente hostil con escazas posibilidades de sobrevivencia, aislados del resto del mundo.

Papillon, mariposa cuyo dibujo se había tatuado en su pecho y fuese causa de su apodo, resultó ser la cruel metáfora de quien por azar del destino, sufrió como la oruga atrapada en su celda de seda, la transformación obligada y necesaria para fortalecer un espíritu inigualable de lucha y tenacidad, por el cual pudo extender sus alas para volar de flor en flor, como lo fue para él cada encierro, y poder libar el néctar que le daría el tono a su voz, para gritar al viento por la justicia y la Libertad.

Por Guillermo López Acevedo

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