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Su Santidad Francisco se despidió de su casa común, después de haber dado al mundo entero su bendición final Urbi et Orbi, en su último Domingo de Pascua. Se fue con la certeza de que Cristo sigue vivo entre nosotros.
Su partida nos invita a reflexionar sobre el valor y el significado de la Semana Santa. Los cristianos cargamos la cruz de nuestras propias miserias y es precisamente en el Domingo de Resurrección que, año tras año, se nos invita a soltarlas para que seamos libres de nuevo, como gracia a nuestra fe en Dios, en nuestro padre celestial. Así podríamos dejar a un lado los miedos que nos conducen al prejuicio, a la falta de comprensión y a la carencia de amor.
Vivir en la palabra, en la verdad y en la paz era uno de los deseos más preciados del Papa Francisco para todos los que habitamos el mundo. Ahora cito a Dostoyevski en su última novela Los hermanos Karamazov: “Todo pasa, solo la verdad permanece”. Conmovedor y bello pensamiento, tan cierto. Me hace pensar en los sentimientos sublimes y bellos que elevan el espíritu y el sentimiento.
En su libro Observaciones sobre lo bello y lo sublime, Kant escribió: “la vista de una montaña cuyas cimas nevadas se alzan sobre las nubes, la descripción de una furiosa tempestad o la pintura de los infiernos de Milton producen agrado, pero unido a terror; en cambio, la contemplación de prados floridos, valles con arroyos ondulantes, cubiertos de rebaños pastando; la descripción de Elíseo o la pintura que hace Homero del cinturón de Venus provocan igualmente una sensación agradable, pero alegre y sonriente”.
En aquella primera impresión de esas imágenes que relata Kant hace referencia al sentimiento sublime. Pero, ese sentimiento sublime es desproporcional y advierte peligro. Sin embargo, lo sublime representa para la naturaleza sensible el no ser esclavos de la belleza, sino libres frente a ella; para la segunda impresión se puede decir que es preciso el sentimiento sobre lo bello y hace referencia al regocijo y al esplendor del alma, en virtud de la contemplación que expresa placer y gozo.
Los abismos hacen parte de la existencia humana, por eso, en la mística católica, quien sostiene a la humanidad es Dios; Dios padre, Dios hijo y Dios Espíritu Santo, es decir, la Santísima Trinidad. En el destino providencial de la humanidad, tuvimos a su santidad el Papa Francisco, enviado y elegido con la intención de ser mensajero de esperanza para todas las naciones. Su legado y su mirada fraterna dirigida a las periferias humanas, sus formas de enseñanzas para promover e invitar al encuentro, permanecerá en las actuales y venideras generaciones, haciéndonos partícipes por sus actos de su gloria.
El amor real hace trascender toda realidad. En su última encíclica, publicada el 24 de oct. 2024, Dilexit nos, el Papa Francisco ahonda en el amor humano y el divino corazón de Jesucristo: “En el tiempo de la inteligencia artificial no podemos olvidar que para salvar lo humano hacen falta la poesía y el amor” (20). Este pensamiento idealista de nuestro papa latinoamericano permite concebir a la poesía como causa que emerge de la percepción humana y no se disuelve en sí misma, se hace evidente; así mismo, el amor es la causa que sostiene la constitución de la realidad existencial de toda persona humana. Por esta razón, la poesía y el amor son dos líneas sustanciales para asumir los retos de la vida actual.
Más adelante expresa en la misma encíclica: “Allí donde el filósofo detiene su pensamiento, el corazón creyente ama, adora, pide perdón y se ofrece para servir en el lugar que el Señor le da a elegir para que lo siga” (25).
La conciencia y la objetividad toman protagonismo en el amor de Dios, por Dios y para Dios, es decir, la persona que se cultiva en el conocimiento se reconoce como instrumento y decide formar parte de la creación porque su intención final es servir con bondad, aceptándose mortal en el incesante devenir de la vida.
El amor reconoce,
el amor construye,
el amor comprende.
El amor compone la expresión de lo vivido e integra la diferencia por medio del diálogo, al revelar el lenguaje que determina los intervalos de cada tiempo, individuo y del mundo, además de cada persona y de Dios. El amor despliega los fundamentos conscientes que construyen el proceso vital que comenzó con una intuición y continúa habitando entre nosotros como el ocaso que está en espera de cada noche por la aurora.
La memoria es el antídoto inexorable del tiempo y el mundo que experimentamos es una recreación perpetua. Somos partícipes de la misma creación, consecuencia natural del presente vivo y el pasado muerto que mira hacia el futuro incierto.
En un día para no olvidar al Papa Francisco, quiero recordar a Jorge Luis Borges, con El Aleph, publicado por la editorial Losada de Buenos Aires en 1949, cito el final del primer capítulo, El Inmortal: “No es extraño que el tiempo haya confundido las que alguna vez me representaron con las que fueron símbolos de la suerte de quien me acompañó tantos siglos. Yo he sido Homero; en breve, seré Nadie, como Ulises; en breve seré todos: estaré muerto”.