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Para que no gane el vértigo: “La resistencia”, de Sabato (Relatos y reflexiones)

En "La resistencia" se reflexiona sobre el individualismo, las consecuencias de la globalización y la inercia con la que los humanos asumimos nuestra existencia. Este libro, publicado hace veinte años, también rescata el valor de la esperanza, la lucha por la vida y la convicción de que la humanidad será capaz de modificar los hábitos que amenazan con el colapso del planeta.

Laura Camila Arévalo Domínguez - Twitter: @lauracamilaad

17 de abril de 2020 - 05:22 p. m.
Ernesto Sabato publicó "La resistencia" en el año 2000. / Cortesía
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Quisiera que mi prima Hortensía leyera el comienzo de la quinta carta de “La resistencia”, de Ernesto Sabato.

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“Lo peor es el vértigo.

En el vértigo no se dan frutos ni se florece. Lo propio del vértigo es el miedo, el hombre adquiere un comportamiento de autómata, ya no es responsable, ya no es libre, ni reconoce a los demás”.

Quisiera que, además de leerla, se detuviera a pensar en ella. Que la tratara de memorizar. Que la leyera una vez más. Que pronunciara con lentitud cada palabra. Que se preguntara si lo que ella entiende por vértigo se describe igual en esa frase. Que recordara cuándo ha sentido vértigo y guardara esa sensación para volver a leer. Quisiera que cuestionara la frase, que la desentrañara y luego la juntara de nuevo. Quisiera que después de leerla me respondiera si su disciplina para atravesar los días de cuarentena se debe a un despertar de conciencia, o al miedo que también la empuja a asustar a los demás. Quisiera que se desnudara. Le preguntaría: ¿Te preocupa que los reclusos se contagien o que su desesperación los lleve a salir de las cárceles? ¿Te preocupa su vida o que su libertad te ponga en peligro a ti? En serio, prima, ¿qué es lo que te aterra", le preguntaría. Quisiera tener el coraje de cuestionarla sin arandelas,  y esperaría sus respuestas más honestas, las más duras, pero las únicas ciertas.

Ella, que tiene miedo igual que yo, igual que el resto, sería el blanco de mis preguntas porque es a quien tengo más cerca. Ella, que atraviesa la crisis lo mejor que puede, se entristece y se enfurece. Su ánimo depende del canto de unos pájaros que duran días y días en un mutismo que la desespera. Ella, que se espanta con la idea de la muerte, es presa fácil del vértigo que menciona Sabato. Ella y las personas que la llaman, que le envían mensajes, que intentan ayudarla diciéndole que lo mejor es que saque toda la plata de los bancos, que aprenda a comer dos veces al día y que se prepare, un día de estos, para correr. A pesar de eso y de que todos los días decide creer en una teoría distinta, la esperanza sobre un horizonte que desconoce pero que anhela y siente posible, la trae de vuelta.  Es ahí cuando saca la cabeza por la ventana, se deja tocar por la brisa y agradece por el sol.

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Hortensia le teme a la libertad, y entonces decide mejor obedecer, decide que mejor hará lo que le han dicho. En otras ocasiones, en medio de sus momentos más auténticos, se hace responsable de lo que la mueve, de lo que ella cree que la salva y salva los demás, y entonces prioriza la vida, antepone su parte más humana y relega las cadenas. Las suyas y las de los otros.

Hortensia, que es una contradicción constante, se convirtió en el modelo que elegí para cavilar sobre unos cuantos apuntes de “La resistencia”, el libro por el que mediante cinco cartas y un epílogo, Sabato criticó el capitalismo, el individualismo, la globalización, la pérdida del contacto y la adicción a la pantalla del televisor. Hortensia, que ni siquiera se llama Hortensia, será la que me permitirá, por medio de sus hábitos, desarrollar ciertos puntos que Sabato apuntó en este libro que también habla sobre la esperanza, la resistencia, las capacidades humanas y la posibilidad de futuros más cercanos, más cálidos, más amables con la Tierra.

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Sigo con Hortensia: la televisión es lo que la abstrae de la realidad que cada día se pone más dura, más hostil. Esa televisión, que no siempre es mala y que a veces es más positiva que sus conversaciones por chat con cualquier familiar, no la mantiene ocupada solo ahora. Ella, que no es muy joven pero tampoco muy vieja, dice con orgullo: “Yo ya estaba preparada para la cuarentena hace rato”, y es cierto. Su contacto y su intolerancia para los rasgos ajenos, tan distintos  a los suyos, se han ido agudizando cada vez más. La ceguera blanca, ese exceso de luz del que hablaba Saramago en su libro “Ensayo sobre la ceguera”, se parece mucho al que describe Sabato: un exceso de luz que sale de la pantalla. Un estímulo que parece irresistible.  “La televisión nos tantaliza, quedamos como prendados en ella. Este efecto entre mágico y maléfico es obra, creo, del exceso de luz, una intensidad de la luz que nos toma”, dice, y describe casi que exactamente la incapacidad que tiene Hortensia de estar presente, de ver magia en lo cotidiano, de parar de buscar que alguien le prediga el futuro, porque lo que vive ahora no le gusta, no la llena, sus circunstancias son insuficientes.

Hortensia, que puede ser cualquiera, que soy yo, que también es mi madre, y que representa a la mayoría de las personas que conozco, está completamente anestesiada de comodidad. Por eso ahora tiene tanto miedo. Por eso ahora le es tan difícil lidiar con la incertidumbre, por eso dice: “Si me tengo que morir, pues me muero”, tratando de convencerse de que lo peor que podría pasarle si se contagia es morirse, y esa posibilidad a ella no la sorprendería. Eso me dice. Eso se dice.

Antes de que todo esto ocurriera, Hortensia decía que a veces se aburría en casa, pero cuando salía hacía gestos por el ruido, las historias, el polvo, los precios y hasta “la inutilidad de los meseros”. Hortensia siempre ha dicho que sola está mejor, pero se queja continuamente de que “no la tengan en cuenta”. Hortensia, repito, es una contradicción constante que se regodea en las tragedias de los demás, así sean las más obscenas y hasta fantasiosas, para consolarse. Dice que no le gustan los libros, que se aburre, que no los entiende, que prefiere las películas, pero que nada muy denso, que mejor algo lindo, algo que la reconforte o que la divierta, y Sabato escribe: “La desesperación por divertirse tiene sabor a decadencia”, y recuerda que la diversión está sobrevalorada, y que pensar no siempre es placentero.

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En “La resistencia” también se recuerda que Donne decía que nadie duerme en la carreta que lo conduce de la cárcel al patíbulo, y que, sin embargo, todos dormimos de la cuna a la sepultura; o no estamos enteramente despiertos. Hortensia, que ya no cree en las instituciones ni en los humanos ni en la grandeza, solo en Dios (de él a veces duda y acude a la astrología o a los extraterrestres), es generosa. Se sacrifica por los demás. Cede incondicionalmente por sus conocidos y por algunos desconocidos. A pesar de que no se siente muy responsable ni muy consciente de su capacidad para ser libre, se las ingenia para convertir ciertos eventos cotidianos en actos solemnes: su sesión de manicure dura horas, pinta mandalas en el escritorio donde también escribe demandas y se arrodilla ante velones para pedir por la vida y la salud de cuanto humano exista en el mundo. Hortensia, la contradicción constante, hace cosas tan espontáneas y bondadosas que las máscaras con las que buscar asustar o hacerse la fuerte quedan olvidadas. Hortensia demuestra que su capacidad para la pausa y la indiferencia, no es mayor a la de su solidaridad.

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Cada una de las cartas que componen “La resistencia” refleja la dificultad con la que estamos enfrentando este nuevo presente. La reflexión sobre los valores perdidos, nuestra ambivalencia: “anhelo del bien y una constante tentación hacia el mal”, la preocupación por el bienestar propio y los alcances para garantizarlo, la automatización, la tecnología, el consumo desmesurado, el sentido de la vida y la muerte, la libertad y la fe en la humanidad, son algunos de los puntos que Sabato desarrolló para concluir que la única opción posible es la de la resistencia. La de la convicción de que los seres humanos somos capaces de modificar nuestro entorno. De que aceptar no es resignarse y de que la resignación no es una alternativa para enfrentarse ante este presente tan traumático, tan crítico, tan abrumador.

“Hay momentos decisivos en la vida de los pueblos como en la de los hombres. Hoy estamos atravesando uno de ellos con todos los peligros que acarrean, pero toda desgracia tiene su fruto si el hombre es capaz de soportar el infortunio con grandeza, sin claudicar en sus valores”, casi que concluye Sabato, no sin antes anunciar que el objetivo de sus reflexiones se dirige, muy a pesar de sus críticas, hacia el entusiasmo y la “posibilidad de recomenzar otra manera de vivir”. Sabato, que no creía en nadie y luego escribió un libro sobre la fe y el poder de la vida para reponerse a la tragedia, escribió cinco cartas en las que, después de examinar y exponer sus preocupaciones, aclaró que “resignarse es una cobardía, es el sentimiento que justifica el abandono de aquello por lo que vale la pena luchar, es, de alguna manera, una indignidad”, y que Hortensia, así como el resto de mortales que ahora nos preguntamos por el sentido de existir, seremos capaces de salvarnos “por los afectos”.

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Por Laura Camila Arévalo Domínguez - Twitter: @lauracamilaad

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