Paul Cézanne no buscaba halagos, buscaba sabiduría

A propósito de la restauración de la finca Jas du Bouffan, la casa en la que se entrenó como pintor, y de la agenda de actividades que se abrirá en Aux-en-Provence en honor al padre del Impresionismo, un texto sobre Paul Cézanne, sus retratos, bodegones y paisajes. Un texto sobre un hombre que pintó la humanidad en su sentido más puro y real.

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28 de junio de 2025 - 09:11 p. m.
Paul Cézanne no buscaba halagos, buscaba sabiduría
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Marie Hortense Fiquet cuidó de Paul Cézanne durante muchos años. Se casaron en 1884 y tuvieron un hijo. Alguna vez le preguntaron si sentía celos de las modelos que posaban para los cuadros de su esposo y respondió: “Mi única rival es la pintura”. Algunos críticos, debido a uno de los tantos cuadros que su esposo pintó inspirado en ella, dijeron que era probable que se hubiesen despreciado, ya que los gestos de Fiquet se veían duros, sin alma y aburridos. Nunca fue cierto y la explicación se aclara preguntándose por el tiempo que los modelos debieron permanecer en una inmovilidad absoluta.

Para Cézanne no existía nada más importante que su obra y nunca entendió de mesura o consideraciones. Lo demostró despojándose de los lujos a los que pudo acceder desde que nació gracias a la holgada economía de su padre. Su rechazo a la vida social para concentrarse, su obstinación por continuar pintando a pesar de las bajas compras y del rechazo de la crítica, hablan de las convicciones de una mente dura y enfocada. Nació fuerte y murió como los árboles: de pie.

El pintor nació el 19 de enero de 1839 en Aix-en-Provence, una pequeña ciudad francesa alejada de la intelectualidad y las pretensiones parisienses. Allí se iniciaron las dudas que lo mantuvieron atento, angustiado, hastiado. El primer estudio que instaló Cézanne fue en la casa de su padre, un banquero que lo presionó para que estudiara derecho. Cuando el pintor se inscribió a la facultad de leyes escribió una carta en la que dijo que le esperaban “tres años de tormento”. A pesar de saber desde muy joven que su vida terminaría con un pincel en las manos, lo que encontró enfrentando lienzos no fue felicidad. De hecho, nunca le interesó. No se veía a sí mismo como alguien especial, siempre dudó de su capacidad, y, en ocasiones, la insatisfacción lo llevaba a romper los lienzos con la ira en los puños. Sabía que con la pintura se condenaría al dolor, el rechazo y la pobreza. Lo eligió.

Aunque actualmente es considerado como el padre de la pintura moderna y sus obras establecieron las bases del cubismo y la resignificación del impresionismo, vivió ignorado y trabajó en medio del aislamiento, que lo protegía de la indignación que le generaban los críticos a los que “mandaba a la mierda” cada vez que se atrevían a comentar sus cuadros.

Por medio de autorretratos, retratos, bodegones y paisajes, el pintor insistió en develar la esencia escondida en lo profundo. Con ese encanto se obsesionó y hasta el día de su muerte intentó “renovar su arte pese a las dudas”. Él, que fue investigado por Picasso, Modigliani, Derain y Braque, vivió en una casa en la que había cuadros, esculturas y libros. Lo que lo diferenció del resto del mundo fue su fuerza, la voluntad de hierro con la que se despojó de todo aquello que no lo representara. De las imposiciones y los absolutos. De los que pensaron que no se podía vivir con 125 francos mensuales, ni quitarse las armaduras que limitaban su imaginación.

Se apartó de las guías que le dieron en las escuelas de arte que frecuentó, en las que le dijeron que la representación solo podía hacerse de una forma y que las técnicas eran incuestionables. “Pintar al natural no supone pintar el objetivo, sino materializar las sensaciones propias”, dijo, cuando por fin entendió que lo que quería estaba lejos del dibujo y la perspectiva clásica. Despreciaba a todos los pintores, excepto a Renoir y a Monet, su mayor influencia, seguramente por las posibilidades que le abrió en su cabeza.

“Tengo que trabajar todo el tiempo, pero no para conseguir un resultado que coseche halagos de imbéciles. Tengo que hacerlo solo por la satisfacción de ser más sabio y auténtico”, dijo en una de sus cartas, intentando excusar las horas que pasaba a solas con las pinturas.

Cézanne fue terco. Aunque dudó mucho, sus decisiones fueron radicales y no retrocedió. Desechó lo que consideró superfluo y le dio prioridad al color, que, para él, daba la forma. Su éxito fue póstumo y se paseó de rechazo en rechazo hasta el día de su muerte. Soñó toda su vida con un estudio en un cuarto piso de París y las pocas amistades que tuvo las enlazó fuerte y las cuidó con esmero, como la que entabló con Zolá, un escritor que por mucho tiempo fungió como su mecenas, girándole mensualmente dinero para que pudiese pintar con tranquilidad. Fantaseaba con el Museo del Louvre y, dos años antes de morir, el primer Salón de Otoño le dedicó una sala en la que solo se exhibió su obra.

Aix-en-Provence se vuelca en la temporada Cézanne 2025

Aix-en-Provence contará este verano con una programación cultural especial que invita a visitar tanto Jas de Bouffan como el que fue su último taller en la colina de Lauves, las canteras de Bibemus desde donde concibió muchos de sus paisajes, o el Pabellón de Vendôme donde se celebró su primera gran retrospectiva en 1956.

Los trabajos de restauración de la finca familiar, que terminarán previsiblemente a finales de año, busca respetar la historia del edificio y, sobre todo, del Gran Salón que el artista decoró con nueve grandes murales divididos en 22 fragmentos.

En agosto de 2023, durante la restauración, uno de estos fragmentos hasta ahora desconocido se descubrió en el muro adyacente a la puerta de acceso del salón, y deja ver parte de lo que los restauradores creen que fue la representación de un puerto marítimo.

Además, para acercar la obra de Cézanne a los más pequeños, la galería de la Manufactura de Aix-en-Provence contará hasta el 21 de diciembre con una exposición interactiva y pedagógica diseñada para niños a partir de tres años.

Por Laura Camila Arévalo Domínguez

Periodista en el Magazín Cultural de El Espectador desde 2018 y editora de la sección desde 2023. Autora de "El refugio de los tocados", el pódcast de literatura de este periódico.@lauracamilaadlarevalo@elespectador.com

Por EFE

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