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Pensadores globales 2025: “El mundo es un espectáculo lamentable”: Enrique Krauze

Entrevista con el reconocido historiador, ensayista, editor y director de la revista cultural “Letras Libres”, quien habla de Baruch Spinoza, la elección en Estados Unidos y la democracia mexicana, entre otros temas. Sexta entrega.

P. S. QUARTERLY * / ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR

10 de enero de 2025 - 10:00 p. m.
Enrique Krauze es autor de 36 libros sobre historia política, democracia, cultura, literatura y filosofía, entre los que destacan “Spinoza en el Parque México” (2023, Tusquets), “México: biografía del poder” (2017, Tusquets) y “Redentores: ideas y poder en América Latina” (Penguin Random House, 2011).
Foto: EFE - J.J. Guillén
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Project Syndicate: En 2024 usted escribió que el filósofo del siglo XVII Baruch Spinoza demostró que con la razón “se puede contrarrestar la ‘barbarie suprema’ que acompaña a las pasiones humanas descontroladas”. Después de un resultado en la elección presidencial estadounidense que encarnó nuestra “era actual de fanatismos”, ¿qué tiene Spinoza para decir a los dirigentes y a la sociedad civil de Estados Unidos? ¿Qué medidas prácticas se pueden tomar para revitalizar los valores fundamentales que defendió Spinoza, como “la ciencia, la creencia en hechos objetivos, el civismo democrático y la tolerancia”? (Recomendamos: las lecciones de Daron Acemoglu sobre el fenómeno de la desigualdad social).

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Enrique Krauze: Estamos viviendo un nuevo capítulo de una historia eterna, en el que los odios teológicos y políticos que Baruch Spinoza (1632-1677)sufrió en su vida y confrontó en su obra experimentan un resurgimiento. Los detalles son diferentes: los temas que moldean nuestras vidas y discursos han cambiado, y donde antes eran clérigos y monarcas los que atizaban el odio, hoy lo hacen figuras políticas carismáticas como Donald Trump. Pero las pasiones son las mismas. Ahora, como entonces, la multitud se reúne en la plaza pública (que hoy son las redes sociales globales) para “linchar” a enemigos irreconciliables.

Este resurgimiento de la intolerancia trae a Spinoza de nuevo al primer plano. Sus tratados son una especie de biblia secular del civismo republicano. Pero Spinoza no se hacía ilusiones respecto de la influencia de sus ideas sobre las masas. Su enmienda intelectual, como él diría, estaba destinada a las minorías ilustradas de su tiempo y a las épocas futuras, como la nuestra. Spinoza veía con cierta resignación estoica el triste espectáculo que daban los odios cada vez más intensos de su tiempo. Pero en esa resignación no había tristeza, y mucho menos sumisión. Más bien, lo de Spinoza era una especie de aceptación productiva, que lo motivaba en dos direcciones.

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En primer lugar, lo impulsaba a investigar todas las cuestiones, terrenales y divinas, con espíritu científico. En un momento en que fenómenos novedosos (sociales, culturales y naturales) plantean un desafío urgente a nuestro conocimiento y comprensión, la curiosidad científica es esencial. Felizmente, no creo que se haya extinguido, aunque sin duda hay margen para alentarla y mejorarla. En segundo lugar, la vida y la obra de Spinoza muestran una combatividad extraordinaria, una disposición a luchar por algo mejor. En esta edad oscura de nuevos fanatismos identitarios, imperialismos y populismos (que Trump encarna), la voluntad de seguir luchando no podría ser más importante.

De modo que las enseñanzas son claras. Aunque el mundo sigue siendo un espectáculo lamentable, y el poder de la razón no deja de ser limitado, la razón todavía es la mejor herramienta que tenemos para comprender las pasiones y los odios que moldean nuestras vidas y debilitar así su influencia sobre nosotros. Defender la libertad individual contra la “barbarie suprema” de nuestra era es esencial.

P. S.: Hace poco usted lamentaba la senda destructiva también tomada por la democracia mexicana, ahora que la presidenta Claudia Sheinbaum sigue los pasos de su predecesor, “una figura tiránica y egocéntrica”. ¿Qué significan las recientes reformas constitucionales de México para su futuro, y qué efecto puede tener sobre su trayectoria el resultado de la elección presidencial estadounidense?

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E. K.: Que la “barbarie última” encarnada por Trump esté por regresar a la Casa Blanca, un asiento de poder que alguna vez ocuparon personajes como George Washington, Thomas Jefferson, Abraham Lincoln y Franklin D. Roosevelt, es aterrador. Es chocante que sea Trump quien celebre el 250.º aniversario de la independencia estadounidense, en 2026. Pero la república estadounidense no es la República de Weimar. No habrá un incendio del Reichstag, no se eliminará la separación de poderes ni se extinguirá la prensa libre. La noche será larga y oscura; reconstruir la concordia (por usar un viejo término ciceroniano) que subyace a la democracia será un proceso difícil y lento, pero tarde o temprano amanecerá.

No se puede decir lo mismo de México. Aquí, la democracia siempre fue una excepción, jamás la regla. Digamos esquemáticamente que México fue una teocracia bajo los aztecas, una monarquía absoluta bajo el Imperio español y un país dominado por caudillos en la primera mitad del siglo XIX. Desde entonces, en una historia plagada de autoritarismo, guerra civil y revolución, México solo ha tenido tres breves experimentos democráticos. El primero, que tuvo lugar en la segunda mitad del siglo XIX, duró once años. El segundo, a principios del siglo XX, sobrevivió apenas quince meses. El tercero, que comenzó en 2000, está a punto de terminar.

Quizá la caída del último intento de democracia en México era previsible, en vista de nuestra falta de cultura democrática. Pero tal vez no fuera inevitable. El problema es que a los tres gobiernos sucesivos que dirigieron el país de 2000 a 2018 les faltó conocimiento, voluntad o ambas cosas para hacer frente al aumento del crimen organizado, la violencia y la inseguridad. Si a eso se le suman los viejos problemas de la pobreza y la desigualdad, el resultado fue la creciente aceptación, por parte de un pueblo frustrado, de una vieja costumbre política mexicana: la veneración del caudillo.

Pero los mexicanos no eligieron a cualquier caudillo. Andrés Manuel López Obrador, apodado AMLO, tiene un carácter narcisista y tiránico, al que refuerza y profundiza la creencia en una vocación mesiánica. AMLO es el populista perfecto. No representa al pueblo; lo encarna. Él es el pueblo. Como presidente desde 2018 hasta este año, AMLO destruyó prácticamente todo el edificio institucional (salud, educación, cultura y seguridad) que se había construido en el siglo XX, y sentó las bases para destruir las libertades individuales que conformaban el legado constitucional del siglo XIX. El poder Judicial era el último bastión de la democracia mexicana, pero ahora está diezmado por reformas que prometen destruir su independencia y su poder de controlar al Ejecutivo. Vulnerado el Estado de derecho, las libertades individuales y los derechos humanos están desprotegidos.

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El panorama es sombrío. Si Trump cumple sus promesas de llevar a cabo una deportación masiva de inmigrantes, aumentar los aranceles, reescribir el Acuerdo Estados Unidos‑México‑Canadá (que su propio gobierno negoció en 2018) y enviar al ejército estadounidense a la frontera a cazar narcotraficantes, precipitará una crisis total en México. En cuanto a Sheinbaum, todavía podría convocar un gobierno de unidad nacional, pero dudo que lo haga. Debemos prepararnos para el funeral de la democracia mexicana.

P. S.: Eso nos trae de vuelta a Spinoza, para quien, según explica usted, la “función propia” del Estado es “regular, no reprimir, las pasiones religiosas; promover la justicia y la caridad, y garantizar la libertad”. También señala usted que el hecho de contar con un “ingreso fiable” dio a Spinoza la “independencia que necesitaba para filosofar”. Ahora, cuando una vez más se debate intensamente la función propia del Estado y de los mercados, ¿qué podría decirnos Spinoza sobre la responsabilidad del Estado de proveer seguridad económica y cómo deberían proceder los gobiernos al respecto?

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E. K.: La idea spinoziana del Estado tiene algunos parecidos con la del filósofo inglés Thomas Hobbes. Para Spinoza, “el derecho natural de cada hombre no se determina (…) por la sana razón, sino por el deseo y el poder”. En otras palabras, nuestros derechos son, sobre todo, poderes, facultades de la condición humana, y como tales, no se renuncia a ellos, sino que se los domina y controla a través del miedo y la conveniencia. De estos conceptos podemos inferir una respuesta a su pregunta. Aunque Spinoza, hasta donde sé, no habla de mercados, su postura en relación con la economía habría sido racionalmente coherente con su exposición en materia jurídica: una libertad irrestricta dará lugar a una economía salvaje. Tiene que haber libertad amplia, pero limitada por la conveniencia de los demás. Y la tarea de regular eso corresponde al Estado.

En cuanto al Estado sin libertad, el Estado totalitario, Spinoza no lo anticipó en absoluto, a pesar de su presciencia. El drama de su siglo eran las guerras religiosas, de modo que imaginó un Estado o cuerpo soberano que garantizaría la libertad limitando las manifestaciones de la fe. Las personas podrían pensar, creer y expresarse como desearan, con una salvedad: no debían perturbar la paz pública. Este diseño básico se puede ver en todas las repúblicas liberales de nuestro tiempo. Spinoza no podía anticipar que surgirían Estados, como la Alemania nazi o la Unión Soviética, que se arrogaron el lugar de la iglesia dogmática e intolerante. En esos contextos totalitarios, precursores de los regímenes autoritarios y populistas de hoy, los individuos están completamente indefensos. Cuando el Estado mismo libra guerras “religiosas”, el pueblo pierde toda libertad. La seguridad, por tanto, comienza con la libertad y la tolerancia que Spinoza encarnó.

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P. S.: Usted escribe que algo que facilitó en parte el “salto a la libertad” de Spinoza fue el hecho de abrazar la “cultura libre”, en la que el “intercambio horizontal de libros y folletos impresos” reemplazó a la “cultura universitaria, con su intercambio vertical de información de profesores a estudiantes” y su “escolasticismo inflexible”. ¿Significa esto que necesitamos replantearnos los enfoques educativos para cultivar la razón y la responsabilidad cívica? ¿Hay enfoques en uso hoy que en su opinión merezcan que se los emule?

E. K.: Creo que debemos iniciar una revisión crítica de nuestras instituciones de educación superior como fuente de conocimiento y cultura, y redescubrir la importancia del debate. Spinoza rechazó un puesto universitario porque, por su naturaleza, la institución restringía su libertad. Prefería formar círculos de estudio en torno a la “cultura libre”, que es ante todo diálogo.

En el siglo XVII, la cultura libre no solo presionó en pos de la tolerancia religiosa, sino que también se encargó del desarrollo de la burguesía y de la dinámica del comercio. Este proceso dependía de profesionales capaces. Algunas figuras notables obtuvieron empleo como funcionarios públicos (Hobbes, John Milton), otras como consultores de familias adineradas (John Locke). Gottfried Wilhelm Leibniz tuvo varios empleos y contratos como consultor mientras estaba involucrado en el comercio editorial. También se podía ser autónomo: Blaise Pascal utilizó los carruajes que heredó de su padre para crear el primer sistema de transporte público del mundo. Spinoza se dedicó al oficio de pulidor de lentes, en parte por interés científico en la óptica, pero también como fuente de independencia. Los logros intelectuales, artísticos, científicos y tecnológicos de la cultura libre fueron mucho más amplios e influyentes que los de las universidades europeas. En otras palabras, la cultura emerge y reside en el diálogo, no en el aula. En nuestro tiempo la ciencia es la excepción, pero incluso la ciencia se beneficia con el diálogo libre.

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P. S.: En su reciente libro Spinoza en el Parque México (2023), usted habla de una amplia gama de escritores, filósofos y pensadores, incluidos otros judíos “heterodoxos” sobre los cuales cierta vez tuvo intención de escribir un libro separado. En lo que se refiere a la búsqueda de la libertad, ¿dónde se superponen (o chocan) los legados de otras figuras que menciona, como Heinrich Heine y Karl Marx, con el de Spinoza?

E. K.: Heine, que llamaba a Spinoza “mi compañero de incredulidad”, fue una especie de san Pablo en relación con el Cristo de Spinoza. Marx dedicó un año de su juventud al estudio de Spinoza. Las tres figuras creían en la perfectibilidad humana, solo que en diferentes grados y de diferentes maneras. Para Spinoza, era un producto de la razón; Heine la veía como una hazaña de la libertad, y para Marx, la clave era la revolución redentora. Tal vez la perspectiva de Spinoza fuera la más realista. Fue un precursor de la democracia liberal moderna y abrazó la racionalidad y la tolerancia. Y el siglo XX fue el momento en que las ideas de Spinoza sobre la importancia crucial de la razón en la vida humana se sometieron a la mayor prueba. ¿Fracasaron en esa prueba? A juzgar por lo que ocurrió entre 1914 y 1945, parecería que la respuesta es afirmativa. Pero ¿lo es con total certeza? No estoy seguro; no quiero estar seguro.

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Las ideas de Heine también serían puestas a prueba en el siglo XX. ¿Se las sometió a una prueba terrorífica en los campos de exterminio nazis, en los gulags de Rusia, en las guerras que desgarraron Europa? Sin duda alguna. ¿Fracasaron definitivamente? No lo creo. No puedo creerlo. Pero se podría decir que el siglo XX “perteneció” a Marx, porque la revolución que inspiró abarcó casi todo el siglo, desde 1917 hasta 1989. Marx no valoraba la libertad del individuo, sino la liberación colectiva. Podemos discutir hasta el fin de los tiempos si la libertad y la liberación convergen; yo creo que no lo hacen. Creo que la libertad es siempre individual, y que la liberación es la engañosa libertad del colectivo, cuyo otro nombre es poder. Creo que es lo que ocurrió con las ideas de Marx: terminaron volviendo la emancipación contra sí misma.

Lector de Spinoza y amigo de Heine, Marx confundió la razón con la razón histórica y promovió una ideología de liberación que aplastó la libertad. Por supuesto, es discutible que el propio Marx, que murió en 1883, sea responsable por los actos cometidos en su nombre en el siglo XX. Ya sea que estuvieran o no implícitos en su doctrina, no hay duda de que la realidad de la revolución chocó con sus deseos y predicciones.

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P. S.: En su libro y a lo largo de su carrera, ha mostrado una fascinación por escritores y pensadores mexicanos y latinoamericanos. Para los lectores que están menos familiarizados con la producción artística e intelectual de la región, ¿cuáles son las figuras y obras imprescindibles?

E. K.: Se puede hallar una biografía colectiva de muchos de estos escritores y pensadores en mi libro de 2012 Redentores: ideas y poder en América Latina, que incluye al poeta y héroe cubano José Martí, al filósofo mexicano José Vasconcelos, al teórico social peruano José Carlos Mariátegui, al poeta mexicano Octavio Paz y a los novelistas premios nobel Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa.

Pero mencionaré otros tres escritores cuya obra no hay que pasar por alto. El primero es el novelista y ensayista cubano Guillermo Cabrera Infante (1929‑2005), el disidente más destacado de América Latina. Expulsado de Cuba en 1965, vivió en Londres el resto de su vida. Cabrera fue nuestro Jonathan Swift. Su ingenio verbal y su humor sagaz (un festín de retruécanos cubanos y agudeza inglesa) son irresistibles. Sus nostálgicas novelas sobre Cuba (donde la escritura es sensorial, plástica e inolvidable) nos recuerdan que alguna vez Cuba fue la Atenas del Caribe. Sus ensayos muestran una profundidad moral que trae reminiscencias de George Orwell. Y en particular, sus escritos sobre cine son excelentes. El segundo es el escritor mexicano Gabriel Zaid (nacido en 1934). Zaid es un autor prodigioso e inclasificable: poeta y crítico de poesía, ensayista, economista, historiador y crítico literario, y sociólogo de la cultura y de la revolución. De hecho, ha escrito toda una sociología en torno a la cultura libre. Su libro de 2003 Los demasiados libros ha sido traducido a numerosos idiomas. Su libro de 1979 El progreso improductivo anticipó teorías sobre las microempresas y la lucha contra la pobreza que se aplicaron mucho después y siguen siendo pertinentes. El tercero es otro escritor mexicano, Juan Rulfo (1917‑86). Su novela clásica de 1955 Pedro Páramo fue precursora del realismo mágico, pero en vez de desarrollarse en los trópicos, alucinantes y festivos, lo hace en el violento, oscuro y árido paisaje mexicano.

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* Copyright: Project Syndicate, 2024. www.project-syndicate.org

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