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Pensamientos que no son anónimos (Cuentos de sábado en la tarde)

Una compilación de voces que me acompañan mientras camino, o mientras voy en el bus y miro a través de la ventanilla. Pensamientos cotidianos que ya son frases publicadas.

Linda Esperanza Aragón

09 de abril de 2022 - 02:00 p. m.
Mercado de Barranquilla.
Foto: Linda Esperanza Aragón
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Puedo morir contenta

¿Alguna vez te has puesto a pensar en dúos musicales que te encantaría escuchar?, es seguro que varios de esos dúos sean una utopía porque algunos artistas quizá hayan fallecido. Por ahora, no cargo con esa utopía, pues ciertos dúos que me fascinan ya existían antes de que yo naciera: Rubén Blades y Willie Colón (me matan los álbumes Siembra y Canciones del solar de los aburridos); Ella Fitzgerald y Louis Armstrong (adoro el tema Cheek to cheek y todo lo que cantaron en pareja); y Celia Cruz y Johnny Pacheco (no olvido la escena en la que juntos bailan Quimbara en África). Hay otros duetos que fui encontrando en el camino: El Kanka y Jorge Drexler (gracias a Por tu olor ignoro a Yanbal y a Avon); Natalia Lafourcade y Omara Portuondo (Tú me acostumbraste ha sido la banda sonora de varios días plomizos de mi vida); Vicente García y Los Gaiteros de San Jacinto (cuando llueve bastante y no puedo ir a playa escucho Espuma y arrecife); India Martínez y Niña Pastori (la interpretación de Cuando nadie me ve me estremece más que la del propio Alejandro Sanz); Cesária Évora y Pedro Guerra (Tiempo y silencio es de vez en cuando mi puesta de sol); Lady Gaga y Tony Bennett (la versión que hicieron juntos de The lady is a tramp gobierna mis caderas al igual que la de Ella Fitzgerald y Frank Sinatra); y Concha Buika y Chucho Valdés (para que los domingos no sean tan inapetentes escucho todo el álbum El último trago).

Estos dúos inundan mi vida y son la musicalización indicada para las efemérides que acorralan mis nostalgias. A veces me embarco en estas canciones y me llevan a momentos que parecían inabordables. Me asomo a mundos de verdades incómodas, de olvidos huracanados, de filias indestructibles y de renuncias silenciosas. Sí, esos temas musicales lo inundan todo, así como Lola Flores y Celia Cruz anegaron los oídos de fiesta cuando interpretaron Burundanga. Cada vez que las escucho cantar siento lo mismo que ‘La Faraona’: “No tengo época. Es todo fuego, es todo alma, es todo vida, es todo corazón”.

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Puedo vivir y morir contenta: ya escuché lo que tenía que escuchar.

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Calendarios, por favor: ¡shhh!

Hay calendarios en los que cada día va acompañado de una frase de autoayuda: “Hoy es tu día”, “Sueña siempre”, “El amor es la luz de tu presente”, “Que el miedo no te acompañe”.

¡Bah!, son demasiado preventivas; hacen estériles las mañanas y aquietan la efervescencia de la curiosidad. A veces pontifican, ¡cómo se atreven a decirnos lo que debemos hacer!

Y es que no quiero imaginarme relojes cuyas horas también vayan escoltadas por frases de esta clase. No valdría la pena salir a la calle, tener una vida libreteada es como mantener lejana a la contradicción.

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Esos calendarios que ni se crean directores espirituales porque a la humanidad se le espantarán las auténticas ganas de vivir. ¿Para qué existen?, ¿será para hacernos olvidar la autoridad de la muerte?

Prefiero los calendarios mudos.

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Ya la abuela no baila

Nunca he visto bailar a la abuela. Mi madre y mis tíos me dicen que solo la han visto bailar un par de veces y que cuando eso ocurría la tierra se ponía alegre.

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Cuando le pido que baile, ella me mira fijamente como queriendo decir que sus piernas están cansadas: “La vejez se esconde en los achaques”. Debe ser sublime ver sus faldas balaceándose al compás de la música; faldas salvíficas y palpitantes que no se borrarían de la memoria. Me he perdido de una de las maravillas de este mundo y de bailar con ella descalza hasta hacer que se derramen los sudores más recónditos.

¿Dónde se esconde la tristeza? En mí. No haber bailado con la abuela me convierte en una tierra triste.

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Sal pa’ mi herida

Si digo que olvidar no pesa, que la suerte también se cansa, que los adioses tienen su propia sombra, que el afán avinagra las nostalgias, que amar no es cansarse de estar solos, que hay palabras que a veces no encuentran voz, que hay heridas esperando ser deificadas, que no existen los nítidos quereres; si lo digo, ¿qué mar me merezco?

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Las cosas como son

En los mercados de mi Caribe colombiano es donde escucho las cosas como son. No hay vendedores armados de eufemismos para convencernos y empujarnos a comprar. Todo se pregona con ahínco y sin rodeos.

No prometen que los limones son grandes y jugosos, prefieren decir: “Se venden limones llorones”. No pregonan que el aguacate es cremoso, mejor anuncian: “Te tengo el aguacate que parece una mantequilla”. Y si venden alegrías, no dicen que son las mejores del Caribe, pregonan: “¡Aléeeeegrense!”.

Yo no dudo, me convencen; presto atención a cada palabra y consigo las imágenes mentales de los productos ofrecidos. ¡Ah!, y no aseguran que el veneno para ratas es efectivo, gritan a los cuatro vientos: “Lleve el sicario pa’ las ratas, ¡pilas, que se agota!”.

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Y ya dejo hasta aquí el relato porque —en medio de este calor de incendio— me voy al mercado de Barranquilla por un coco frío. Me dijeron que los cocos de allí son más fríos que un matrimonio que le perdió la fe al ‘mañanero’. ¡Te la dejo ahí!

Por Linda Esperanza Aragón

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