Peregrinaje al vientre de la tierra
En el Cerro Tusa, en el suroeste antioqueño, orbitan la vida y el recuerdo de la ancestralidad, la sabiduría de las plantas, la raíz del crecimiento celular, la libertad de los sonidos, el espiral cósmico del cielo y la vegetación interior de cada individuo que transita por el Altar Ceremonial o por la Piedra del Tigre. Estos son unos apuntes sobre una experiencia estremecedora, vibrante, ancestral y desprovista de las medidas del tiempo.
Ana Sofía Buriticá Vásquez
Sentir la memoria móvil y contemplar la arquitectura de los árboles bajo la generosa sombra de un búcaro de corteza gruesa y grisácea, que sirve de hogar a pequeños microorganismos y bromelias, es regresar a las implicaciones poéticas de la ciencia y a la emoción natural del asombro. Nietzsche decía que “la forma no es más que la parte visible del fondo”, y tal vez el terreno vibrante que sirvió de cementerio a los indígenas zenufanás, en Venecia (Antioquia), guarda las partículas amorosas de la tierra, los pasos furtivos del pasado, el camino invisible de sus espíritus y sus lenguajes nacidos del amparo de una montaña sagrada llamada Cerro Tusa.
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Sentir la memoria móvil y contemplar la arquitectura de los árboles bajo la generosa sombra de un búcaro de corteza gruesa y grisácea, que sirve de hogar a pequeños microorganismos y bromelias, es regresar a las implicaciones poéticas de la ciencia y a la emoción natural del asombro. Nietzsche decía que “la forma no es más que la parte visible del fondo”, y tal vez el terreno vibrante que sirvió de cementerio a los indígenas zenufanás, en Venecia (Antioquia), guarda las partículas amorosas de la tierra, los pasos furtivos del pasado, el camino invisible de sus espíritus y sus lenguajes nacidos del amparo de una montaña sagrada llamada Cerro Tusa.
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Peregrinar por los caminos indígenas de este territorio es como sentir un estrujón al interior del pecho, un impulso por besar la tierra y solicitar su perdón. La vastedad de su belleza es un santuario para el pensamiento, un lugar para fusionar el ser con los mensajes antiguos del viento. En su inmensidad natural orbitan la vida y el recuerdo de la ancestralidad, la sabiduría de las plantas, la raíz del crecimiento celular, la libertad de los sonidos, el espiral cósmico del cielo y la vegetación interior de cada individuo que transita por el Altar Ceremonial o por la Piedra del Tigre, escaleras de roca sagrada que miran la Cara de la Diosa, un monolito con la apariencia de un rostro humano y cabellera vegetal.
Este territorio agreste es el sujeto poético de la ancestralidad. Bajo la protección y el permiso de las hojas de hayo, un grupo diverso de personas guiadas por la voz, reflexión y espiritualidad de Vishnu, así como por el conocimiento arqueológico y la sensibilidad de Pablo Artizábal Espinosa, arqueólogo PhD e ingeniero ambiental, comenzó a recorrer los cementerios indígenas del municipio para realizar un ritual de perdón y otorgar con humildad pagamentos a ese pasado que continúa allí para enseñarnos a tejer lazos identitarios, mediados por el principio de sabiduría de la naturaleza y de los pueblos originarios.
La energía que se moviliza por los mundos ocultos de estos cementerios conecta con la realidad que ahora enfrenta el vientre herido del planeta. La visión nublada y egoísta del ser humano le hizo saquear su patrimonio, sus raíces y caer en un materialismo sin sentido, irrumpiendo en las intenciones sagradas de las piezas arqueológicas que allí reposaban.
El acercamiento a la cosmovisión de las comunidades indígenas invita a adoptar la reciprocidad como principio, entregarle vida a lo que nos permite vivir, cultivar nuestra relación con la madre tierra, con el cuerpo habitado y con la memoria.
Aunque es difícil no dejar una huella de afectación en nuestro paso por el mundo, es necesario reflexionar sobre las formas en las que hemos decidido habitarlo, escucharlo y recorrerlo, sin olvidar que somos un pequeñísimo universo para las bacterias. Este municipio invita a reconectar el ser con el flujo de energía de la naturaleza, es un territorio bajo custodia ancestral en el que el mantra del cantautor Pedro Vadhar adquiere fuerza: “Tierra mi cuerpo, agua mi sangre, aire mi aliento y fuego mi espíritu”. Comprendernos como una minúscula pieza del infinito engranaje universal debería ser motivo suficiente para volver a unir el centro primario del corazón con la tierra.
Armonizar la relación con este magnífico territorio es necesario para la llegada del Parque Arqueológico y Natural Cerro Tusa.