Después de perseguir un gigante fracasado que pasó de la NBA a la lucha libre, después de acompañar por meses al rey de la carne en Argentina, José Alberto Samid, de sumergirse en la vida de una jovencita encarcelada por matar a su hijo recién nacido y de contar esas historias mínimas que se perdían en un par de líneas de los diarios, fueron las pesquisas de unos huesos, para ser más precisos, el seguimiento de sus rastros, las que llevaron a la cronista argentina (Junín, 1967) Leila Guerriero a recibir el martes el Premio Nuevo Periodismo Cemex+FNPI en su novena edición, el cual fue anunciado por Jaime Abello Banfi, director general de la Fundación.
Según el jurado, integrado por Ambar de Barros (Brasil), Juan Villoro (México) y Sergio Dahbar (Venezuela), este relato publicado en la revista Gatopardo con el título El rastro de los huesos desarrolla una historia conmovedora, ajena a todo sentimentalismo. “Su capacidad de observación permite reconstruir en proximidad el tema de los desaparecidos de la dictadura argentina. Aunque el asunto se ha documentado exhaustivamente, a través de la mirada única de Guerriero adquiere una dimensión singular. El cometido ético de esta crónica consiste en restituir a través de las palabras, y con extrema delicadeza, lo que se aniquiló en ese episodio de la historia argentina”.
Para la escritura de esta crónica, la periodista duró tres meses visitando diariamente al Equipo Argentino de Antropología Forense, ubicado en el popular barrio Once, de Buenos Aires. “Este organismo que existe desde 1984, se formó para investigar los casos de personas desaparecidas en la Argentina durante la última dictadura militar y ha restituido la identidad a más de 300 desaparecidos”, cuenta Guerriero, quien estaba convencida de que para contar de manera completa la historia debía esperar a ser testigo de dos momentos determinantes: la exhumación de algún cadáver y la restitución de restos a alguna familia. La espera fue larga, pero el primer momento por fin llegó. La periodista, con su ojo agudo y casi convertida en una antropóloga forense más, estuvo presente en la excavación de una tumba que contenía, como los expertos lo esperaban, los cuerpos de tres mujeres. El segundo momento también llegó, pero las familias se negaron a que una periodista estuviera presente. “No soy una periodista canalla, no era difícil entender y conmoverse con su reticencia”, cuenta.
Fueron finalmente el hartazgo y la cercanía extrema que casi empezaba a crear lazos irrompibles con los del equipo de forenses lo que alentó a Leila Guerriero a terminar de una vez por todas con el trabajo de campo de esta crónica que ella podría haber prolongado por semanas interminables.
El texto final, en donde recoge en detalle las experiencias de este grupo de argentinos, forma parte de la selección de sus mejores trabajos desde 2001 que la editorial Aguilar recogió el año pasado en el libro Frutos prohibidos y también se puede encontrar en la página web de la Fundación Nuevo Periodismo.