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Piedad Bonnett sobre “Una soledad demasiado ruidosa”: leer para pensar

La escritora fue una de las invitadas a la grabación del pódcast de literatura de El Espectador, El refugio de los tocados. Su libro elegido para la conversación fue “Una soledad demasiado ruidosa”, de Bohumil Hrabal. Aquí un adelanto de sus reflexiones.

Laura Camila Arévalo Domínguez

04 de mayo de 2022 - 07:08 p. m.
“Es uno de los libros que más he querido en la vida. Cuando lo leí, quedé enamorada y después lo estudié en la universidad con mis alumnos", dijo Bonnett sobre Una soledad demasiado ruidosa.
Foto: Archivo particular
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“… Porque yo puedo permitirme el lujo de abandonarme ya que nunca estoy abandonado, estoy solo para poder vivir en una soledad llena de pensamientos, porque yo soy un poco el Don Quijote del infinito y de la eternidad, y el Infinito y la Eternidad sienten predilección por la gente como yo”. Así termina el primer capítulo de “Una soledad demasiado ruidosa”, de Bohumil Hrabal, un escritor checo que murió al caer desde su habitación en el quinto piso del hospital Bulovka en Praga. Nunca se supo si fue un suicidio, pero en sus obras quedaron escritas varias reflexiones sobre el tema. Y, superficialmente, esta historia sería solamente triste. Un desenlace desafortunado. Una vida que desapareció. Y, superficialmente, la historia del hombre que protagoniza este libro podría ser algo similar: un final desolador por la pérdida de su mayor tesoro, su trabajo.

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Y sí. Hay mucha tristeza, sobre todo melancolía en las páginas de este libro, que podrían ser las reflexiones de la soledad demasiado ruidosa de Hanta, un hombre que trabaja en una prensa de papel desechado. Su labor es la de, con ayuda de una máquina, triturar papel de libros y reproducciones de cuadros que terminan convertidos en balas de reciclaje. Él, que siente un respeto inmenso por las obras de artistas como Nietzsche, Hegel, entre otros, convierte cada una de estas balas en obras de arte. En montones de papeles que después irán a unos ácidos que los dejarán listos para alojar otras palabras, pero que tendrán su primera muerte con un mensaje, con una idea marcada en sus bordes: alguna frase de un libro o el resultado de la creación de Cezanne, por mencionar otra de las mentes que más respetaba.

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“Es uno de los libros que más he querido en la vida. Llegué a él gracias a una recomendación. Cuando lo leí, quedé enamorada y después lo estudié en la universidad con mis alumnos. Cuando lo releí para tener esta conversación, lo redescubrí y pensé que los temas de Bohumil Hrabal tienen mucho que ver con los de ‘Qué hacer con estos pedazos’. Es una novela que toca temas esenciales como el trabajo, la vejez, la belleza, los libros, etc”, dijo Piedad Bonnett para una conversación durante la grabación del capítulo del pódcast de literatura de este periódico, El refugio de los tocados. “Qué hacer con estos pedazos” es la más reciente novela de la escritora.

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Los episodios del pódcast se soportan en una estructura muy específica: los invitados eligen un libro, yo leo la obra escogida y hago una entrevista basada en esa lectura con dos objetivos: conversar sobre el libro y conocer un poco más al invitado o invitada, que en este caso fue Bonnett, escritora y columnista de este periódico.

Este texto, además de reseñar la obra de Hrabal, tendrá en cuenta algunos de los comentarios de Bonnett. El capítulo podrá escucharse en un par de meses, durante el lanzamiento de la segunda temporada del pódcast.

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Retomando: sobre los temas de los que se reflexiona en este libro, el trabajo podría ser un asunto para hablar por horas después de ser testigos de la forma en la que Hanta lo asume. Podría hacerse un paralelo entre la forma en la que comúnmente se habla de él: labores para ganar dinero, para suplir necesidades básicas o sostener un estilo de vida en las que, al fina de la jornada, hay comentarios como: “Necesito que el fin de semana llegue rápido para comenzar a vivir”. Como si durante el horario labora la vida se suspendiera.

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El otro ángulo es el de Hanta, que en lo absoluto separa el trabajo de la vida: para él, su prensa de papel lo es todo, pero no por capricho, sino por la voluntad de valerse de aquella función para darle sentido a su vida. Sabe que a su sótano sucio y lleno de ratones llegan miles y miles de toneladas de papeles desechados, entre los que están las obras de hombres y mujeres que se dedicaron a pensar, un ejercicio que para él es cotidiano, usual, vital. Para él, leer es pensar. Y pensar es vivir.

“No leo para divertirme, ni para pasar el rato, ni para conciliar el sueño; yo, que vivo en un país donde la gente sabe leer y escribir desde quince generaciones atrás, bebo para que el texto me despierte, para que la lectura me produzca escalofríos, porque comparto la opinión de Hegel de que una persona noble no es necesariamente un aristócrata, ni un criminal un asesino”, dice Hanta al comenzar su relato sobre sí mismo, y además confiesa que si supiera escribir, haría un libro sobre la mayor suerte y la mayor desgracia de los hombres.

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Y entonces este personaje, quien además sabe que puede darse el lujo de abandonarse de vez en cuando y amanecer vestido o sucio sobre sus rodillas húmedas por la saliva, piensa que, realmente, jamás estará solo: se tiene a él. Tiene sus reflexiones y sus libros.

Sobre esto, sobre las razones por las que se lee, Bonnett dijo: “Para mí, la lectura ha sido una muleta que me ha ayudado a sostenerme en la vida. Cuando estaba pequeña lo hacía para distraerme porque encontré una fascinación en la lectura. En la adolescencia fui una niña muy atormentada y consciente de que no me sentía cómoda en el mundo. La literatura fue una manera de refugiarme y de encontrar respuestas para muchas cosas. Hoy en día leo para pensar. Me produce un gran placer pensar y hacer asociaciones de cosas. Eso va pasando mientras vas envejeciendo. Leo para profundizar, incomodarme, para sentirme un ser humano más vital y cercano a la entraña tan sumamente compleja de la vida”.

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La escritora se refirió a la forma en la que Hanta asume el trabajo pensando que, tal vez, podría ser una excepción también en los escritores, que para ella tienen el oficio más absurdo del mundo, pero que por eso es tan bien recompensado: “El trabajo de los escritores nos lo inventamos nosotros y es la cosa más absurda. Sin tener seguridad en mi talento ni que esto le interese a un editor ni mucho menos al lector. Pasando dificultades económicas porque al principio, las cosas son complicadísimas, pero no importa, decido dedicarme seis horas del día a imaginarme cosas, ponerlas en un papel y darles sentido. Por eso este oficio será tan recompensado. Nosotros decimos cosas que los otros hubieran querido decir, y porque las escribimos de una manera en la que los otros las hubieran querido escribirlas”.

Lo que concluyó la escritora sobre la dedicación que invertía este personaje en cada uno de estos cubos de papel reciclado es que era más bien una conversación sobre la creación y la destrucción. Sobre el perpetuo movimiento de las cosas de la creación a la destrucción. “Todos pensamos que el trabajo es una especie de peso que llevamos encima. Hanta o Bohumil Hrabal habla del trabajo como una manera de darle sentido a la vida y me hace creer que cualquiera que tenga un trabajo, por horrible que sea, puede llegar a darle un sentido. Por supuesto que es mucho más delicioso para el que ha escogido lo que realmente quiere y le está dando lugar a la vocación. Mi papá era un señor pragmático que nos estaba educando para el éxito, así que jamás estuvo de acuerdo con mi labor actual. Yo me impuse a la voluntad de mi papá porque tenía una necesidad de ir por ese camino a pesar del miedo”.

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Por Laura Camila Arévalo Domínguez

Periodista en el Magazín Cultural de El Espectador desde 2018 y editora de la sección desde 2023. Autora de "El refugio de los tocados", el pódcast de literatura de este periódico.@lauracamilaadlarevalo@elespectador.com
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