Pierre Lemaitre: el rescate de la novela negra

Ganador del Gouncourt de Francia es uno de los referentes de la literatura contemporánea invitados a esta versión de la Filbo. Se presentará en dos ocasiones el fin de semana.

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Maria Paula Lizarazo
26 de abril de 2017 - 02:00 a. m.
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París, 1951

El dolor que consigo trae un parto, los gritos propios de una capital agitada, los bramidos de una mujer dando a luz, el sudor de las gentes en el trabajo, las transpiraciones nacientes de cada poro del cuerpo de esa mujer, cíclico: cada segundo muere y vuelve a nacer como una rueda de carruaje, en la que cada borde está arriba y luego abajo en los interminables giros de esta. Mientras que la ciudad no ha dejado de gritar, como tampoco la mujer, se ha sumado un nuevo aullido (de hecho, millones de aullidos a la vez): ha nacido Pierre Lemaitre.

En 1847 se empleó la anestesia obstétrica por primera vez. Fue en el Reino Unido, lo hizo un profesor de la Universidad de Edimburgo. A pesar de la oposición por parte de la Iglesia a este excepcional apoyo para asistir a embarazadas debido a que lo consideraban como una interrupción a la naturalidad del parto (“Con dolor parirás los hijos”. Génesis), la anestesia empezó a ser indispensable en el momento de concebir.

No obstante, con la virtud de la anestesia para apaciguar dolores, se sigue rumorando que parir es el dolor físico que más sufre una mujer. Quise preguntarles a cinco mujeres que nunca han dado a luz sobre el peor dolor físico que alguna vez han sentido. Todas coincidieron en la respuesta: la primera vez que sintieron el coito.

Para Alex, segurísimo, ese peor dolor no fueron los primeros coitos (tampoco fueron partos, pues ella nunca parió, para suerte de su demacrado sistema reproductivo), fue el ácido sulfúrico que se devoró su vagina cual serpiente que arrastrada avanza sin dejar intacto el lugar, pero sí dejando una cantidad de traumas y rencores que se gestaron por el baile copular de los llantos con sus lágrimas.

Ella, Alex, es la protagonista de una novela que trae como título su nombre mismo y que sucede para resolver el misterio que hay detrás de esta mujer que desde siempre ha cargado con desequilibrios, como todo, por una razón detrás (una razón hecha sexo y agresión: “Thomas me dijo que me portara bien con su amigo. Luego veía a su amigo riendo encima de mí, incluso cuando me dolía, como si no pudiera parar de reírse. Yo no quería llorar delante de él”).

Alex hace parte de la serie de novelas (con Irene, Rosy & John, Camille) en las que Lemaitre incluye al comandante Verhoeven, un apasionado por el dibujo que logró mezclar su arte con la investigación, apasionado por los trazos de los lápices, así como por los retos que se imponen en la indagación de cada crimen que está a su cargo, por el desvelo y la energía mental que gasta en repensar para construir una respuesta que le dé luz en cada caso, por el goce que le genera pensar día y noche en lo que va descubriendo en sus búsquedas; apasionado por la plenitud que le produce el acto de ir dibujando el caso al compás de cada avance.

En Alex, Lemaitre, desde un narrador omnisciente que atestigua en tercera persona, representó la realidad de ese 35 % de mujeres (vivas) en el mundo que, según ONU Mujeres, son o han sido violadas sexualmente y/o agredidas físicamente, “eternamente culpables” ellas de lo que les pasa, como bien lo dijo un columnista de este diario.

Ante el revolcón que me generó Alex, la curiosidad me impulsó a preguntarle por el (o los) escritor que le aportó el revolcón de alma más fuerte hasta entonces. Lemaitre dijo: “En Francia tenemos un problema muy particular. Si dices Marcel Proust, pasarás por pretencioso, si no dices Proust, pasarás por ignorante. Yo prefiero la pretensión: Marcel Proust; él realiza, mejor que cualquier otro escritor, una de las disposiciones de la literatura: nos hace comprender el mundo”.

Lemaitre se hizo referente de la novela negra por el suspenso juntado a los enigmas humanos que recrea a medida que avanzan los capítulos de sus libros, pues sorprende cada vez más al lector, al punto de que las posibilidades de lo que pasaría en la historia se vuelven banales por cuenta de la fluidez exquisita de las frases en su narración y de que la excelencia de este autor no permite delimitar el territorio de las suposiciones en el desarrollo de sus escritos ni la desconcentración en medio de sus historias, que no dejan un hilo suelto.

El periódico inglés The Times afirmó sobre Alex: “A cada giro que da engancha más, porque es imprevisible. Absolutamente Original”. Y sobre Pierre Lemaitre, el periódico francés Le Monde dijo: “He aquí un grandísimo autor de novela negra”.

En 2013, Lemaitre ganó el Premio Gouncourt, mayor reconocimiento literario para el gremio francés, por su novela Nos vemos allá arriba, que vendió más de medio millón de ejemplares en Francia. Entre los selectos que han ganado el Gouncourt (fundado en 1903) se encuentran Marcel Proust, Jean Jacques Gautier y Simone de Beauvoir.

Ante este premio, piensa él que sus colegas del género negro puedan sentir que haberlo ganado es una traición (al género), (jajá). Los teóricos literarios, a veces, se mofan de lo que sea diferente a lo clásico; por poner un ejemplo, en Colombia se ha condenado que los indígenas se atrevan a escribir un poema o un cuento y que desarrollen su trayectoria como escritores. Lo mismo ocurre con los premios: la noticia ya no son los ganadores, la noticia es que los premios no los ganen los mismos de siempre.

La opinión de Lemaitre sobre los premios literarios es clara. “No tienen ninguna relación con la literatura, pero sí con los escritores, por lo que es difícil vivir de la literatura. Los premios tienen la ventaja de que ayudan a vender los libros y a que se traduzcan. Pero también tienen algunos deslices. Por ejemplo, en Francia, donde hay casi más premios que novelistas y donde nadie queda virgen de tanto premio, estos pierden su valor”.

Otros de los premios ganados por Lemaitre son: a la Primera Novela Policíaca del Festival de Cine Policiaco de Cognac por su novela Irene; el Crime Writers Association International Dagger Award y el de Lectores de Novela Negra de Livre de Poche, por Alex; el Dagger Award, por Camille; y el Premio del Salon du Polar junto con el Best Novel Valencia Negra, por Vestido de novia, anterior a su más reciente novela: Tres días y una vida, publicada el año pasado.

Estos reconocimientos no son sino el testimonio de una inmensa disciplina como escritor, desde su eterna atención a lo que veía ocurrir, hasta su transpiración en cada capítulo que termina y que es el anuncio de las páginas que le faltan por llenar; y de su lucha por demostrar que el género negro también aborda todas las frecuencias del alma y denuncia los horrores de la época, mejor dicho: por demostrar que es un género digno de tildarse como ‘buena literatura’.

Lemaitre estudió y dedicó sus años en gran parte a la psicología. Eso sí, nunca dejó a un lado la literatura: de esta dio clases. El primer libro que lo marcó fue Sin familia, de Hector Malot, “una historia en la que se llora enormemente. “Tenía once años, realmente la amé”.

Este francés (que considera la literatura francesa como una de las más grandes del mundo, pero no la más, aunque los Nobel demuestren otra cosa), se decidió por escribir de tiempo completo cuando iba rondando los cincuenta años, como Saramago. Han pasado diez desde entonces, su obra se ha traducido a treinta idiomas, adaptando algunas de sus historias a la pantalla grande y la pantalla chica.

Cuando le pregunté por qué apenas devino en escritor, me respondió que uno no se vuelve escritor, sino que nace escritor: ”No es una carrera, es una vocación, escribir no es una técnica, es una cualidad inminente; siempre viví como escritor, vi la vida como novelista, veía historias por todas partes; después de medio siglo de reflexión (es una decisión que merece estar finamente pensada), decidí escribir novelas y, claramente, divagué entre todo eso que conocía de narratología (de la técnica)”.

Comprendí así que Lemaitre ha visto cada día de su vida mediante unos ojos obsesivos por descifrar toda escena que se presenta ante él, buscando retener el mínimo detalle que alcance a percibir para también componerlo en una ficción. “Yo vivo en el libro que escribo en el momento que lo escribo, no tengo un proyecto a largo tiempo, no tengo plan en la carrera, escribo novelas, es todo”. Bien dice este autor que es la ficción la que nos hace comprender la realidad, nunca al contrario.

Por Maria Paula Lizarazo

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