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Poemas de Federico García Lorca (Verso a verso)

En el marco de la Feria Internacional de la Poesía de Granada, presentamos una selección de poemas de Federico García Lorca: este evento se celebrará en la Huerta de San Vicente, la casa en la que el poeta vivió durante varias temporadas.

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05 de mayo de 2025 - 09:19 p. m.
"'Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos', escribía García Lorca", dice Gonçalo Tavares en la última entrada de su Diario de la peste.
"'Se apagaron los faroles y se encendieron los grillos', escribía García Lorca", dice Gonçalo Tavares en la última entrada de su Diario de la peste.
Foto: Archivo Particular
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Poeta español, integrante de la célebre Generación del 27, es considerado una de las figuras más representativas de la literatura española del siglo XX. Fue asesinado en Granada durante la Guerra Civil Española, debido a su condición de republicano y homosexual.

El lunes 5 de mayo comienza en Granada la vigésima primera edición del Festival Internacional de Poesía de Granada, que se celebrará en la Huerta de San Vicente, la casa en la que Federico García Lorca vivió durante varias temporadas. Este espacio, que vincula a los asistentes con la vida y la obra del poeta, será el escenario para rendirle homenaje a su legado literario.

A continuación, presentamos una selección de poemas de García Lorca:

Cuerpo presente

La piedra es una frente donde los sueños gimen

sin tener agua curva ni cipreses helados.

La piedra es una espalda para llevar al tiempo

con árboles de lágrimas y cintas y planetas.

Yo he visto lluvias grises correr hacia las olas

levantando sus tiernos brazos acribillados,

para no ser cazadas por la piedra tendida

que desata sus miembros sin empapar la sangre.

Porque la piedra coge simientes y nublados,

esqueletos de alondras y lobos de penumbra;

pero no da sonidos, ni cristales, ni fuego,

sino plazas y plazas y otras plazas sin muros.

Ya está sobre la piedra Ignacio el bien nacido.

Ya se acabó; ¿qué pasa? Contemplad su figura:

la muerte le ha cubierto de pálidos azufres

y le ha puesto cabeza de oscuro minotauro.

Ya se acabó. La lluvia penetra por su boca.

El aire como loco deja su pecho hundido,

y el Amor, empapado con lágrimas de nieve

se calienta en la cumbre de las ganaderías.

¿Qué dicen? Un silencio con hedores reposa.

Estamos con un cuerpo presente que se esfuma,

con una forma clara que tuvo ruiseñores

y la vemos llenarse de agujeros sin fondo.

¿Quién arruga el sudario? ¡No es verdad lo que dice!

Aquí no canta nadie, ni llora en el rincón,

ni pica las espuelas, ni espanta la serpiente:

aquí no quiero más que los ojos redondos

para ver ese cuerpo sin posible descanso.

Yo quiero ver aquí los hombres de voz dura.

Los que doman caballos y dominan los ríos;

los hombres que les suena el esqueleto y cantan

con una boca llena de sol y pedernales.

Aquí quiero yo verlos. Delante de la piedra.

Delante de este cuerpo con las riendas quebradas.

Yo quiero que me enseñen dónde está la salida

para este capitán atado por la muerte.

Yo quiero que me enseñen un llanto como un río

que tenga dulces nieblas y profundas orillas,

para llevar el cuerpo de Ignacio y que se pierda

sin escuchar el doble resuello de los toros.

Que se pierda en la plaza redonda de la luna

que finge cuando niña doliente res inmóvil;

que se pierda en la noche sin canto de los peces

y en la maleza blanca del humo congelado.

No quiero que le tapen la cara con pañuelos

para que se acostumbre con la muerte que lleva.

Vete, Ignacio: No sientas el caliente bramido.

Duerme, vuela, reposa: ¡También se muere el mar!

El romance de la luna, luna

La luna vino a la fragua

Con su polisón de nardos.

El niño la mira mira.

El niño la está mirando.

En el aire conmovido

mueve la luna sus brazos

y enseña lúbrica y pura,

sus senos de puro estaño.

–Huye luna, luna, luna.

Si vinieran los gitanos

harían de tu corazón

collares y anillos blancos.

–Niño, déjame que baile.

Cuando vengan los gitanos,

te encontrarán sobre el yunque

con los ojillos cerrados.

–Huye luna, luna, luna,

Que ya siento sus caballos.

–Niño, déjame, no pises

mi blancor almidonado.

El jinete se acercaba

tocando el tambor del llano.

Dentro de la fragua, el niño

tiene los ojos cerrados.

Por el olivar venían,

bronce y sueño, los gitanos.

Las cabezas levantadas

y los ojos entornados.

¡Cómo canta la zumaya,

ay cómo canta el árbol!

Por el cielo va la luna

con un niño de la mano.

Dentro de la fragua lloran,

dando gritos, los gitanos.

El aire la vela vela.

El aire la está velando.

Preciosa y el aire

Su luna de pergamino

Preciosa tocando viene

por un anfibio sendero

de cristales y laureles.

El silencio sin estrellas,

huyendo del sonsonete,

cae donde el mar bate y canta

su noche llena de peces.

En los picos de la sierra

los carabineros duermen

guardando las blancas torres

donde viven los ingleses.

Y los gitanos del agua

levantan por distraerse,

glorietas de caracolas

y ramas de pino verde.

* * *

Su luna de pergamino

Preciosa tocando viene.

Al verla se ha levantado

el viento que nunca duerme.

San Cristobalón desnudo,

lleno de lenguas celestes,

mira a la niña tocando

una dulce gaita ausente.

Niña, deja que levante

tu vestido para verte.

Abre en mis dedos antiguos

la rosa azul de tu vientre.

Preciosa tira el pandero

y corre sin detenerse.

El viento-hombrón la persigue

con una espada caliente.

Frunce su rumor el mar.

Los olivos palidecen.

Cantan las flautas de umbría

y el liso gong de la nieve.

¡Preciosa, corre, Preciosa,

que te coge el viento verde!

¡Preciosa, corre, Preciosa!

¡Míralo por dónde viene!

Sátiro de estrellas bajas

con sus lenguas relucientes.

* * *

Preciosa, llena de miedo,

entra en la casa que tiene,

más arriba de los pinos,

el cónsul de los ingleses.

Asustados por los gritos

tres carabineros vienen,

sus negras capas ceñidas

y los gorros en las sienes.

El inglés da a la gitana

un vaso de tibia leche,

y una copa de ginebra

que Preciosa no se bebe.

Y mientras cuenta, llorando,

su aventura a aquella gente,

en las tejas de pizarra

el viento, furioso, muerde.

Árbol de canción

Caña de voz y gesto,

una vez y otra vez

tiembla sin esperanza

en el aire de ayer.

La niña suspirando

lo quería coger;

pero llegaba siempre

un minuto después.

¡Ay sol! ¡Ay luna, luna!

Un minuto después.

Sesenta flores grises

enredaban sus pies.

Mira cómo se mece

una vez y otra vez,

virgen de flor y rama,

en el aire de ayer.

En el blanco infinito...

En el blanco infinito,

nieve, nardo y salina,

perdió su fantasía.

El color blanco, anda,

sobre una muda alfombra

de plumas de paloma.

Sin ojos ni ademán,

inmóvil sufre un sueño.

Pero tiembla por dentro.

En el blanco infinito,

¡qué pura y larga herida

dejó su fantasía!

En el blanco infinito.

Nieve. Nardo. Salina.

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