Poesía de emergencia

En las calles de Inglaterra hay una ambulancia abierta para cualquiera que sienta un malestar físico o emocional.

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
JULIANA MUÑOZ TORO
26 de octubre de 2018 - 02:00 a. m.
Gustavo Torrijos - El Espectador
Gustavo Torrijos - El Espectador
Foto: GUSTAVO TORRIJOS
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

Adentro se ve un cómodo sillón, unos frasquitos que en vez de pastillas tienen versos enrollados, una mujer que no es doctora, sino poeta. Es The Emergency Poet (La Poeta de Emergencia), que preguntará por síntomas, hábitos de lectura, corazonadas... Ay, poeta, dirán, me duele el pecho porque amo demasiado. Poeta, no sé a dónde va mi vida y además me mordí la lengua. Oh, no me hallo ni aquí ni allá. Y ella, Deborah Alma, recetará un poema. 

¿Imaginan que en vez de medicina nos formularan un poema de Darío Jaramillo en la mañana, tres dosis de Rómulo Bustos antes de dormir o una consulta prioritaria con Emily Dickinson, la especialista en observar la naturaleza? ¿Por qué no tenemos una o dos o mil ambulancias de esas en Colombia? A veces son píldoras en rima lo que necesitamos, una metáfora lo que puede salvar nuestras vidas o saber que no estamos solos en cómo hemos sentido. La experiencia humana dicha desde la poesía, el arte, la literatura, la música… todo aquello que expresa una forma única de ver el mundo se podría recetar como medicina. A veces son píldoras en rima lo que necesitamos, una metáfora lo que puede salvar nuestras vidas o saber que no estamos solos en cómo hemos sentido. La experiencia humana dicha desde la poesía, el arte, la literatura, la música… todo aquello que expresa una forma única de ver el mundo se podría recetar como medicina.

Inspirada por Alma, hice el irresponsable ejercicio de recetar poemas por Instagram (@julianadelaurel). Me llegaron todo tipo de bellas preguntas: “Me aferro a lo intangible”, a lo que receté Certidumbre, de Dickinson, una vez al día; “acompañar a mi abuela en sus últimos días de vida”, respondí conmovida que El idioma secreto, de María José Ferrada, hablaba sobre eso y que podía leerlo en voz alta junto a su abuela (“Cuando mi padre nació, / mi abuela bordó para él una pequeña explicación de la vida. / Llegas al mundo un día. / Te abrigarán las flores y los pájaros”).

También escribieron los ansiosos del futuro, a quienes formulé Velas, de Kavafis (“Los días del futuro están delante de nosotros / como una hilera de velas encendidas”); y a quienes sentían que perdieron el rumbo les recomendé esta píldora de Martha Kornblith, quien nunca se encontró: “Hoy / se me ha perdido el mundo. / Es a mi propio extravío / lo que busco”. “Quiero escuchar mi voz interna”, escribieron, y yo saqué mi frasco con frases de Alejandra Pizarnik: “Pero el silencio es cierto. Por eso escribo. Estoy sola y escribo. No, no estoy sola. Hay alguien aquí que tiembla”. Finalmente, al que se mordió la lengua le pedí repetir tres veces Mandelstam, Mandelstam, Mandelstam.

Estoy convencida de que un buen poema nos permite hacer sentido de lo que podría ser una masa amorfa dentro de nosotros: el duelo, la ansiedad, la incertidumbre. Entender aquel “síntoma”, aunque sea inventándose la respuesta, pues en el entendimiento siempre se encuentra algo de sosiego.

Por JULIANA MUÑOZ TORO

Conoce más

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.