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¿Por qué se quedaron en Armero?

Juan David Correa, periodista y escritor, decide emprender un viaje que lo devuelve a la tragedia que borró un pueblo de Colombia.

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Sara Araújo Castro
03 de noviembre de 2010 - 10:59 p. m.
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Encontrar las palabras precisas para describir algo que nunca antes habían imaginado, algo más exacto que una sensación general, un recuerdo fantasioso o una conjetura, formaba parte del propósito de Juan David Correa Ulloa cuando empezó a escribir la  crónica literaria El barro y el silencio (Planeta), que recorre Armero  antes y después de aquel 13 de noviembre en 1985 cuando el pueblo entero desapareció.

Él, que también es una víctima pues sus abuelos murieron bajo el lodo y el patrimonio de su mamá quedó enterrado en las estrategias de las aseguradoras para no pagar el riesgo de avalancha que habían asegurado, también quería entender. ¿Por qué nadie se fue?, ¿Por qué no se oyeron las señales de alerta en la prensa? ¿Por qué el arraigo fue más fuerte que la evidencia?

“No quería una investigación exhaustiva, por eso no hay archivos que dan cuenta del desfalco de Resurgir, la entidad que manejó los recursos. Volví a los periódicos de la época y a la memoria de las personas que como mi abuelo (preparadas, que tenían la capacidad de tomar decisiones informadas) habían convivido con las señales, con la lluvia de ceniza y la información que se dio”, explica Correa, quien admite que sólo cuando volvió con su mamá al lugar en 2010 entendió que eso también era parte de él.

“En una charla sobre el libro, una estudiante me contó que nació en Armero y siendo bebé sobrevivió a la tragedia, en la cual su padre murió, y que por años lo había negado a sí misma y a los demás. Como Juan Antonio Gaitán, quien acepta que para vivir tenía que dejar el pasado atrás. Creo que la mente tiene el poder de defendernos ante lo inexplicable porque convivir con la nada es imposible”, cuenta Correa.

La otra posibilidad es sembrar ahí en las ruinas y mirarlas permanentemente. Lo que hizo Francisco González, otro de los personajes de esta historia, para quien recuperar la memoria de Armero se convirtió en su proyecto de vida, como si exhumar el pasado fuera indispensable para sembrar el futuro.

Correa viaja y regresa al presente con testimonios que siendo cercanos a él también se hacen cercanos a quien lee y que representan la historia de todos los que perdieron hasta el cementerio para llorar a sus muertos. Al final, encontró respuesta a su propia historia: “Creo que él sabía. Mi abuelo, quien había escogido Armero para vivir, también decidió morir ahí”. No se sabrá, pero al menos queda la esperanza de que pudo escoger y eso, en algún sentido, lo salva”.

 8:00 p.m., Biblioteca Fundadores, Gimnasio Moderno. Cale 74 Cra. 9ª.

Por Sara Araújo Castro

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