El Magazín Cultural
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Por un arte que incomode

Esta es la reflexión de un artista visual que alaba un arte crítico, independiente de lo político y las dinámicas del mercado.

Germán Camilo Téllez Muñoz*
19 de septiembre de 2014 - 01:45 p. m.
‘Las pecadoras’, de María Eugenia Trujillo.  / Cortesía
‘Las pecadoras’, de María Eugenia Trujillo. / Cortesía

Cuando uno se encuentra con una sociedad en la que nadie está tratando de censurar lo que el arte muestra —es posible que se hayan encontrado con uno o dos casos—, las personas que la conforman han llegado al punto de respetar la crítica, asumirla, conversar y crecer con ella, y han entendido que el arte hace mucho se sacudió la obligación de ser “bonito” y “complaciente”. El segundo caso es que el arte que se produce en esa sociedad no logra incomodar a quienes representan los intereses de la tradición y, por el contrario (por muchas razones posibles), se ha inscrito dentro de los valores capitalistas, de consumo, y tal vez, como unas tijeras de punta roma, ha sido diseñado para cumplir una función (estatus, inversión, decoración, etc.) sin representar un peligro, una amenaza.

Quien crea que Colombia —que para muchos sigue siendo el país del Sagrado Corazón— hace parte del primer grupo, vive en un país distinto al mío, porque aquí todo, desde la política hasta el fútbol, nos demuestra a diario que la opinión del otro, la diferencia y la crítica no se tienen en alta estima. La actual arremetida de la tradición contra un arte que molesta demuestra la necesidad de tal arte, porque indistintamente de si se quiere calificar las obras apelando a los adjetivos “bueno”, “regular” o “malo”, su sola presencia ha servido para revelar las intenciones medievales de algunos grupos en Colombia, a los que su protagonismo en otros campos les ha dado el valor para atacar de nuevo, como en otras épocas, las verdades que el arte pone de frente.

No sé si lo malo es que esto pase una vez, o que no pase más. No es que me parezca justo tratar de silenciar a un artista, cualesquiera sean sus ideas, pero lo que ocurrió hace unas semanas con la exposición Mujeres ocultas, de la artista María Eugenia Trujillo, deja la sensación de que les fue tan fácil, a quienes representan una posición tradicionalista, atacar esta muestra en particular por ser casi la única que sobresalió entre el montón, que pudo despertar la necesidad de atacar, que se salió del tipo que han aprendido a ignorar.

Creo que, en parte, es culpa del mismo medio de los artistas, que en lugar de atajar goteras con exposiciones contestatarias, agresivas, progresistas y críticas, difíciles de digerir y, para algunos, imposibles de tolerar, la mayoría se mueve entre lo complaciente, lo bonito, lo chic, lo simplemente aburrido o lo “conceptualmente” interesante, que muchas veces se queda en el chiste interno de la comunidad de artistas y no hace suspirar a nadie por fuera de ella.

Seguramente algún lector ya habrá pensado en tres o cuatro ejemplos de obras tal vez mucho más arriesgadas e irreverentes que la que ha despertado esta conversación —yo mismo tengo unos seis, y los que saben más podrán dar diez o quince—, pero es probable que quienes tienen esos ejemplos hagan parte de una comunidad que cada día se hace más hermética, que, como una sociedad secreta, se ha hecho de símbolos y palabras incomprensibles que sólo sus integrantes conocen.

Paradójicamente esa es la comunidad del arte, que, en teoría, debería poder hablarles a todos. En su versión más crítica y contestataria, sin embargo, termina interpelando sólo a unos pocos que probablemente, y de entrada, ya están de acuerdo con lo propuesto. El filo que hace falta en el arte colombiano (que lo hay poco, pero lo hay) no es sólo aquel que dice verdades incómodas, sino el que permite a esas verdades atravesar y cruzar las muchas capas socioculturales del universo en que vivimos. Nos hace falta hacer más arte que moleste a quienes lo inspiran, movernos de vez en cuando, cada uno, por lo menos un centímetro por fuera de lo “amable” y recuperar la reacción de la gente; que se haga visible que los artistas están diciendo cosas, y no vendiendo cosas, o haciendo cocteles para sonreírse y darse palmaditas en la espalda con los amigos mientras se recuerdan entre vinitos lo inteligentes que son.

No se trata de hacer escándalo por hacer escándalo. El buen arte no se mide en sonrisas y tampoco en la cantidad de insultos que despierte. Pero, siendo francos, para los chistes existe Tumblr y para lo bonito está Instagram, que son gratis y personalizados. El arte en Colombia se merece más exposiciones que quieran censurar, para que seamos más los que peleemos en contra de esa censura, para que no queden suficientes medios para hacerlo con todos.

Hay muchas cosas que deben ser dichas, denunciadas, a pesar de que haya muchos que no quieren que se digan. El problema no es el conflicto que allí surge, sino que, por no decir nada, por no manifestarnos, se la estamos dejando muy fácil a quienes hacen un arte ideológico o puramente comercial. La crítica se queda entre líneas. Lo curioso es que, en medio de la polémica, los artistas (y ahí me monto en ese bus) estamos dando la pelea en las redes sociales, con un breve comentario de desaprobación y firmando un par de peticiones online, pero hacerlo es como ser un león que se defiende con la cola. El lugar de nuestra lucha contra la censura debería estar en los lugares donde está el arte mismo: en la calle, en las galerías, en los museos, en las exposiciones colectivas, en nuestros propios talleres, haciendo arte que provoque, que rete al establecimiento, que nos una en un frente contra el oscurantismo. No hay victoria en lograr que se haga la exposición por medios burocráticos, sólo para volver a hacer cuadritos que se vendan, exposiciones para pasear por espacios atestados de artículos kitsch o ferias de arte donde el pop manda la parada, porque es lo que más se vende.

Mi simpatía, mi apoyo y mi respeto están con los artistas que se enfrentan al establecimiento para mostrar sus obras. Me genera un malestar visceral que los censuren a favor de una moral torcida que desprecia todo lo que, como un espejo, refleja su hipocresía.

Mujeres ocultas’

El 28 de agosto, día en que se inaguraba en el Museo Santa Clara la muestra ‘Mujeres ocultas’, de la artista María Eugenia Trujillo, el Tribunal Administrativo de Cundinamarca ordenó suspender temporalmente la exposición, luego de recibir alrededor de 80 tutelas —muchas de ellas interpuestas por personas vinculadas a la organización Voto Católico— que denunciaban el carácter ofensivo de las piezas. El pasado 10 de septiembre las medidas cautelares fueron levantadas: “La autorización que se diera a la exposición responde a los principios éticos de la práctica museística, la libertad de expresión, la pluralidad y la diversidad cultural”. Desde entonces, la exposición está abierta al público

 

 

alegatotellez@hotmail.com

* Maestro en Artes Visuales de la Universidad Javeriana.

Por Germán Camilo Téllez Muñoz*

 

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