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¿Y cómo aman los maricas viejos? ¿Acaso vuelven a las sombras donde habían resguardado por primigenia vez sus deseos disidentes y sus amores oblicuos? Me pregunté al ver Estancia, y de cierto modo verme, como en rayos indirectos, reflejado en ese espejo empañado y agrietado, a quien el tiempo le pasó factura, pero que, aún así, sigue ofreciendo una imagen posible.
En Estancia, una película documental, dirigida por Andrés Carmona Rivera y producida por Mauricio Carmona Rivera, esa idea, casi descartada en el mundo público, del amor y el cuidado entre hombres sexo disidentes en la vejez se impone. En una casa que parece tener infinitos cuartos, ilimitadas sombras y muchísimas ventanas, una casa con cara de guarida, de nido, de madriguera a quien el tiempo le respira en la nuca casi que en simultáneo con sus propios habitantes, el amor oblicuo entre ancianos se revela y nos obliga a mirarlo a la cara y a contemplarlo como una declaración y un rito.
Quiero concentrarme solo en este aspecto, aunque por supuesto, como toda producción artística, y Estancia sí que lo es, nos ofrece un universo amplio de interpretaciones, el amor oblicuo y triangular entre ancianos, que se fuga del relato monótono y nos desliza por las formas complejas del deseo que se sirve de sombras para aumentar su intensidad y garantizar su existencia, es para mí la potencia creadora y reveladora de la obra.
Por los juegos mezquinos de producción del cuerpo en el capitalismo, el amor en sus múltiples formas ha sido instalado como una obsesión ilusoria en los cuerpos jóvenes y en la exaltación ruidosa de su belleza efímera que solo parece revelarse a una temprana edad. Como un eco hiperbólico esta sentencia se encarna con mayor radicalidad en aquellos sujetos que han sido nombrados y representados en clave de fuga o disidencia de un orden sexual hegemónico. Pero en Estancia el amor, que se resguarda en las sombras, se carga de iconos, objetos, ternura y horizonte, abunda y se manifiesta. Como una metáfora de todo aquello que es amenazado con los ruidos contemporáneos y sus formas artificiales y crudas, Estancia es un refugio y un templo que no sucumbe a los embates del tiempo. En aquella casa, las sombras enaltecen y la luz de todas las ventanas se derrama como una iluminación. Afuera el mundo sigue, adentro, el amor con sus ritmos altisonantes y sus complejidades se detiene y se acurruca entre nostalgias e indiscreciones. Ese amor desobediente y osado define la trama de Estancia, haciendo partícipes a quienes lo observan y seduciendo incluso a su equipo de producción. Un amor entre hombres, entre generaciones, entre realizadores y personajes, es justo lo que ocurre en Estancia.
Estancia es también un guiño histórico en clave disidente, sus personajes nos conectan con el mundo Del ambiente para hacer emerger ese circuito subterráneo de hombres, mujeres y personas trans que desde los años cincuenta, del siglo pasado, habían conquistado entre sombras y lenguajes estratégicos rincones, sótanos y cantinas para amar y volver festivas sus vidas exiliadas o suspendidas. En el corazón de la ciudad, en un juego de osadía y bajo un despliegue de códigos y formas simbólicas se colonizó un territorio de machos bravíos; allí entre el tufo del guaro, sudor, almizcle y tabaco, los hombres de ambiente fueron agrietando los sitios hasta conquistar un lugar y apropiarse de él para volver maricón el centro y disidente sus bordes. Guiñar un ojo o enviar una cerveza se fueron convirtiendo lentamente en modos atrevidos de seducción, aceptar la ofrenda o reírse con disimulo, abrían el horizonte del encuentro y les daba fuga a aquellos placeres contenidos.
Donde las águilas se atreven fue el bar donde Memo y Álvaro, dos de los protagonistas del documental, en medio de varias cervezas cruzadas, iniciaron su romance, dejando en el camino otros amores desengañados; por allí también se enamoraron y rumbiaron miles de maricas que arriesgando todo a su suerte cruzaron el umbral de esa Avenida Primero de Mayo para jugarse la existencia en un lugar de ambiente cuya sola existencia ya enunciaba osadía y peligro. Por el bar Sayonara, diagonal a la Estancia, pasaron las tardes entre las peleas del amor rutinario, conversaciones eternas con las lesbianas cómplices del lugar y uno que otro nuevo amante que, desafiado los ruidos de la monogamia se atravesaba entre los dos como anunciando siempre una trinidad necesaria. En paralelo, las mujeres trans, nombradas en los años sesenta como “falsas mujeres” a punta de calle y soportando los innumerables canazos por el escándalo público que suponían sus cuerpos, insistieron en sí mismas una y mil veces hasta domar este pueblo pacato y desvergonzado y acostumbrarlo a las disidencias y al poder transgresor de cuerpos desobedientes. Estancia es también este relato, resguardado entre los claroscuros que nos refleja una ciudad que se ha ido borrando en grises y otra que resplandece por las ventanas en infinidad de colores.
* “Estancia” tendrá su estreno en Medellín este 12 de junio a las 6:30 pm en el MAMM y en Bogotá el 13 de junio a las 7:00 pm en la Cinemateca Distrital. También hace parte de la edición 2025 del Ciclo Rosa que se realiza en la Cinemateca de Bogotá entre el 18 y el 30 de junio y en Medellín el 2 de julio en el Colombo Americano. Esta ópera prima de Andrés Carmona Rivera con la producción de Mauricio Carmona Rivera, llega a las salas de cine de Colombia a partir del 12 de junio.
Por Guillermo Correa Montoya * / Especial para El Espectador
