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Donde nacen las derrotas
En el capítulo semanal de la inolvidable serie Los años maravillosos, Kevin Arnold, ya adulto, dice: «Recuerdo un lugar, un suburbio, una casa, una casa como muchas casas, un patio como muchos otros patios, una calle como muchas otras calles. Pero lo curioso es que después de todos estos años aún lo recuerdo maravillado». Así se bajó el telón de esta serie que acompañó durante cinco años semanalmente a tantos adolescentes a finales de los ochenta hasta instalarse en la memoria afectiva para siempre. Ese final podría ser perfectamente el desenlace de una épica que viene de los barrios y sus imaginarios desde donde no solo se construye el carácter y la identidad, sino que se le da sentido total a la formación emocional y sentimental de tantos.
Aquel suburbio de Kevin Arnold, su familia y sus amigos bien podría ser el escenario de La Negra Luna y Los Siete Bobos del Paraíso, la novela polifónica, nostálgica y de una honestidad y una belleza que evoca la historia de una generación marcada por el desencanto, la rivalidad fraterna y la búsqueda de una voz propia en una Colombia fracturada y fragmentada en mil astillas y que su autor, Álvaro Perea, nos entrega con la misma generosidad con la que nos ha entregado anteriormente tantos relatos, crónicas, guiones e historias porque, ante todo, él ha sido un contador de historias que van desde el formato escrito hasta el lenguaje audiovisual que siempre ha manejado con talento.
Fiel a esa trayectoria en el periodismo de investigación, la narrativa audiovisual, la crítica social y la memoria cultural del país, Álvaro Perea escribe una novela como una suerte de epopeya de un mundo que nació y se derrumbó y desde la mitología de un barrio bogotano que el lector reconocerá como el Paraíso y cuyas coordenadas son las del legendario barrio Pablo VI, uno de esos barrios que no solo trazan mapas afectivos y geografías personales desde los acentos y códigos culturales de quienes lo habitan, sino que evoca una ciudad que ya no existe, pero que muchos de sus vestigios todavía se reconocen en las fachadas de sus edificios y sus esquinas y andenes.
Desde el primer capítulo, la novela desdobla su argumento en múltiples niveles narrativos y temporales. Podemos ser testigos de la fundación de un mundo con sus primeros migrantes y habitantes hasta el hastío final y el retrato de una sociedad que se desmorona a la par que se van quebrando sus personajes que no encajan en un mundo que pareciera premiar lo uniforme e inauténtico. Yo nací en el barrio Palermo y crecí en Sears (después Galerías) y esos serían a la postre los escenarios de todas mis emociones. Para quienes vivíamos en Sears, occidente nacía en Pablo VI. Cuando la buseta «El Sol» con destino final Germania aparecía sobre el puente de la calle 53 con carrera 30 se ratificaba aquella intuición. Desde allí venían unos ciudadanos devotos de su barrio y que hablaban una jerga muy de ellos con sus inflexiones y gramáticas.
Por esos días, a quienes vivían en Pablo VI los cubría un aura de leyenda. Sabíamos bien del sentido de pertenencia de cada uno con el barrio y mirábamos con cierta envidia el saber que tenían teatro y bolos como si se tratara de un privilegio exclusivo para ellos y como si se tratara de una logia a la que solo se accedía con un santo y seña exclusivo de los habitantes de Pablo VI o el Paraíso. Por eso Álvaro Perea se ha convertido en el cronista de su barrio, en el que ha vivido toda su vida y ha sabido interpretar sus símbolos y su destino. A través del barrio se ha contemplado la historia de la ciudad y si bien la historia, la tragedia y el destino han sido comunes a todos los que hemos vivido crecido y vivido en Bogotá, cada barrio ha pintado de matices las experiencias humanas frente a los grandes acontecimientos.
Todo eso aparece cargado de nostalgia y también de frustración en las páginas de La Negra Luna y Los Siete Bobos del Paraíso. Yo supe que Perea sería el gran cronista de su barrio cuando leí, en el libro El fútbol se lee, su relato «Todos los que amamos el fútbol somos iguales» donde, sin duda, está también la semilla de esta novela. En ese relato, el autor nos lleva de la mano por diferentes momentos de nuestra historia del conflicto y de la guerra desde los ojos inocentes de un ciudadano de Pablo VI que juega fútbol y sueña con ser un goleador mientras el país se desbarata en la violencia.
Por ejemplo, cerca del prado donde jugaban «la recocha», la guerrilla del M-19 tuvo la indelicadeza de arrojar el cadáver del líder sindical José Raquel Mercado lo que llevó al «combo» de amigos a organizar el torneo relámpago con el nombre del líder asesinado. En la novela no solo está la violencia, la evolución o involución de una sociedad sino la banda sonora y los íconos culturales de una generación que, a pesar del escepticismo y el desencanto, nunca perdió la capacidad de soñar e ilusionarse.
La novela se lee con esa banda sonora de fondo, que va desde el rock, el pop hasta la salsa, el merengue y las canciones religiosas de los colegios católicos de esos días y, desde la vida privada de los protagonistas, se asoma el lector a la historia contemporánea y a los hechos de la época con sus magnicidios y tragedias naturales como la toma del Palacio de Justica y la avalancha de Armero. Y es que el Paraíso de Álvaro Perea limita con el mismo país: con la Universidad Nacional y el Estadio Nemesio Camacho «El Campín», con el Parque de los Novios y el Simón Bolívar donde siempre han ocurrido los grandes acontecimientos sociales y culturales de la ciudad desde conciertos hasta la visita de los papas Pablo VI y Juan Pablo II; y no importan los nombres de los barrios porque, como bien se arma en la novela, entre más feos sean los barrios más bonitos son sus nombres, un poco en concordancia con que entre más peligrosos sean mejor son sus empanadas y panaderías.
¿Qué sería de la Glorieta de la 63 o de los clásicos contra la Esmeralda y la llegada de los Biyis si no fuera por la literatura que trae de regreso por un instante todos esos lugares y eventos que marcaron a una generación como el partido Colombia contra Argentina en 1985 en «El Campín» por las eliminatorias a México 86 después de haber renunciado nosotros a ser la sede de ese mundial? Aquella tarde nos permitió a muchos ver por una única vez a Maradona en vivo y en colores. Alejandro le arroja la famosa naranja al campo de juego que el diez de la selección argentina toma con gran destreza para hacer veintiuna en una demostración de habilidad, talento y poesía.
Bien arma Álvaro Perea que con ese acto de calentamiento comenzamos a perder el partido que a la postre quedó 1-3. Así, entre la evocación, la culpa nacionalista y el asombro ante el genio, Alejandro construye su narrativa y geografía de afectos. Se trata para mí de una novela que tiene mucho de autoficción, realismo sucio, reflexión literaria, crónica personal y denuncia social; cuya prosa ágil y profundamente marcada por el habla coloquial de Bogotá nos permite asomarnos a un mundo lleno de autenticidad y verosimilitud.
Es una novela que divierte y duele y que nos retrata una Bogotá que ya no existe, pero que sobrevive en la memoria de quienes la vivimos y la disfrutamos. Es un homenaje a la derrota y a los perdedores que son nuestros antihéroes cotidianos y que siempre creerán que antes de la muerte habrá redención. Porque hay libros que no se leen, sino que se habitan y La Negra Luna y los Siete Bobos del Paraíso es uno de ellos. Una novela que no se olvida porque está escrita con las obras del alma y de una ciudad que ya no existe. Álvaro Perea ha escrito un acto de amor por los suyos, por su calle, por su barrio, por todos aquellos que soñaron con cambiar el mundo desde una esquina cualquiera y que, aunque no lo lograron, perduran en la memoria de los afectos. Álvaro sabe que la literatura no es solo hablar con los otros, sino volver al lugar donde fuimos felices para que al recorrerlo duela un poco menos. El lector encontrará una novela humana, demasiado humana, donde se hace visible el anonimato, la ternura y las hazañas que no se dan en un campo de batalla sino en una banca, en un andén que como bien diría Kevin Arnold todavía recordamos maravillados.
* Federico Díaz-Granados es un poeta, periodista y gestor cultural. Álvaro Perea Chacón es un periodista, casado y con tres hijos, que ha cursado maestrías en ciencia política y en guion. Profesionalmente, ha perdido más premios de los que ha ganado, pero entre estos últimos están un concurso de cuentos bogotanos, el Simón Bolívar de periodismo, el Effie de Mercadeo y el India Catalina de televisión dos veces. También ha sido guionista y director de películas y programas de televisión como El Urbílogo, De sicario a youtuber, Cuando Colombia se volvió Macondo, Una selfie con Timochenko y Frente al espejo. Actualmente, está escribiendo un proyecto de ficción sobre el boom latinoamericano y dirigiendo una película titulada El descubrimiento de España. Sus trabajos se han visto en algunos festivales, no muchos, como el de Biarritz y el Input Mundial.