El Magazín Cultural

Psicopolítica, posverdad y elecciones

En Humano, demasiado humano Nietzsche sostuvo: “El carácter demagógico y la intención de influir sobre las masas son actualmente comunes a todos los partidos políticos: a causa de la intención citada, todos ellos están obligados a transformar sus principios en grandes estupideces al fresco y pintarlos así en las paredes”. Es exactamente este carácter demagógico el que impera en el actual clima electoral. En él, sólo importa “influir sobre las masas”. Eso es lo que interesa a los partidos, independientemente de los principios, es más, sin importar los principios.

Damián Pachón Soto
04 de noviembre de 2017 - 02:46 p. m.
Archivo particular
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En teoría, los partidos políticos son instituciones modernas, que debido a la diversidad de la sociedad, nacieron para representar y gestionar sus intereses. Sin embargo, en una época de crisis de la democracia donde obtener el poder es lo fundamental, esta función de los partidos se ha degrado y tergiversado. En la actualidad, opera la versión mercantilista de la democracia, donde ésta es considerada como una mercancía más, y los electores son considerados como los compradores. Los partidos ofrecen, y los ciudadanos consumen. Es el modelo que describió Schumpeter en Capitalismo, socialismo y democracia.

Este modelo no tendría nada de problemático, si en efecto, los partidos ofrecieran programadas variados y acordes a las necesidades de los sectores, grupos sociales o de interés que dicen representar. Igualmente, si los electores, con cierta cultura política, pudieran elegir entre la oferta y la visión de sociedad y bienestar común que desean, de tal manera que la mayoría democrática se impusiera hegemónicamente, desde luego, respetando a las minorías, esto es, si se diera una verdadera y sincera contienda democrática. Sin embargo, lo que impera hoy en el país es la mezquindad generalizada, donde sólo importa quedarse con el poder y su gran torta burocrática. Este es el sueño de los políticos tradicionales y corruptos que conciben la política como botín del cual hay que apropiarse; es el sueño del político que carece de una ética de lo público, del político que asume su papel más como una actividad criminal, que como vocación de servicio a la comunidad.

El ganar las elecciones, para conservar los privilegios, por cualquier medio, lleva los partidos al uso de estrategias sucias, inmorales, carentes de argumentos. Es la bajeza la que impera y la mentira se convierte en un arma contra-democrática: las falsas noticias, la distorsión del mensaje del adversario, las falsas acusaciones, el macartismo, etc. Todas esas son formas perversas en la contienda democrática. Así opera la política colombiana actual, con excepción de algunos políticos decentes. El hecho de sembrar el terror con un supuesto castrochavismo, idea muy pobre en un país sin gobiernos de izquierda y superneoliberal; igualmente, relacionar al adversario con grupos que entregaron las armas y que están dispuestos a combatir por los votos, etc., ya es bastante sintomático. Es el proceder de Vargas Lleras, quien no sólo está re-significando el discurso del uribismo para quedarse con sus votos, sino que quiere sumir el país en el fenecido esquema de la Guerra Fría, mostrando un claro temor por el futuro.

Por eso, en la actual coyuntura electoral, se juntan psicopolítica y posverdad. La primera, juega con la psicología, para introducir miedos en el electorado, y así obtener el poder por medio del terror, azuzando los más profundos temores de la gente. Es ofrecer miedo, inseguridad, desastre, en lugar de ofrecer programas sólidos. Es la construcción de un psicograma colectivo, al estilo de las tácticas electorales que usó el nazismo, para acceder al poder en 1933; es la política de las emociones, basada en la manipulación y el agenciamiento de las mismas para obtener votos. De esta manera, la psicopolítica, como la llama Byung-Chul Han, toma el modelo de la psico-economía, del Big data, útil en el mercadeo, para asegurar la victoria electoral. En realidad, son las técnicas de la publicidad, de las industrias culturales, usadas para seducir y ganar adeptos entre esos “individuos amaestrados para la elección permanente”, que son la mayoría de electores actuales. Aquí, en la “era del vacío”, donde “todo lo sólido se desvanece en el aire”- hasta la decencia y la rectitud- todo es válido.

La segunda, la posverdad, se engrana como parte de la psicopolítica. Funciona como su medio y su herramienta. La posverdad es, en realidad, un engendro de la llamada posmodernidad que sepulta el viejo llamado a que “lo que se dice corresponda a la cosa”, realidad o hecho; es la renuncia a toda objetividad y referencia. De esta manera, la renuncia a la verdad, se pone al servicio de la manipulación de la psique de los electores, en beneficio de los políticos. El resultado, es la banalización de la democracia, gracias a un coctel que mezcla política de las emociones con nebulosidades sin referente y objetividad alguna. En la elaboración de éste coctel, se usan los llamados mass media, los cuales, en plena era digital y de la información, sirven para la manipulación generalizada de las masas, de los ciudadanos. Si la posverdad es una determinada creación o tergiversación de “lo real”, los mass media son sus canales de circulación…y el resultado, la democracia concebida como mero juego discursivo, sin contenido, espuria, rastacuera, en fin…su negación.

En Colombia, estas prácticas se exacerbarán en los próximos meses. De ahí que, para votar y elegir bien, hay que informarse, de manera variada y crítica; confrontando las opiniones, y tomando buenas decisiones. Sólo así veremos un futuro límpido, no empañado, ni truncado por una política que ha renunciado a la ética y la búsqueda del bien de las mayorías.

 

Por Damián Pachón Soto

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