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Punk para el posconflicto

A propósito de la reciente publicación del libro “Albeiro Lopera. Un fotógrafo en guerra”.

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Manuela Saldarriaga Hernández.
02 de noviembre de 2015 - 02:00 a. m.
Punk para el posconflicto
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Instinto de supervivencia, mas no de conservación. La doliente manifestación dentro de su cuerpo y tantas fuera de sí. Las sobrevivió todas, muchas, menos la última, claro: “Así nació entre ellos el mito de que tenía más vidas que un gato, nueve para ser exactos”. Albeiro Lopera, el 9, pudo haber corrido con una experiencia vital semejante a la de muchos que nacieron en la década del 70, en Medellín, o a la de aquellos que resistieron el salto de siglo, sin embargo, no sólo el cambiar una moto por una cámara y el encargo por una historia (de oficio mensajero), viene a ser uno de sus grandes rasgos. No fue un hombre con cara común; lo suyo era un rostro.

En principio –aunque en su final– quiere contar su historia o bien que alguien nos la cuente. Cómo, con qué tono y hasta dónde describir a alguien cuyo acto máximo de vanidad tal vez sea este, el de querer saber de sí en palabras de otro, no obstante: ¿ignoraba que no se mantendría en pie para leerse? Así que Alfonso Buitrago, escritor y periodista, fue quien se hizo cargo, no sin antes insistir en que lo acordaron entre ambos, eran amigos. Es entonces la primera inquietud, reitero: ¿con qué tono y hasta dónde? Y también el primer acuerdo: quien escribe lo decide. “No hay un orden lógico que explique la decisión de el 9 de convertirse en fotógrafo a menos que uno se empeñe en encadenar una serie de anécdotas en este relato: (…) Porque sí (…) Porque desde pequeño aprendió a mirarle la cara a la muerte”.

Advierto, en voz baja, que como las anteriores citaré en adelante palabras del periodista que ya tendrán habitación. Este plan, pues, se inició poco antes de que el 9 cediera ante el coqueteo de la muerte, de la “buenamoza”, “término popular que se refiere a la ictericia y a la hepatitis”. Buitrago escribía mientras que el fotoperiodista estadounidense Stephen Ferry, a quien el 9 conoció en la Operación Orión, operativo militar en la Comuna 13 de la ciudad, se encargaba de hacer la curaduría de las fotografías que publicarían en lo que sería un libro.

“Las fotografías del 9 no existen sin él”, dice Buitrago, quien además, como Ferry, descubre en la obra de Lopera una similitud con sus entrañas y con lo que fue su vida –o el ensayo de la misma (vaga interpretación punk, cadencia y credo del aludido)–. Así es como su archivo fotográfico revela la resistencia propia de un hombre con una gran afección hepática; soportó convulsiones, colangitis, cólicos, fiebres, desmemoria, una biliopatía por hipertensión de la vena porta, cirrosis, “una tuberculosis que le atacó el cerebro. Convulsionó, lo entubaron y le indujeron un coma”. Estuvo sedado durante 15 días, también en riesgo de un trasplante multivisceral y uno definitivo del hígado.

“Siempre estaba íntimamente cerca de los temas que fotografiaba, como si estuviera documentando su propia vida”. En consecuencia, revelaba un ambiente hostil mezclado con generosas licencias de embriaguez: el complemento opuesto, la miel de la amargura.

Trabajó para los medios El Mundo de Medellín; The Boston Globe, The Washington Post, The New York Times, The Miami Herald, la BBC, CNN, National Geographic y con largo aliento para la agencia Reuters. En esta a partir de 1996, en la que se consagró como corresponsal del conflicto armado en Antioquia y Chocó. Cubrió entrenamientos paramilitares, masacres, ataques guerrilleros, combates entre fuerzas ilegales y el ejército, patrullaje de autodefensas, levantamiento de cuerpos, jóvenes involucrados con el microtráfico de drogas, mineros, indígenas, niños excombatientes, mujeres en conflicto, naturaleza y fútbol. “Arropé la anarquía, el antisistema, la rebeldía, una forma de vestir distinta, y la idea de que todo estaba mal hecho”, expresaba el 9 citado por Buitrago.

Terminaron por suministrarle morfina y en febrero de 2015 murió. Ni Ferry ni Buitrago abandonaron el proyecto. No fortuitamente en la carátula amarilla del libro –como su piel y sus ojos– está ilustrado el número con el que lo distinguían, por su joroba, y encabeza el título “Un fotógrafo en guerra” (hago hincapié en la preposición). Tragaluz Editores acaba de publicarlo. En él se compila parte de su archivo fotográfico seleccionado en última instancia por el estadounidense y, como se ha expuesto, un perfil que se detiene con gracia y compasión en la época y destreza que formaron el carácter de este hombre. “Abandonó los temores del pasado y en su reemplazo acumuló rabia. La agresividad se convirtió en su arma de defensa personal, pero su cuerpo no dejaba de recordarle su fragilidad”.

Para Ferry, cada vez más en Latinoamérica hay una apuesta por destacar el trabajo de autor en el terreno del fotoperiodismo gráfico: “Al revisitar su archivo descubrí que había una intención por encontrar su voz. Se desprendió de toda lógica. Su trabajo artesanal (con las manos, el corazón y el cerebro) cumple una función social. Su vida fue ejemplo de dedicarse a un oficio en el que ésta se arriesga”. El principal propósito de este libro, para él, es contribuir con la memoria histórica del país. “Yo sigo tomando fotos de guerra para que un día no tenga que hacerlas o para que ningún joven las tenga que tomar”, decía con la ilusión de que su trabajo sirviera para encontrar la paz”, aseguró el 9 en palabras de Buitrago.

“Escribir sobre la vida de el 9 fue casi como meterse en un pogo”, reconoce el autor y continúa: “Uno se mete ahí y no sale igual. Era un hombre de coraje e ironía; escaso encontrar a alguien tan consecuente. Con una generosidad infinita, admiré de él el colegaje que creo aprendió en el barrio con los amigos justamente por la época en la que vivió su juventud. Su obra fotográfica –pese a la conciencia artística– es de un obrero del oficio”. Entrevistó a su familia, parejas, amigos y colegas, como corresponde, y en la lectura se sufre cada recaída tanto como se goza con el ímpetu de inmortalidad del personaje.

En 2014 el Museo Casa de la Memoria escogió a los fotógrafos de guerra Jesús Abad Colorado, el 9, Stephen Ferry y Natalia Botero para exponer en sala permanente su historia sobre el conflicto. Esta última, de hecho, fue una de las fuentes de Buitrago y quien tuvo a cargo la presentación del libro, amén de que colaboró con la elección de las fotografías para la publicación. Para ella este libro es importante porque además de haber sido amiga de el 9 –se conocieron en 1996, ella trabajaba para la revista Semana–, este hombre, en sus palabras, representa el estilo de alguien que trabajó silencioso sin ufanarse, dado que sus fotografías hablan por sí solas. En segundo término, porque con su ritmo fue víctima del contexto social y político, de una economía no solidaria y de condiciones laborales extremas e, igualmente, porque cubrió el conflicto como nunca antes se había vivido en el país, siempre tímido y escéptico con su trabajo. “El 9 debe crear un hito fotoperiodístico: una coherencia entre la forma de vida, la crítica social y la representación visual. Colombia no valora el reporterismo de guerra”.

El 9 se salvó de la “limpieza social” y por fortuna, gracias a su registro, no dejó limpia la historia de una ciudad y una región en las que se derramaba tanta sangre y donde la juventud tenía una amenaza latente de muerte. “Yo tenía dos caminos: ser sicario o ser punk”, lo cita Buitrago. Pronostico una leyenda y sugiero la lectura sobre alguien que fue un superviviente hasta de sí mismo y que a todos nos dejó secuelas.

Por Manuela Saldarriaga Hernández.

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