
Enrique Santos Discépolo y Carlos Gardel, dos inmortales del tango. / Cortesía
Y era un tango, un cambalache, como diría, en el que cualquiera era un señor y cualquiera era un ladrón, y se confundían unos y otros, y todos eran sospechosos de cualquier cosas, empezando por él, que rumiaba su amargura a puro tango y a puro whisky, tal vez para no agarrar una pistola y volarse los sesos, o para matar a alguien simplemente porque todos los alguien eran sospechosos. El mundo era un baile de farsantes, cada uno con una máscara distinta, pero en el fondo, casi todos disfrazados de lo mismo: de buenos y honestos y generosos. Él...
Por Fernando Araújo Vélez
Conoce más
Temas recomendados:
Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación