¿Puede alguien dudar de la nobleza del turmequé? A él llegamos por la pola y es la pola la que nos afina el pulso. O eso dicen. Vaya usted y compruébelo: cuentan los asiduos que las “agrias” bien administradas son las que aliñan una frustración tras otra hasta que llega la mecha. Y, entonces, explotan los brindis y las copas y otra picada, por qué no. Es el deporte nacional. Así lo consagró la ley 613 del año 2000, que impulsó el narrador deportivo y entonces congresista Édgar Perea. Pero ahora, el senador Antonio Navarro Wolff quiere que, además, sea patrimonio cultural inmaterial de la Nación. Sí, el turmequé. Esa disciplina ancestral de zipas y zaques que nació en la altiplanicie cundiboyacense hace más de 500 años, va en camino de ser reconocida como parte de nuestra personalidad colombiana. Como el Carnaval de Barranquilla, las fiestas de San Pacho en Chocó, las procesiones de Semana Santa en Popayán o las raíces de esos negros fantásticos de San Basilio de Palenque, Bolívar.
Navarro Wolff presentó este proyecto al Senado el pasado 18 de abril, pero la urgencia de una legislación para implementar los acuerdos con las Farc impidió que pudiera dársele trámite. Sin embargo, va a insistir en esta iniciativa en la legislatura que comienza hoy. “Es uno de los pocos juegos que se practican en el país que es absolutamente criollo, con raíces muiscas. La leyenda cuenta que los gobernantes indígenas lo jugaban con un disco de oro. Aquí en Colombia jugamos un montón de deportes, pero el turmequé es más nuestro que muchos de esos. Y si nosotros no lo resaltamos ni lo promovemos, nos estamos equivocando”, le dijo el parlamentario a El Espectador. Y seguidamente añadió: “Yo jugaba en los tiempos del M19. Todos los fines de semana íbamos al barrio La Victoria, muy cerca de la salida para Villavicencio”. Lo curioso es que ni en sus tiempos clandestinos ni posteriores de legalidad, Navarro Wolff ha ido a Turmequé, Boyacá, un pequeño municipio ubicado a escasos 105 kilómetros de Bogotá que en las remotas épocas previas a la conquista española era gobernado por el zaque de Hunza (hoy Tunja). “La tradición es que es el único deporte que permite la pola”, sostuvo al otro lado de la línea el curtido senador, quien contó que una carta del concejo de Turmequé ya les llegó a todos los senadores, con el fin de que en el segundo semestre de 2017 se le dé trámite al proyecto. La iniciativa pretende reconocer el municipio como “sede principal de la Nación del Juego al Turmequé (tejo), así como gestor y garante del rescate de esta tradición cultural y deportiva”.
El proyecto también estipula un Plan Especial de Salvaguardia del Ministerio de Cultura e incluir en el Banco de Proyectos de esa entidad el turmequé. Asimismo, autorizar partidas presupuestales nacionales, departamentales y locales para garantizar la protección, divulgación y rescate de esta tradición. Además, insistir en la promoción de la investigación histórica del juego para difundir de generación en generación de forma ininterrumpida. Y, por supuesto, también dispone construir un escenario con la infraestructura necesaria para eventos u olimpiadas nacionales e internacionales de turmequé.
La exposición de motivos del proyecto está llena de referencias documentadas por la comunidad turmequense en cabeza de los Vigías del Patrimonio Cultural del municipio, quienes escarbaron en las raíces de este juego prehispánico. “La tradición oral es enfática al afirmar que los muiscas empezaron a jugar al turmequé con piedras: una roca con un orificio en el centro se fijaba a cierta distancia y le lanzaban piedras pequeñas con el objeto de introducirlas en el orificio de la roca y quien lograba el cometido era el ganador, por lo tanto tenía derecho a lanzar de primero en la próxima jugada, consecutivamente, hasta que fallara”, advierte la investigación. El historiador Hugo Ángel Jaramillo complementa la tesis de que fue en Turmequé donde se gestó el juego. Una región en medio de dos gobiernos muiscas: el zaque como gobernante del Zacazgo, en el norte del altiplano cundiboyacense, y el zipa, como gobernante del Zipazgo, en el sur, en la sabana de Bogotá.
“Allá en los bastos dominios de zipas y zaques se encuentra la cuna del deporte autóctono de Colombia, también llamado tejo. La población de nombre indígena Turmequé era punto central del territorio del príncipe Guatavita, cuyas hazañas guerreras o deportivas eran admiradas por sus súbditos. Entre los deportes que practicaban, encontramos el lanzamiento de un disco de oro a gran distancia, al que se identificaba con el nombre de zepguagoscua, y en el que se dice era prácticamente imposible vencerlo”, refiere Jaramillo. Los cronistas de indias, según el proyecto, dejaron constancia de que caciques e indios apostaban al juego. “Una conocida leyenda muisca cuenta que Pedro Naizaque, uno de los caciques de Turmequé, tenía siete mujeres y a la llegada de la colonización empezó la tarea de erradicar la poligamia. Naizaque, frente a la dificultad de elegir a una de sus mujeres, las sometió al azar del juego al turmequé y así escogió a su única esposa”.
Las pesquisas históricas dan cuenta de que el turmequé no solo dirimió este tipo de conflictos amorosos. Entre los nativos de la época el juego sirvió para regatear los costos de los productos de la comunidad y “el precio que prevalecía era el de quien entrara al centro de la roca”. Es decir, el que hiciera la mecha de hoy. “Las fechas exactas de transición entre la etapa pétrea a la etapa de los metales es imprecisa, pero las evidencias arqueológicas afirman que el juego alcanzó a practicarse con discos de oro y plata”.
Suficientes razones para que el grupo Vigías del Patrimonio Cultural señale respecto del tejo: “La comunidad se divierte, recuerda a sus abuelos, tatarabuelos y ancestros, trae recuerdos inolvidables a la comunidad, recuerdos de zipas, zaques, jeques, guerreros, atletas, conquistadores, colonos, personajes ilustres de la vida nacional y la incalculable lista de colombianos que lo han jugado por diversión o deporte”. Los hallazgos de este grupo cívico también revelan que este deporte trasciende los límites naturales y geográficos de Turmequé. “La prueba fehaciente es el inmenso número de canchas que se encuentran a lo largo y ancho del país, lo cual muestra la facilidad con que esta práctica se ha adoptado como insignia de la idiosincrasia colombiana”. Una disciplina que, se calcula, tiene unas 60 mil canchas en Colombia. Pero falta más apoyo, muy a pesar del Festival de Tejo y el Reinado del Tejo que vienen haciéndose en el municipio de Turmequé hace 12 años.
Miguel Ángel Gómez, abogado de la Universidad Nacional, es uno de los impulsores de esta iniciativa. Fue él quien le llevó la propuesta al senador Navarro Wolff. “Yo soy líder social de Turmequé y lo que hice fue tomar esa investigación de los Vigías como soporte de un proyecto de ley para el desarrollo de políticas públicas que impulsen este deporte. Así se protege la denominación de origen, que esta tradición nació en nuestro municipio y que tiene sus orígenes en los muiscas antes de la llegada de la Colonia. Recuerdo que le pedí una cita al doctor Navarro, le presenté el proyecto, él revisó la exposición de motivos, ajustó algunas cosas y se comprometió a sacarlo adelante”. Gómez, con apenas 30 años, también desarrolla brigadas gratuitas de asesoría jurídica para comunidades vulnerables de Ciudad Bolívar, San Cristóbal Sur, Bosa, Usme, Kennedy y Fontibón, en Bogotá. Según él, a Colombia le urge cuidar una tradición tan colombiana como el sancocho mismo.
Hoy, la Federación Nacional de Tejo recibe apenas $100 millones anuales de parte de Coldeportes. Álvaro Rojas Fernández, presidente de esa organización que tiene 63 años, dice que le resulta muy esperanzador este nuevo proyecto, pero que le resultaría un tris más útil que se aplicara mejor la ley 613 de 2000, que consagró el tejo como deporte nacional. “Es muy poco el dinero que nos dan para promover esta práctica. Y eso que este año aumentaron el presupuesto, pues antes apenas recibíamos $45 millones al año. Bogotá, Barranquilla o Medellín no tienen coliseos para el deporte. Ni siquiera Tunja. Pero tenemos 5.000 deportistas afiliados en 23 de los 32 departamentos. Desde hace más de 20 años, además, hace parte de las disciplinas de los Juegos Nacionales. El turmequé es un deporte de arte y precisión. El más costumbrista de todos los juegos y necesitamos divulgarlo por todo el territorio”.
Todo comenzó con chicha hace 500 años. Hoy, con una pola. O la canasta entera. Vaya usted y compruébelo: se paga la cancha, pero el peaje para jugar –recreativamente, claro– es un consumo promedio de $25 mil por persona. No se garantiza la mecha, pero sí la risa. Es un deporte muy noble.