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“Literatura femenina”: entre la reivindicación y el estigma

El Día Internacional de la Mujer propicia un escenario para preguntarse por el concepto de “literatura femenina”. Por un lado, hay quienes lo defienden como una bandera de reivindicación, mientras que otros consideran que se trata de una categoría “estigmatizante y anticuada”.

Santiago Gómez Cubillos

08 de marzo de 2025 - 10:00 a. m.
En el siglo XIX, el término se refería a aquellas publicaciones escritas por hombres que eran consideradas "apropiadas" para la lectura de las mujeres.
Foto: Isaac Israels
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En 1962, la escritora bumanguesa Elisa Mújica presentó su novela Catalina al Premio de Literatura Esso. A pesar de no haber obtenido el primer puesto, que terminó en manos de Manuel Zapata Olivella por su libro Detrás del rostro, la novela se publicó un año después por recomendación del jurado. En el prólogo de la primera edición se lee: “Esso Colombia, S. A., acogió con beneplácito la recomendación del Jurado Calificador y ordenó la impresión de las dos obras, como tributo de admiración a la mujer colombiana y con el fin de estimular aún más a todos los escritores”. El gesto podría ser un reflejo de la visión que se tenía entonces de la literatura escrita por mujeres, pues mientras nadie cuestionaba la capacidad literaria de Zapata Olivella, la de Mujica era un tema de “admiración”, por lo inusual del acontecimiento.

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En librerías, clubes de lectura, publicaciones literarias y cursos universitarios, el término “literatura femenina” se sigue utilizando como rótulo para resaltar el trabajo de las escritoras. En respuesta a un canon dominado en su gran mayoría por voces masculinas, hay quienes han optado por leer únicamente libros hechos por mujeres. Por otro lado, hay voces como la de la argentina Mariana Enriquez, quien ha dicho abiertamente que se trata de una categoría caduca. “No entiendo cuál ni cómo podría ser una literatura femenina si existiera, y de hecho me enoja que a los escritores varones nunca les pregunten por la escritura masculina”, afirmó en 2020 durante una entrevista con el medio Convivimos.

Para entender cómo es que ha evolucionado el término y cuál es su rol en el análisis literario contemporáneo, hay que mirar hacia atrás y ver cuáles han sido las diferentes acepciones que ha adoptado. Por temas de practicidad, el enfoque estará en la literatura latinoamericana, que presenta un caso de desarrollo tardío de la figura de la escritora, en comparación con otros hemisferios.

La historia de la “Literatura femenina”

Con el fin de las guerras independentistas, en el siglo XIX gran parte de la conversación pública se enfocó en hablar sobre el proyecto de nación que se quería poner en marcha. Entonces, la figura del escritor estaba muy ligada a la del estadista, por lo que era usual que quienes estaban pensando en la estructuración política del país, también dedicaran tiempo a la escritura creativa. Sin embargo, la literatura “no era un espacio de imaginación y de expresión individual, sino que tenía una función pedagógica porque era el lugar en donde podían enseñarle a las masas lo que hacían en estos proyectos políticos”, explicó Azuvia Licón Villalpando, doctora en Literatura y directora del pregrado de creación literaria de la Universidad Central.

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Los suplementos de los diarios fueron una herramienta crucial para la difusión de esta literatura y algunos de ellos fueron dedicados expresamente a las lectoras, como era el caso de la Biblioteca de Señoritas “Consagrada (...) al recreo e instruccion (sic) de las damas neogranadinas” o El Iris, un “periódico literario dedicado al bello sexo”. “En el siglo XIX existía una literatura femenina, pero esta lo era en tanto que estaba dedicada a las mujeres y tenía los parámetros de lo que los hombres de letras consideraban que era lo apropiado para que leyeran”, afirmó Licón.

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Cabe aclarar que no es que no existieran escritoras para ese entonces. De hecho, uno de los casos más destacados es el de Soledad Acosta de Samper, quien fue una de las primeras en entrar a este espacio de creación. Sin embargo, como el catálogo de mujeres de letras no era tan amplio, el concepto fue tratado más desde la recepción. Fue durante el siglo XX cuando se dio el cambio, pues varios movimientos políticos reclamaban mayor participación femenina en la esfera pública y eso derivó en que, por toda América Latina, empezara a crecer la cantidad de mujeres que lo hacían desde la escritura.

En este punto es donde surge una de las tensiones que, hasta el día de hoy, sigue en discusión, pues la ampliación del catálogo obliga a preguntarse si el hecho de que una obra literaria sea escrita por una mujer la convierte, necesariamente, en “literatura femenina”. Gina Alessandra Saraceni, poeta, crítica literaria y profesora del departamento de Literatura de la Pontificia Universidad Javeriana, explica el debate de la siguiente manera: “Para algunas ramas del feminismo, el hecho de usar la categoría mujer es problemático porque es como si fuese un archivo donde se han depositado todas las concepciones que ha elaborado el patriarcado sobre nosotras. Entonces, decir ‘mujer’ es decir ama de casa, esposa, sometida, apasionada, irracional, etcétera. Si partimos de esa base, decir ‘literatura femenina’ puede ser una manera de mantener la complicidad con esa idea de mujer que el mismo feminismo está tratando de disolver”.

Enriquez, pero también muchas otras escritoras como Camila Sosa Villada o Margarita García Robayo, han optado por esta postura: consideran que la clasificación desvía la atención sobre otras preguntas que puedan tener en su literatura. En otras palabras, el estigma se perpetúa si lo que prima es su género y no lo que dicen sus libros. Siendo así, este movimiento separatista del término busca dejar en el pasado la idea de que, por un lado, está la Literatura, y por el otro, la literatura con apellidos, que en este caso es “femenina”, pero aplica también para términos como “indígena”, “queer”, “afro” y demás.

No obstante, el hecho de que el género de la autora no sea argumento para clasificar una obra como “literatura femenina” no quiere decir que esta no exista. Para Licón, esto implicaría no reconocer que hay una rama de la literatura que se enfoca en la problematización de los roles de género. “Hay autoras que han acogido el término porque, si bien cada una tiene su propia propuesta estética, sus búsquedas tienen que ver con la experiencia femenina”, expresó. Una literatura femenina enunciada y reclamada desde un espacio de marginalidad histórica se presenta ya no desde la estigmatización, sino desde la reivindicación.

Dentro y fuera de la comunidad académica, esta es una conversación en la que siguen saliendo aristas, porque, en el fondo, se enmarca en un debate mucho más extenso que es el de lo que significa ser mujer en el mundo contemporáneo. Saraceni, quien rescató el valor de esta conversación, concluyó: “Esa contradicción no hay que mirarla como algo que hay que resolver. Hay una diversidad de pensamientos y aproximaciones válidas en ambos lados del espectro que se perderían si nos enfocáramos en tratar de homogeneizarlas. Una manera de pensar esto políticamente es manteniendo esas tensiones, donde hay quienes se resisten a que se les defina como ‘escritoras mujeres’ y otras que se sirven de la categoría para crear una escritura de la disonancia y la resistencia”, concluyó.

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Por Santiago Gómez Cubillos

Periodista apasionado por los libros y la música. En El Magazín Cultural se especializa en el manejo de temas sobre literatura.@SantiagoGomez98sgomez@elespectador.com
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