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¿Qué hace sentir a un niño en paz?

El taller de Javier Naranjo "Los niños piensan la paz", que ha recorrido 28 ciudades del país, llegó a la Feria del Libro de Bogotá.

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William Martínez
22 de abril de 2016 - 06:15 p. m.
Estudiantes del Colegio Tirso de Molina de Bogotá escriben definiciones sobre guerra y paz. / William Martínez
Estudiantes del Colegio Tirso de Molina de Bogotá escriben definiciones sobre guerra y paz. / William Martínez
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 “Desde adentro. Abandónense al papel. Métanse allá atrasito y respondan con la verdad de su corazón”, dice Javier Naranjo, poeta y gestor de proyectos de escritura creativa para niños, a los estudiantes del Colegio Tirso de Molina de Bogotá. El taller “Los niños piensan la paz” ha recorrido 28 ciudades del país, en ellos han participado 200 pequeños: campesinos, raizales, indígenas y, ahora, bogotanos. El resultado: un libro con más de 900 definiciones sobre guerra y paz. “No importa la ortografía, no importa la sintaxis: quiero la voz de ustedes”, recalca Naranjo, con la música paisa de su voz. (Ver aquí nuestro especial de la Feria del Libro de Bogotá)

La razón del proyecto, realizado en sucursales del Banco de la República a lo largo del país durante 2014, es que esas voces no son invitadas nunca a ninguna parte. ¿Quién le pregunta a un niño cuál es su primer recuerdo de guerra o su primer recuerdo de paz? ¿Qué papá o tío o profesor sabe qué los calma? ¿Quién piensa que el malestar de sus caras no se debe, simplemente, a daños irreparables de la adolescencia? Basta ver las imágenes que llenan los especiales de prensa o los libros sobre el proceso de paz: en la mesa de negociación hay indígenas, militares, políticos, campesinos, guerrilleros: nunca hay niños.

Los 30 estudiantes del colegio cogen lápiz y papel y comienzan a responder las preguntas que hace Naranjo. “ ¿Qué te da tristeza y por qué?” “¿Qué te da paz y por qué?” En pantalla se proyectan algunas respuestas incluidas en el libro. “Me da tristeza pensar en mi abuelito que murió, porque muchas veces lo menosprecié”, escribe Ángela, una niña de 10 años nacida en Ipiales. “Me da felicidad las guerras porque son bacanas”, escribe Sebastián, de 12 años, paisa.

Naranjo recoge todas las hojas, lee: “Mi primer recuerdo de guerra es los maltratos psicológicos de mi padre”. A medida que Naranjo completa la frase, un niño —trigueño, de unos 13 años— sube y baja sus ojos chispiantes, traga saliva: la reacción natural de cualquier hombre cuando oye en voz alta lo que siente. La misma pena que le produce a un hombre decir que tiene diario. Suenan otras respuestas: “Le temo a los bichos y, sobre todo, a la soledad”, “Me pone triste ver a mi perro en la calle. Solo”. Hay tanto silencio en ellos que pareciera dolerles escuchar a Naranjo. Algunos ojos, absortos, empiezan a hincharse. No sé qué esperan los niños de los diálogos de La Habana. Sé esto: la paz, para ellos, es no sentirse desesperadamente solos.

Por William Martínez

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