¿Quién desafía nuestras acciones como artistas cuando intentamos la transformación social?

El jueves 30 y viernes 31 de agosto, la Biblioteca Luis Ángel Arango será la sede del II Seminario Internacional Cultura y Arte para la Transformación Social. En este especial, escribimos sobre un tema esencial para la sociedad.

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César López
20 de agosto de 2018 - 01:00 a. m.
Tania Bernal
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Nos desafía la pregunta que nos hace la violencia, que siempre es la misma pero con distinto rostro; nos desafían la indiferencia de la gente frente al hundimiento inminente de la esperanza, la nauseabunda política, descreída, regida por intereses cada vez más particulares y menos colectivos, los medios de comunicación empeñados en construir un relato único y sesgado de lo que somos como país, con unos únicos modelos de lo que podría ser el éxito o el sentido de una vida en comunidad… En resumen, nos desafiamos a nosotros mismos como artistas para ver si somos capaces hoy de romper con la inercia, con el uniforme, con lo que hemos hecho nosotros de nosotros mismos intentando convertirnos en voces diferentes en un mundo que unifica, excluye y se mata. Hablo de cinco desafíos que encuentro permanentemente en acciones cotidianas, en los intentos permanentes de cientos de grupos artísticos y líderes de la cultura que desde mi orilla miro con muchísima atención:

El primer desafío, y definitivamente el más trascendental, será tener la capacidad desde las herramientas que nos provee el arte de detener y reversar la mutación cultural proclive a la guerra.

Se nos fue metiendo poco a poco, imagen tras imagen, hecho tras hecho, la idea del enemigo, la ropa de estética camuflada, las frases como “al pie del cañón”, “dos pájaros de un solo tiro”, la normalización de la requisa basada en la profunda desconfianza de ser portadores de un explosivo para entrar a un centro comercial, el relato del héroe que es por lo general un hombre muy valiente capaz de reducir con su fuerza física a otro que es el malo o que obra “mal”. Se nos fue metiendo en los relatos televisivos, en las letras de la radio, en el asqueroso discurso de los políticos que consiguen votos demostrando su hombría invocando el poder de la fuerza para controlar y no la sensatez y la empatía para comprender y educar a una sociedad en la capacidad de convivir en las diferencias.

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Caminar a la velocidad de los acontecimientos.

Para quienes vivimos en el arte es muy sabido el largo tiempo que toma el acto creativo. Comienza con el conocimiento y la comprensión de una realidad y entra en un proceso de producción que, en casos como la música, el cine o la literatura, puede tomar años antes de ver la luz para sus espectadores.

Caso muy distinto sucede con las sociedades y sus problemas, que se mueven rápidamente, cambian, se fusionan, segundo a segundo. El problema de ayer ya no es el de hoy, y de eso sí que saben los periódicos y noticieros, que cambian sus protagonistas a la velocidad de un clic. Por eso, cuando abordamos una problemática, una acción para transformar o acompañar una situación concreta, llegamos tarde, llegamos a cantarle a lo que era y no a lo que es o será mañana esa realidad específica.

Aprender a escuchar las expresiones que llegan desde los territorios y valorarlas.

Dejar de pensar que los ombligos del arte y la cultura están en las pantallas o en los radios o en el internet, porque han sido masificados, para comenzar a valorar las expresiones del arte que nacen en los territorios producto de la lectura plena y consciente de los dolores que aquejan a su gente. Esos relatos, canciones, bailes, rituales, están sucediendo en silencio en este momento.

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Hoy, en una Colombia donde intentan avanzar el miedo y la amenaza, seguimos buscando la verdad en el cajón equivocado y, mientras nosotros como comunidad del arte no salgamos a un encuentro real con las voces del territorio, seguiremos hablando de un arte desconectado de la realidad del país profundo.

Refundar la política como un ejercicio ético.

Pensar el arte como una herramienta que puede reinstalar el sistema, “resetear” la degradación del ejercicio político y nutrirlo de nuevo con ejercicios y miradas éticas, estéticas y colectivas. Llevar la delicadeza del relato y una poderosa sensibilidad al corazón de los estados para incidir en el comportamiento de cada individuo, para que se piense en colectivo y se obre con creatividad y empatía.

Soñar y construir universos nuevos donde la diversidad sea posible y las diferencias puedan coexistir.

Es allí, en esas tarimas improvisadas en las plazas del pueblo y en los salones de casas de cultura, y en las calles, y en las balsadas a la orilla de los ríos, donde una sociedad entera debe verse representada en un arte que le refleje un ser humano nuevo en compresión de su entorno, su medio ambiente, capaz de expresarse desde la no violencia. Hombres con nuevas masculinidades que entiendan que no tienen ningún privilegio por su categoría de sexo, que no los hace más hombre su fuerza física o su capacidad de eliminación del otro y de sus argumentos, y que aprendan a convivir con su parte femenina interior de manera plena y armónica.

Necesitamos al arte plenamente consciente de su importancia histórica y del poder de sus herramientas, regado por las veredas y por las radios, y en las plazas y en las pantallas, reconstruyendo memoria, buscando la verdad y el consenso, proponiendo una sociedad distinta que no se mate, que no se excluya, que enseñe a niños y niñas que no todo en la vida es la plata y que no todo vale para alcanzar metas y cumplir sueños.

Nuestro desafío es ser capaces de retornarles al arte y a la cultura la capacidad de contener a la sociedad, de ser espejos, ser medicina, ser faros y memorias.

Pintar, cantar, bailar, actuar… para llevar, al mayor número de personas posible, lo más pronto posible, al nivel más alto de conciencia posible.

Por César López

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