El Magazín Cultural
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Raúl Gómez Jattin: el vuelo de la alondra grecocereteana

Homenaje al poeta cartagenero, autor de “Esplendor de la mariposa”, “Qué te vas a acordar Isabel”, “Hijos del tiempo”, “El libro de la locura”, entre otros.

Leydon Contreras
29 de abril de 2021 - 05:00 p. m.
Raúl Gómez Jattin en una portada del Magazín dominical de El Espectador.
Raúl Gómez Jattin en una portada del Magazín dominical de El Espectador.
Foto: Corte

Exactos y melancólicos fueron los versos que Chico Buarque en profético portugués y rematado en esdrújulas, cantó a favor de la oprimida clase obrera de la Quinta República Brasileña de los años 70 del siglo XX, cuando en América Latina se puso de moda vestir a la voluble democracia de uniforme y ametralladora.

Se trata de Construção (Construcción). Una magnética canción concebida cual pieza rota o juego puzle cortazariano que al ser armada de arriba abajo, a la inversa o en escala de grises, revela el hondo sentir y razonar que arde despierto al compromiso político y social que Chico Buarque con toda la juventud del mundo metida entre sus carnes, su inocente dentellada feliz y sus dulces ojos zigzagueantes, logró sustraer de la crudeza del mundo todo lo poético y lo crítico que tensa el arco del artista para convertirlo en un auténtico y conmovedor manifiesto cultural que fue y seguirá siendo por siempre y para siempre, el triste y veraz diagnostico social de la desleal relación entre los amos del fluir económico y las cansadas vidas de sus trabajadoras y trabajadores.

Desde el exilio del tiempo Chico Buarque cantó el último día de un obrero cualquiera:

Y tropezó en el cielo con su paso alcohólico.

Y flotó en el aire cual si fuese príncipe

Y terminó en el suelo como un bulto flácido

Y agonizó en el medio del paseo público.

Murió a contramano entorpeciendo el tránsito.

Es precisamente esta estremecedora estrofa, dedicada al exprimido y accidentado obrero anónimo que cae de lo alto, la que alcanza, con certera dimensión poética, la trágica e inesperada partida de Raúl Gómez Jattin, rapsoda habitante de las calles cartageneras y muerto violentamente al ser atropellado por un desconocido que huyó frente a los yertos ojos de la India Catalina, un jueves 22 de mayo de 1997 cuando despuntaba el alba sobre el plateado lomo del mar Caribe.

Del modo en que el cuerpo de Raúl abandonó la vida al ser impactado por un vehículo en movimiento, de eso estuvieron hablado los periódicos amarillistas por largo rato. Pero lo de tropezar en el cielo con paso alcohólico, agonizar en medio del paseo público y morir a contramano entorpeciendo el tránsito, eso no lo dijo ningún periodista sino un reportero de la vida amplia, otro poeta que vio detrás del volante homicida al destino contradictorio que conduce la vida de un hombre.

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Ahora bien, esa noche antes de su muerte, Raúl se mostró bastante equilibrado ante las personas que lo vieron por última vez. Su vuelta por los hospitales cubanos -temía que le quitaran la locura que alimentaba su poesía- lo trajo repuesto físicamente y hasta con una nueva dentadura que casi no usaba porque lo hacía sentir extraño. También gozaba de algunos pesos que sus amigos -una legión de ángeles clandestinos- de cuando en vez ponían en sus roídos bolsillos y del renovado prestigio de unos libros que brillaban con luz propia en los festivales internacionales de poesía en donde los recibieron como el legado del último de los poetas malditos. Sin embargo, su profesión de pasear el hambre y la locura por las viejas calles de La Heroica hacía tiempo se había vuelto natural para visitantes y nativos. A veces vestido de mujer seductora, otras de bárbaro abusivo, Raúl rara vez fue un ser oportuno. Era una especie de Klaus Kinski en Aguirre, la ira de Dios pero en Cartagena, en Cereté o dónde fuera que estuviera, siempre importunando a buenos cristianos.

Chico Buarque pudo cantar en portugués la muerte del poeta cartagenero pero no alcanzó a saber si se trató de suicidio o de accidente. La verdad es que de eso todavía se habla hasta la fatiga y he visto a barranquilleros y cartageneros al borde de los puños intentando responder arbitrariamente una interrogante que duerme en lo más oscuro del enigma sin llegar a imaginar que a lo mejor Así murió en la vida para nacer en su muerte, como quería.

Por otra parte, Bibiana Vélez quien fue amiga íntima de Raúl y encargada de la edición del poemario El esplendor de la mariposa -un librito del que varios de los allegados al poeta opinaron que francamente era malo-, dijo en alguna entrevista que Jattin “(…) quería que sus amigos lo envenenaran con cicuta, que lo asesinaran (…)”. Al parecer, Raúl habría hecho la misma espinosa y sombría petición a Rafael Salcedo y a Franklin Arroyo -después de una decepción amorosa con un muchacho del que se había enamorado y al que le daba todo su dinero-.

Estos son testimonios que vienen añadiendo más leños a la hoguera fantástica en la que arde la desafiante reputación de Raúl, que no es otra sino la de ser un “un drogadicto, agresivo, poeta de lo obsceno y, finalmente, suicida. Etiquetas que el autor de Ángeles clandestinos, Jose Antonio de Ory considera como “huecos estereotipos que consolidaron en la imaginación colectiva a un falso personaje muy lejos del Raúl educado, aristócrata, culto, inteligente, generoso, divertido, sensible, del lector de los griegos que muchos tuvieron la grata experiencia de conocer”. El Raúl que se fue joven, como dicen que se van los que son amados por los dioses. Es decir, sin pasar primero por el insulto de la vejez.

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De si fue o no suicidio, de eso no vamos a tratar. Sin embargo, resulta muy interesante que su fetiche de morir envenenado rodeado de caras amigas y entre sollozantes despidos y lágrimas furibundas coincida con la métrica belleza neoclásica del famoso cuadro de 1787, La muerte de Sócrates.

Si quisiéramos cercar su obsesión con los griegos -muy lejos de los cánones académicos y psiquiátricos- nos iríamos hasta su niñez en el barrio Venus de Cereté y lo encontraríamos escondido debajo de la cama con la Divina comedia entre sus manos, sumido en una voraz lectura donde languidecía el niño pero crecía el poeta. Quizá por eso dicen que los prodigios solo se dan en los lugares más inusuales.

Casi todos los amigos y familiares de Raúl indican que fue en Mozambique -una finca repleta de mangos que configuraron el corazón del poeta en uno anegado de delirios y horizontes- en donde el estudiante de derecho -viviendo como una fuerza de la naturaleza-, renunció a su carrera de abogacía y habiendo desplegado alto vuelo sobre las esplendorosas ruinas grecolatinas, decidió olvidar sus días de actor y dramaturgo para dedicarse al mismo oficio que su amado Constantino Cavafis y poder gritar con la fuerza de las antiguas furias fui escritor porque me quise vengar del pasado y ser perfecto en el futuro[…] la poesía me ha preservado.

El gran actor de sí mismo

No obstante, actor nunca dejó de ser porque siempre fue el gran actor de sí mismo. Declamaba, cantaba y “conjugaba su inocencia diabólica con su maldad divina” todos los días de su vida.

Sin hogar conocido en Montería, Cartagena, Bogotá, Medellín o Cereté, Raúl deambuló por ciudades y entre ellas, como entre su alma y su cuerpo, siendo “aborrecido por rato y amado por siempre”, aun sin dientes. Sin llevar calzado en “sus enormes pies de escultura griega”, como anduvo Sócrates por los banquetes que canta Platón y sin dentadura por cosas de la vida y de la calle “en donde ardía su sangre ebria dejando escapar el humo de su alma en poemas intoxicados de ternura”.

“[…] Era un magnifico actor [Raúl]. Los dos, Tania [Mendoza Robledo] y él. Para mí en ese momento no había en Colombia dos actores mejores”. Testimonio de principio de los años setenta del director de teatro Carlos José Reyes.

Aunque poco después del mayo francés -mayo del obrero caído de Buarque, mayo de nacimiento y de muerte de Raúl- la radicalización del movimiento estudiantil en América Latina se hizo recalcitrante en el control de las expresiones artísticas y ya que el teatro y el cine eran par excellence “instrumentos” pedagógico de las misiones políticas porque a través de su práctica -la del teatro- los grupos de artes escénicas universitarios denunciaban, ante la gran masa, los crueles desfases del capitalismo occidental. Visto así, un poder de tal calibre como lo es la actuación, no podía quedar en las manos de Astromelias de un burgués maricón que luego se haría poeta. Era, en esencia, el periodo en que el panfleto rojo fue llevado sobre las tablas.

Como lo recuerda Silvia García, compañera de Raúl en el grupo de teatro de La Externado: “Era la época del teatro mamerto […] no salían sino personas con sus guitarras cantando, con cartelitos y vistiendo de campesinos y a Raúl eso le parecía horrible […]”.

Y Raúl, al igual que el novelista cubano Reinaldo Arenas, fue también un disidente de garra y colmillos de las estructuras en donde se impone el grupo por encima del sujeto. Quizá este par de caribeños pensaron igual que Ralph Waldo Emerson todo hombre debe ser su propia iglesia.

Un artista es siempre una piedra en el zapato de cualquier sistema ideológico porque sencillamente subvierte todo lo que esté a su alcance: sociedad, religión y Estado. Raúl dinamitó todo lo que tuvo frente a su inteligencia con el mismo pulso y densidad con que el Marqués de Sade ultrajó cuanta institución trató de detener el pulso insaciable de su pluma explicita.

Sigue diciendo Silvia García: “Entonces Los Acarnienses, [de Aristófanes] fue una reacción a eso. Era un festival de máscaras, de música, de gritos… yo salía desnuda, con los senos al aire y con un pipí gigante, era la figura de un minotauro andrógino tocando la flauta […] Raúl sacaba semejantes personajes y la gente quedaba en shock”.

Finalmente en 1973 durante el Festival de teatro de Manizales a Raúl lo sacan de escena a punta de abucheos y rechiflas. Había presentado una obra de su intelecto titulada Las Nupcias de su excelencia. Las asociaciones estudiantiles lo tacharon de trotskista y eso en aquellos años era peor que tener sarna porque según comunistas y anarquistas por igual, Trotski era un falso profeta, un renegado y consagrado enemigo del pueblo que escribió “para el arte la libertad es sagrada, su única salvación. Para el arte todo tiene que ser todo”.

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Por otro lado, Raúl que era una colosal y audaz muralla de carne y huesos con dotes de virtuosismo, se desplomaba con la sola mención de algún detalle desaprobatorio y el más mínimo e insignificante asedio por parte de la crítica, lo destruía íntegramente: “Era un niñito ángel, gigante pero caído y desamparado” dijo de él su amiga Claudia Cadena -no creía en el suicidio de Raúl-.

El teatro fue un pésimo negocio

Aunque el periodista de la movida cultural Milcíades Arévalo -que no creía en el suicidio de Raúl, quien lo tiró al suelo y le rompió dos costillas- movió al poeta hasta el escalafón de “visionario del teatro colombiano” por sus ingeniosas adaptaciones de Cepeda Samudio, Beckett o Tankred Dorst, sentándolo de paso en la misma butaca en la que se sentaron directores como Carlos José Reyes, Santiago García y Enrique Buenaventura. Sin embargo, este reconocimiento no le alcanzó a Raúl para consolidar su carrera como dramaturgo de gran acogida.

A Barranquilla trajo EL gran circo de Oklahoma y fue un rotundo fracaso no solo por las críticas y la escasa asistencia. La obra adaptada de un cuento de Kafka se presentó en la casa cultural La Perla, frente a Bellas Artes, de donde le robaron el jeep que uno de sus hermanos le había prestado para que se fuera de gira con sus amigos cachacos.

Fueron muchos los episodios de este talante -como La gran imbricación frente al muro- los que recluyeron a Raúl en Mozambique donde lo abandono todo, menos la poesía y los trágicos griegos que fue lo único que le permitió seguir volando y actuando con verdadera libertad y sin límites, “solo condenado a vivir en su propio cuerpo lo que escribía”.

Raúl Gómez Jattin, como un Edipo Rey con psiquiatra de cabecera, hoy te refugias en tu “caverna de Platón carnal y gnóstica, por donde te escapas hacia la otra vida Y en ese cielo te entregas a ser lo que verdaderamente eres”: El dios que adora...

Por Leydon Contreras

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WILSON(ltqza)30 de abril de 2021 - 11:17 a. m.
Me parece una "elegía" infame, banal e insensible. Mezclar al garete, títulos de libros y poemas, y dejar por fuera el libro Tríptico Cereteano,muestra claramente que quien escribió esto, Leydon Contreras, no tiene ni la más remota idea de que ha representado Gómez Jattin, para la poesía universal. Hubiera sido más atinado, sólo publicar el poema Pequeña Elegía del propio Raúl, que este bodrio.
Gines de Pasamonte(86371)30 de abril de 2021 - 02:28 a. m.
Excelente elegía para un gran poeta. Felicitaciones.
Judith(20206)29 de abril de 2021 - 06:14 p. m.
Se llamó "El Gran Teatro Integral de Oklahoma" basado en América de Kafka, y no fue ningún "rotundo fracaso", se presentó en el Teatro Amira de la Rosa -sin terminar- gracias a las gestiones de amigos de Barranquilla. La idea no era concitar a ningún gran público, solo a sus amigos. Luego de ello, no se presentó mas , empezó tal vez allí el dolorosos trasegar de Raúl del teatro a la poesía.
  • Gines de Pasamonte(86371)30 de abril de 2021 - 02:31 a. m.
    Judith. Felicitaciones por lo bien documentada.
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