Re-latos en clave: Como un burro amarrado en la puerta del baile

La canción de El último De La Fila, un grupo de pop rock en español de los años ochenta y noventa. Actualmente su vocalista, Manolo García y el guitarrista, Quimi Portet, continúan haciendo música por separado.

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Isabel-Cristina Arenas
03 de abril de 2018 - 09:13 p. m.
El grupo El último de la fila fue creado en Barcelona y lo conformó Manolo García y Quimi Portet  / Cortesía
El grupo El último de la fila fue creado en Barcelona y lo conformó Manolo García y Quimi Portet / Cortesía
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

Desde el 2012 tengo la tarea de buscar un holandés de apellido “van der” para mi hermano mayor. No sé si él ya lo encontró, no he hablado con César desde hace un poco más de un año. Le escribí hace unos días para preguntarle si podía contar aquí parte de su historia pues había una canción que me hacía pensar en él, que yo estaba a su lado cuando la escuchaba. Me dio su aprobación, corazón enviado y corazón recibido, y nuestro amor intacto. César y yo no compartimos el mismo padre, ni la misma madre, él, que parecía no tener ninguna, hoy tiene tres mamás y una de esas es la mía.

Video Thumbnail

Fue hace diez años, un Viernes Santo, la última vez que cantamos juntos “Como un burro amarrado en la puerta del baile”, de Manolo García y Quimi Portet, voz y guitarra del grupo musical El último De La Fila. Suena la canción y es imposible no seguir el ritmo ¿rumba catalana, flamenco? Lo importante es que algo comienza a sentirse en los hombros, en la espalda, y una voz triste cuenta la historia de un amor perdido. Nosotros la cantábamos y éramos felices. Ahora la oigo y no sé qué siento. César desprende tanta alegría, que siempre me ha dado miedo que no se quede con un poco de esa felicidad para él mismo, que algún día se canse. Lo imagino cantando con todas las fuerzas y sus ojos se hacen pequeños, noto sus dientes blancos, su sonrisa de reina, él es el ritmo del mundo en una sola persona.

La canción tiene fragmentos en catalán y menciona a Barcelona: “escolta, piquer, dame aire con tu abanico, que soc de Barcelona i em moro de calor". En ese tiempo, yo no había ni soñado que años más tarde me vendría a vivir a esta ciudad. Que Barcelona sería mi lugar, y que aquí lo estoy esperando para que me cuente otra vez cómo fue que él llegó a nuestras vidas, para reclamarle que cuando él se fue a Italia me dejó huérfana de hermano mayor, que nunca me ha invitado a sus shows, que me sé su vida solo a trozos, que quiero conocer la vida de su otro yo. Ahora nuestros diez años de diferencia ya se han difuminado, me puede contar lo que quiera, y si no, tendré que llenar los vacíos con ficción.

Ya habremos bebido varias copas cuando lleguemos a ese tema. A él con catorce años tocando en la puerta de mi casa para invitar a mi mamá a una fiesta. Y ella con treinta y muy pocos, divorciada, dos hijos menores de cinco y tres años, y la cabeza hecha un lio diciendo que no. Finalmente, se verán en la fiesta y habrá un inevitable clic de amor de madre e hijo a segunda vista. A partir de ese día, César con un huevo frito en la mano pidiéndole a mi mamá prestada la cocina, un poco de pan, quizás café. César, el mejor en matemáticas y mi mamá, profesora de esa materia, feliz y orgullosa de su nuevo hijo, el juicioso, el obediente, el que la acompañaba a todos lados, el que llenaba de alegría y música la casa, de baile. César lleno de secretos.

Él fue el alma de las fiestas de un grupo de divorciados jóvenes en que él, por alguna razón, encajaba perfectamente. Una época feliz que yo miraba desde mis cinco, seis, siete años y absorbía una música que ahora es la mía. Unos tres años después de conocerse, él le dijo a mi madre que quería contarle algo. Se sentaron los dos con las piernas cruzadas sobre la cama, cerraron la puerta. Lloró al oírlo, lloraron. Era una confesión de hijo. Como muchas otras madres en el mundo que han pasado por ese momento, ella pensó que podía curarse, ya se le pasará. ¿Y no era obvio lo que le estaba contando? Le pregunto hoy a mi madre, y responde que en esa época nada lo era, que él simplemente era diferente.

Tiempo después, como a mis doce años, ella decidió contarme que a César le gustaban los hombres y yo solo pensaba que era como si me estuviera diciendo que vivíamos en Bucaramanga. Él era así, siempre lo había visto igual, no entendía nada. En esa época, alguien le dijo que César no era buena influencia para sus otros dos hijos, sobre todo para el varón que era muy pequeño y se podía influenciar, más si tenía en cuenta que no había un padre, un hombre en la casa, era mejor que lo alejara de nosotros. Pero mi madre es una mujer inteligente y él siempre ha sido mi hermano. Fuimos felices mientras César estuvo en nuestras vidas, veíamos novelas mexicanas, venezolanas, nos reíamos oyendo su perfección al imitar acentos, calificábamos juntos a las reinas de belleza; él es un “reinólogo” incurable, al que siempre debieron haber invitado de jurado porque no falla.

César tenía sus propios hermanos que no eran los míos, tenía una casa en donde dormía que no era la mía. Tenía otras dos madres, la biológica y la esposa de su padre, que sé que hoy son parte de su vida, que lo llenan de amor. Pero en esa época yo guardaba unos celos secretos pues ellos no le permitían ser solo mi hermano. Años después entendí cómo era que la vida se había enredado y desenredado. Y por qué es mejor que más gente lo quiera a uno.

Una noche juntos en Bogotá, en 2010 quizás, lo oí cantar en italiano a Pepino di Capri y a Nicola di Bari: “Avevo una ferita in fondo al cuore, soffrivo, soffrivo… Le dissi non è niente ma mentivo, piangevo, piangevo”. Sé que siempre ha querido regresar a Italia y espero que lo haga. Con el alcohol llegamos a un punto de tristeza del que es difícil salir, el llanto fácil que produce la música del pasado, ahí es cuando aparecen todos esos genes que no compartimos pero que decimos que sí. Y debemos regresar a la rumba catalana, a la historia del burro amarrado en la puerta del baile que nos hace felices, y quizás planear un viaje a Holanda.

Me dijo que este año seguro viene a verme, y estoy escuchando la canción, una y otra vez, para aprendérmela completa, y sin inventarme palabras: “Me dices good bye en tu nota tan ricamente, y no me hago a la idea de no volver a verte”. Por ahora activé la búsqueda de mi cuñado holandés de apellido “van der”, y según las especificaciones debe ser hermoso, inteligente, buena persona y adinerado. Seguro que existe. César lleno de secretos, me debes un montón de historias.

Por Isabel-Cristina Arenas

Conoce más

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.