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Recordando a un hombre inolvidable

Hace 25 años fue asesinado Luis Carlos Galán. Su hermano mayor, Gabriel, escribió un libro que relata facetas inéditas del líder político en familia, con sus amigos y en la óptica de los videntes.

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Jorge Cardona Alzate
03 de noviembre de 2014 - 02:00 a. m.
El ingeniero eléctrico Gabriel Galán Sarmiento, autor de la obra ‘Luis Carlos Galán, íntimo y público, mi hermano’.
El ingeniero eléctrico Gabriel Galán Sarmiento, autor de la obra ‘Luis Carlos Galán, íntimo y público, mi hermano’.
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Por azares del destino, un domingo de 1937 en el que caminaba con algunos amigos por el barrio La Candelaria en Bogotá, Mario Galán Gómez terminó escuchando tres vaticinios claves para su vida. En una improvisada lectura quiromántica, una dama que les dio refugio cuando escapaban del asedio policial le profetizó que iba a tener una vida afortunada, que se casaría con una mujer hermosa de ojos negros y que “tendría un hijo que lo superaría en fama y gloria y a quien los colombianos habrían de querer muchísimo”.

Esa anécdota paterna, en el contexto de un país que ensanchaba sus horizontes, constituye el punto de partida del libro Luis Carlos Galán, íntimo y público, mi hermano, que acaba de publicar el ingeniero eléctrico Gabriel Galán Sarmiento. La faceta inédita del líder político que hace 25 años fue asesinado por el narcotráfico, con aspectos desconocidos de un hombre que hizo historia mientras vivía a plenitud las sendas de su familia y que en su fuero interno tuvo conciencia de su misión cumplida, de sus enemigos, de su martirio.

A las 6:30 de la mañana del miércoles 29 de septiembre de 1943, en una casa esquinera de Bucaramanga y con partera a bordo, como era la usanza en esos tiempos, nació Luis Carlos Galán. En el registro notarial quedó reseñado con el nombre de Jorge, pero la abuela materna se opuso y pidió que se llamara Luis. El padre del niño decidió hacerle honor a su tatarabuelo y agregó Carlos. A sus 37 años, ya consagrado en la política, tuvo que acudir a un juzgado civil para corregir definitivamente su registro civil de nacimiento.

La familia vivió en Bucaramanga hasta 1949. En ese momento, las dos primeras profecías se habían cumplido. Después de una promisoria carrera política en Santander, Mario Galán fue requerido en Bogotá, donde lo esperaban retos de transcendente hombre público. La mujer hermosa de ojos negros resultó ser Cecilia Sarmiento, con quien constituyó un hogar de 14 hijos. El tercero fue Luis Carlos, quien llegó a vivir, con su primera camada de siete hermanos, a una casa en la calle 50 con carrera 18 y luego en la propia en la carrera 17 con calle 59, a dos cuadras del colegio Antonio Nariño.

En ese entorno transcurrieron su infancia y adolescencia de clase media. De lunes a viernes en el plantel vecino, aprendiendo de Hernando Núñez, el rector Salcedo, el prefecto “Carecrimen” y el cura Franco. Las tardes de ciclismo, barras o fútbol en el parque San Luis. Los domingos en familia a la iglesia del Divino Salvador. Y las vacaciones en piscinas de Tocaima, casas de parientes en Charalá y San Gil o, desde 1957, en El Encanto, una pequeña finca de recreo que Mario Galán edificó para su tribu en Sasaima (Cundinamarca).

Al paso de los años, la política siempre tuvo audiencia en su casa. Primero echando discursos con tribuna infantil, emulando los de Gabriel Turbay, quien fue amigo de su padre. Después en el colegio Antonio Nariño, replicando a sus compañeros conservadores. Y en las jornadas civiles contra la dictadura de Rojas Pinilla en 1957, a los 14 años, pasando la noche en la cárcel de mujeres —entonces situada donde hoy está la Universidad de los Andes—, por protestar en Chapinero junto a su hermano mayor, Gabriel.

Los amores nunca faltaron. La rubia Gloria Uribe, a quien le llevó serenata de una sola canción, el pasodoble El relicario, porque el hermano lo sacó corriendo. La trigueña Graciela Sánchez, que le dejó como recuerdo su rostro con un mensaje suficiente: “Cuando este retrato hable dejaré de quererte”. La caldense María Cristina Trujillo, la vallecaucana Teresa Ivars o la bumanguesa Isabelita Moreno, todas descritas con fluidas palabras de picaflor en apasionadas cartas escritas a mano que sus hermanos conservan.

Hasta que llegaron la universidad, el periodismo y la política. Atrás quedó el tiempo de los scouts o las excursiones a pie y llegó la hora del liderazgo. De un lado el Comando Liberal de la Universidad Javeriana y del otro sus intervenciones en el programa Voces de juventud, de la emisora Mariana, o sus artículos en las revistas Movimiento y Autonomía. En 1963 creó su propio impreso, Vértice, donde ejerció como director, columnista, reportero y gerente. A los 20 años estaba listo para enfrentar el mundo de los adultos.

El año 1965 marcó su vida. Terminó sus estudios de derecho y economía en la Universidad Javeriana, ingresó a trabajar al periódico El Tiempo y, a una semana de cumplir 22 años, el 18 de septiembre nació su hijo prematrimonial Luis Alfonso, hijo de Isabel, de origen campesino. Un momento de contrastes que su hermano Gabriel Galán documenta con la verdad sin esguinces y que representó para Luis Carlos Galán una forma de poner a prueba sus valores familiares, su responsabilidad profesional y su carácter.

De la mano de Roberto García-Peña, junto con sus colegas Enrique Santos y Daniel Samper, su carrera periodística en El Tiempo fue vertiginosa. Fue reportero, escribió crónica política bajo el seudónimo Robinson Crusoe, dirigió la sección económica, representó al expresidente Eduardo Santos en la junta directiva. Adelantó un intenso posgrado de periodismo y política. En 1970, a punto de cumplir 28 años, dio el paso de no retorno cuando aceptó ser ministro de Educación del gobierno de Misael Pastrana.

En el plano personal fue también una época en la que trasegó por el amor y sus lecciones. Inicialmente al lado de Matilde Uribe, fallecida en accidente de tránsito en junio de 1967. “He visto mis limitaciones. Estuve impotente, junto a ella, durante 15 horas presenciando su agonía”, escribió a su hermana María Lucía. Después entabló relaciones con su compañera de trabajo Gloria Pachón, y el 22 de diciembre de 1971 se casó con ella. Sus padrinos de matrimonio fueron el presidente Pastrana y su esposa.

Aunque para cada fase de su devenir público y político, Gabriel Galán tiene un aporte desconocido, el resto de la historia es conocida. Durante dos años, su hermano fue ministro de Educación. Luego embajador en Italia hasta 1975. Volvió a Colombia para trabajar al lado de su mentor, el expresidente Carlos Lleras, como codirector de su revista Nueva Frontera. En 1978 fue elegido senador. Una época de debate y acción que vivió mientras a su hogar llegaban tres hijos: Juan Manuel, Claudio Mario y Carlos Fernando.

Los tiempos del Nuevo Liberalismo, la campaña presidencial de 1982, la de 1986, la inminencia de su ascenso a la Presidencia de Colombia. La tercera profecía hecha a su padre en 1937 estaba casi cumplida. Pero sus enemigos lo rondaban y Galán lo sabía. Una mañana de febrero de 1986, el empresario Ernesto de Lima le preguntó en el aeropuerto de Neiva por su seguridad. Galán sonrió, tomó una servilleta y escribió el nombre de Alberto Santofimio. Luego fue tachando sus letras hasta formar con ellas una frase: “Tanto mafioso libre”.

De Lima la conserva. El libro de Gabriel Galán la divulga. Como también relata las premoniciones de su muerte. “Entre Luis Carlos y los videntes siempre hubo atracción mutua”, recuerda. Una vidente de Suba advirtió que “si se mimetizaba llegaría a la cumbre y su triunfo lo protegería de las amenazas”. Mauricio Puerta resaltó que a mediados de agosto de 1989, su vida corría peligro. El 18, al mediodía, el propio Luis Carlos Galán le dijo a su hijo Luis Alfonso: “Estudia porque vas a quedar muy solo, a mí es posible que me maten”.

“Mamá, he vivido mucho más que la mayoría de mis contemporáneos. He recibido toda suerte de responsabilidades y honores, he tenido toda suerte de experiencias, he creado empresas gigantescas, extraordinarias. Me preocupan mis hijos, qué va a ocurrir si yo falto. Mamá, le encomiendo a mis hijos”. Cuando Galán habló con su madre, Cecilia, ella le pidió que no fuera a Soacha. Él se negó a incumplir su destino y su deber. Con su coraje se completó la profecía. Hoy los colombianos lo siguen queriendo mucho.

Por Jorge Cardona Alzate

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