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Recuerdos (Cuentos de sábado en la tarde)

Mi abuelo con Alzheimer solo se acuerda de una cosa cuando le menciono al equipo de sus amores: Gento, el extremo izquierdo, el once.

Sergio Ferrero Febrel
29 de enero de 2022 - 05:12 p. m.
Paco Gento, una de las máximas leyendas del Real Madrid.
Paco Gento, una de las máximas leyendas del Real Madrid.
Foto: Real Madrid

Ellos ya no están. Mi abuelo paterno murió hace cuatro años, a los 98. Su vida fue el milagro de la vida. Llegó a Madrid desde la comarca de Sanabria, en la provincia de Zamora, en el año 1927. Le tocó vivir una época dura: la guerra. Pasó hambre. Huyó. Fue encarcelado. Cuando estaba preso, le mandaba cartas a mi abuela desde el batallón de trabajadores de Villaverde Bajo, al sur de Madrid, diciéndole que pronto iba a salir de allí para estar con ella. Esas cartas aún las conserva mi padre como oro en paño, en un cajón de la casa donde nació mi abuelo hace más de cien años. Ha sido un referente en mi niñez, en mi adolescencia, un ejemplo de vida para mí.

Mi otro abuelo, el materno, está ingresado en un centro para enfermos de Alzheimer. A sus 94 años, solo conoce a mi madre y a mi tía, su hija mayor. Fue un niño de la guerra. Su hermana se exilió a Francia con nueve penas de muerte a sus espaldas, mientras a él lo enviaban a Villajoyosa, un pueblo de pescadores a la orilla del Mediterráneo, donde permaneció hasta el final de la guerra, sin saber si sería uno de esos cientos de niños a los que el destino los llevaría a la antigua Unión Soviética, en donde harían sus vidas, en donde se harían hombres. Mi abuelo fue un gran ciclista. Mi madre me ha contado que, para que mi abuela lo dejara tranquilo los domingos, pintó su nombre, Amelia, en el manillar de su bicicleta de carreras. Amaba la música, llegó a ser campeón de torneos de harmónica en Radio España y era un dibujante sobresaliente. Tengo en mi casa un magnífico dibujo suyo de Don Quijote de la Mancha, pintado a carboncillo, que me va a acompañar el resto de mi vida. El estado de la enfermedad no es muy avanzado, pero no le permite acordarse prácticamente de nada. Solo se acuerda de una cosa cuando le menciono al equipo de sus amores: Gento, el extremo izquierdo, el once, me dice.

Como dice un buen amigo, el equipo de fútbol no se elige. Es de nacimiento. Como la familia. Mis dos abuelos fueron socios del Madrid por muchos años. Uno hasta su muerte, y el otro hasta que decidió dejar de verlo en el campo, porque no aguantaba los nervios. Por ellos, yo soy socio, como lo es mi tío y como lo son mis primos. Mi abuelo paterno recorrió toda Europa con la Peña Cinco Estrellas en sus últimos años de vida. A sus 94 años, yo creo que fue el socio de mayor edad que vio ganar la Undécima Copa de Europa en directo, en Milán. Le tuvieron que subir a hombros a las gradas de San Siro. Ya casi no podía ni caminar. Esta es la última final a la que vengo, le dijo a mi tío. Y así fue. Lo añoro mucho.

Ayer, en la Tribuna del Fondo Norte del Santiago Bernabéu en donde tengo mi asiento, en medio de un estadio en obras, que a pesar de la modernidad que respira y el paso de los años sigue siendo ese mismo lugar al que iban ellos con sus sillas plegables, sus cojines y sus garrafas de agua y vino, los he visto. Ayer, en una tarde fría de invierno, he vuelto a ver a mis abuelos, mientras un hermoso adagio de violines acariciaba mi alma, y me recordaba, nos recordaba a todos los allí presentes, que el tiempo no se detiene nunca, para nadie. Recuerdos. He visto sentados a Sixto y a Santos. Los he imaginado juntos, sesenta años atrás, con sus banderines morados y sus bufandas blancas, aplaudiendo las carreras de Paco Gento. He cerrado los ojos, y los he sentido junto a mí, en el corazón, que es el lugar del cuerpo donde se siente a la gente que amas toda la vida. Cuando los he abierto, me he secado las lágrimas y he mirado a mi alrededor. Me he fijado en los rostros de gente mucho más mayor que yo, en el silencio que desprendía su quietud, en la emoción que trasmitían sus miradas nostálgicas, imaginando también a sus abuelos, a sus padres, a sus tíos, todos juntos otra vez, como antaño, viendo a Gento, a Di Stefano, a Puskas. Otro mundo. Un mundo que ya se fue. Que nunca volverá. Como nunca volverán mis abuelos. Pero estaba yo por ellos allí, en su lugar, porque el equipo no se elige, es familia.

Luego, ha empezado el partido y la vida ha seguido su curso, como debe ser.

Por Sergio Ferrero Febrel

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