Retrato 3: El Enemigo
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“Por lo tanto se ha dicho: si conoces al enemigo y te conoces a ti mismo, no debes temer el resultado de cien batallas. Si te conoces a ti mismo pero no conoces al enemigo, por cada victoria ganada sufrirás una derrota. Si no conoces al enemigo ni te conoces a ti mismo, sucumbirás en cada batalla”, antigua sentencia nunca superada en su sabiduría, dicha por Sun Tzu en el siglo V a. C. y estudiada y aplicada por Mao en su concepción de la guerra prolongada, contra la invasión japonesa a su país.
Es la imagen del “otro” en el interior del propio “yo”, en el ámbito territorial de la guerra, imagen que en principio se construye y se reconstruye, no como simples metáforas o símbolos, sino como un conjunto de representaciones.”Los conceptos de amigo y enemigo deben tomarse aquí en su sentido concreto y existencial, no como metáforas o símbolos; tampoco se los debe confundir o debilitar en nombre de ideas económicas, morales o de cualquier otro tipo; pero sobre todo no se los debe reducir a una instancia sicológica privada e individualista, tomándolos como expresión de sentimientos o tendencias privadas”, reflexiona Carl Schmitt en su concepto de lo político, al desarrollar una definición sobre el enemigo: “Enemigo no es pues cualquier competidor o adversario. Tampoco es el adversario privado al que se detesta por cuestión de sentimientos o antipatía.
Enemigo es solo un conjunto de hombres que ni siquiera eventualmente, esto es, de acuerdo con una posibilidad real, se opone combativamente a otro conjunto análogo. Solo es enemigo el enemigo público, pues todo cuanto hace referencia a un conjunto tal de personas, o en términos más precisos a un pueblo entero, adquiere eo ipso carácter público”. Y en ese proceso de mediaciones entre lo privado y lo público, al enemigo se le confronta, ya no solo con la dualidad existencial de conocimientos de sí mismo y del otro, sino con aquella manifestación humana de profundo odio, que culmina por simplificar en apariencia esa relación.
Pero en el fondo, la hace más compleja, al individualizarla, cuando alguien la asume para sí. Entonces esa relación adquiere la dimensión de confrontación entre perseguidor y perseguido, en un amplio campo de la guerra declarada entre naciones y la guerra no declarada como un conflicto interior de un determinado país. Hoy día el enemigo constituye el concepto primario por referencia a la guerra, agrega Schmitt en su texto. Y dentro de ese referente de guerra, incluso, al enemigo se le puede amar en privado, pero debe odiársele necesariamente en público. Dos expresiones de la individualidad sicológica.
Al enemigo se le identifica, cuando se hace público, a ese conjunto de hombres con quienes se está en confrontación, y al identificarlos, la racionalidad en la aplicación del odio comienza a funcionar con todos los métodos posibles, los conocidos y los creados por mentes enfermizas. Entonces ya no existen límites, se desbordan las motivaciones privadas bajo la bandera pública —cada bando tiene y defiende su razón—, en la que todo fin justifica los medios. Este sentido de retaliación con el “otro”, ha sido un elemento estructural y constante en la historia de este siglo en Colombia, por la relación directa con los períodos de violencia, insurgencias armadas y políticas de contrainsurgencias.
El siglo comienza con un escalofriante decreto de guerra a muerte, cuando el alcalde revolucionario de Ortega, Tolima, decreta: “Por orden del general Aristóbulo Ibáñez, todo conservador que sea cogido, esté o no en armas, será fusilado”. El enemigo ya está sindicado públicamente, ahora hay que tomarlo prisionero y fusilarlo. Vendrá entonces la lógica de la contrarrespuesta, en un decreto firmado en marzo de 1901, por el presidente Marroquín que no podía considerarse como un viejito tomador de chocolate en las tardes de abulia y melancólico contertulio, sino un hombre de fuerza y entereza:”Considerando: Que muchos individuos prevalecidos de la condición de guerrilleros rebeldes, cometen delitos graves, y que es necesario el inmediato castigo de esto, para que se produzca un saludable escarmiento, decreta: Serán juzgados por medio de consejos verbales de guerra los siguientes delitos cometidos por individuos que se hallaren en armas contra el gobierno: el incendio, el asalto, el homicidio, el robo, las heridas, etc. Contra las sentencias que dicten dichos consejos de guerra no habrá lugar a recurso alguno, pero si la sentencia impusiese la pena capital se consultará con el jefe civil y militar del respectivo departamento, quien decidirá la consulta en el perentorio plazo de 48 horas”.
Pero a comienzos de siglo en Colombia no se da como elemento característico, la actitud de prepotencia, de acompañar en el momento de capturar el enemigo, el clímax de la disminución de este, que consiste en la ceremonia de la exhibición pública de los enemigos prisioneros como botín de guerra, como lo plantea Elías Canetti, en Masa y poder, ceremonia ya tradicional en”sociedades que han alcanzado cierto grado de civilización… Otras —agrega Canetti—, que nos parecen más bárbaras, exigen más: quieren, precisamente como congregados, y ya no en el sentimiento de amenaza inmediata, vivir la disminución del enemigo. Se llega así a las ejecuciones públicas de prisioneros como consta de las fiestas de victoria de muchos pueblos guerreros”.
En la Guerra de los Mil Días no habrá tiempo para la exhibición pública de prisioneros; uno y otro bando aplicarán pródigamente la pena de muerte. “Propiciando aún más la matanza, el ministro de Guerra José Vicente Concha ordena a los comandantes de columnas que, como los ascensos se han venido confiriendo con una largueza tal, que hasta los alcaldes y prefectos han hecho coroneles y generales, en lo venidero este despacho será la única entidad que los otorgará, advirtiendo que el requisito indispensable para ascender de mayor a teniente coronel será que el agraciado haya dejado por lo menos cien muertos en combate…”.”Con tal directiva era lógico que ningún mayor podría dejar prisioneros”, comenta el historiador coronel Leonidas Flórez.
Cuando se entrelaza el lenguaje político en el lenguaje de la violencia, con definida dirección connotativa ideológica de señalar públicamente al enemigo, trasciende y se generaliza en el enfrentamiento partidista por la dirección del Estado, durante el gobierno conservador de Ospina Pérez. Y el escenario propicio para la teatralización del discurso político, como es apenas lógico suponer, fue el parlamento. “El brillante orador, condición ineludible para ser un buen parlamentario, que maneja con maestría tonos, inflexiones y silencios de su voz, que induce a quienes lo escuchan al silencio como a los aplausos frenéticos, que no hace meditar sino que alienta las emociones del subconsciente individual y colectivo, crea un ambiente peligroso de manifestación política.
Lo hace con perversa inteligencia al utilizar la insidia, que resbala con intuición y certeza en la vida del contrincante político para demolerlo; en medio de tanta retórica aparecen deslizadas consignas, que recogen en sí frases explosivas, cortas y directas, que luego serán el compendio de un programa de defensa de la seguridad del Estado. Tienen estas consignas un proceso de elaboración y filtración, de acusaciones y respuestas, en mediaciones entre la alusión poética a la luna hasta predicar la acción intrépida y el atentado personal.
Se crea, entonces, un estado de ánimo público favorable que induce a los partidarios de ese partido, a buscar métodos adecuados de cómo hay que eliminar físicamente al contrincante político. Surge la motivación: denuncia contra los liberales de fraude y supuesto robo de cientos de cédulas. Viene la incitación: acabar con los dueños de la cédulas liberales, antes y después de las elecciones de 1950. La consigna se corporiza verbalmente:”A sangre y fuego”.”El parlamento del Centenario, de poetas y de familias ilustres, había dejado de ser el ámbito usual para que se escuchara la retórica de un lenguaje florido, premisa hacia el parlamento sedicioso, que utilizaría en cambio, un lenguaje directo y certero que abriría en últimas, el camino hacia una guerra civil no declarada…”.
Ese lenguaje de la violencia política sintetizado en una consigna, requería para su absoluta funcionalidad, de una concreción de la imagen real del otro, y Laureano Gómez, maestro en hacerlo, la halló en la imagen del Basilisco, “reptil iguánido de América”, al definirlo, refiriéndose al liberalismo: “Nuestro basilisco camina con pies de confusión y de ingenuidad, con piernas de atropello y de violencia, con un inmenso estómago oligárquico; con pecho de ira, con brazos masónicos y con una pequeña, diminuta cabeza comunista, pero que es la cabeza…”.
Consigna e imagen que expresan una razón de Estado, que contiene tres elementos estructurales referidos al “otro”: liberalismo-comunismo- masonería, pero que requiere de un cuarto elemento por cierto muy explosivo, lo religioso como asumido desde la orilla opuesta, como la defensa de la religión católica. Ya definido en su conjunto al enemigo públicamente, se avivan los espíritus con el manejo magistral de la sicología de masas —medios de comunicación, especialmente el púlpito—, y es el comienzo de una labor metódica de eliminar al adversario político.
La violencia política genera una situación invivible, que influye decisivamente en la vida campesina; revierte nuevos valores, que implica una nueva expresión lingüística; aparecen otros signos verbales, en una acción colectiva al presenciar —como si se tratara de un nuevo descubrimiento— los hechos para rebautizarlos con significativas palabras, en un replanteamiento del lenguaje. Cambian conceptos vitales como vida y muerte. Se tipifican dos respuestas a los conceptos de vida y muerte: godear, terrible verbo para matar conservadores indiscriminadamente; y acabar con la semilla para matar en el vientre materno la criatura de padres liberales.
Deja de existir la muerte natural para darle cauce a la muerte afusilada. Cambia el tiempo de la muerte —hay que presenciar la muerte lenta del enemigo al codificarse y socializarse las formas de matar la víctima—, pero a la vez, esas formas de muerte adquieren una expresión ideológica, cuando cada bando se identifica con su señal y huellas de muerte: los macabros cortes durante la violencia de los 50. Y en ese proceso de identificación de los bandos, proceso no casual sino que obedecía a situaciones específicas tanto regionales como nacionales, se encuentran y se generalizan vocablos como chulavita en su relación directa con los gallinazos, para designar a la policía; liberales-chusmeros-bandoleros para designar a la guerrilla liberal; pájaros, civiles armados que vuelan y matan.
En el sur del Tolima, además de un concepto sobre enemigo común nacional en la policía chulavita, se racionalizan a nivel local tres designaciones de enemigos según en la orilla que se estuviera: para la guerrilla liberal, los limpios sin mancha de influencias extrañas, el enemigo se manifestaba en la presencia de los comunes o comunistas y las bandas de pájaros conservadores; para los comunistas, los liberales limpios y las bandas de pájaros conservadores; para estos, todo lo que olía a chusma liberal y comunismo. Fenómeno que se manifiesta en otras regiones con otras características y designaciones.
Después surgirán nuevos elementos connotativos en el lenguaje: chulavita será chulo o plaga para designar al ejército como el otro, el nuevo enemigo. Pierre Gilhodes, estudioso de la violencia en Colombia, afirma que “no es exagerado concluir que, en Colombia, desde el punto de vista estrictamente militar, se inventó el enemigo en nombre de una respuesta continental que explicita el general Ayerbe Chaux, en 1965, de regreso de la Sexta Conferencia Interamericana celebrada en Lima: “La presencia efectiva del comunismo… sigue siendo a nuestro leal saber y entender el principal problema… Es una realidad palpitante que se viene manifestando desde hace varios años por medio de una propaganda intensa… y finalmente por movimientos guerrilleros. No porque sea una minoría el comunismo debemos descuidamos. También lo era en Cuba… En Chile, por ejemplo, no faltó poco para que se tomaran el poder yendo a las urnas. En el Brasil los militares se vieron obligados a intervenir antes que el país fuera dominado por las masas comunistas… Si un gobierno comunista se establece por desgracia en cualquiera de nuestros territorios, se está afectando no solo la soberanía del país ocupado sino la soberanía de los pueblos vecinos”.
No cabe duda, comenta el profesor Gilhodes,”al leer estas páginas hoy día, que la inspiración vino del exterior en esta ofensiva ideológico-militar de comienzos de los sesentas. Se presionó sobre un presidente débil —Guillermo León Valencia— para tener en la cúspide militar a un oficial de nuevo corte —Ruiz Novoa—, apto para aplicar una teoría, gemela y complemento de la Alianza para el Progreso”.
El general Rebéiz Pizarro, poco antes de reemplazar como ministro de Defensa al destituido general Ruiz Novoa, había escrito en la Revista del Ejército, No 69, enero 1965: “Tengo la certidumbre que a las Fuerzas Militares les corresponderá, en el inmediato futuro, desempeñar un papel trascendente y
definitivo en la marcha política de la Nación. Mientras continúen vigentes las causas del descontento y mientras no se satisfagan las exigencias económicas de todos los sectores, la única valla contra el desorden y la anarquía, la constituyen las Fuerzas Armadas”.
Al vocablo bandolerismo de antigua usanza se le agregan para designar el enemigo: comunismo, desorden y anarquía. Se habla ya de Cuba como el enemigo continental. Cualquier protesta social, como la insurgencia armada, tiene un carácter jerarquizado y definido como el enemigo, que expresa intereses foráneos del comunismo en Cuba. Es muy simple la ecuación que se racionaliza y se hace pública en los documentos oficiales del ejército.
En 1966 el general Ayerbe Chaux vuelve con la definición del enemigo: “La fuente principal de la subversión en Colombia y en la América Latina es el comunismo”. En 1967, el general Guillermo Pinzón, comandante del ejército, al alertar a los integrantes de la institución, ante las más recientes tácticas y manifestaciones de la guerra subversiva, a la vez que hace un llamado a la opinión ciudadana, “consciente de sus deberes cívicos, a fin de que comprenda de que la guerra presente, es una guerra no solamente contra la fuerza pública —como en oportunidades la apatía de ciertos sectores la hace aparecer— sino una guerra contra Colombia, contra sus tradiciones, su conciencia republicana y democrática, su civilización occidental, sus valores éticos cristianos, y su respeto a la conciencia individual; es —sin ambages ni “macartismos”— la guerra entre la democracia y el comunismo, llevada al teatro colombiano”.
Esta definición de enemigo, por cierto más explícita, porque incluye la definición del carácter de la guerra entre “la democracia y el comunismo”, no cambiará en la década de los 70, en los 80 se alineará con el concepto de un nuevo enemigo, con la aparición pública del narcoterrorismo, como si fueran un mismo fenómeno. Frente a un enemigo ya definido solo existe un problema: combatir hasta destruirlo.
En la definición genérica de guerra entre “la democracia y el comunismo”, explicita la individualización del enemigo, identificado en alguien, en un hombre que personifica el rol del “otro” por sus facultades de liderazgo, lo que denomina el general Landazábal el “conocimiento cabal de las condiciones personales de los jefes militares que comanden la organización, de los líderes políticos que las orienten…”. O de forma novelada define ese conocimiento del “otro”, el general Valencia Tovar, en su novela Uisheda, cuando el personaje central, el comandante Robles, ha encontrado en la vivienda abandonada de Fulvio Jerez, el “otro”, el guerrillero que huye, la presencia de la mujer, entonces piensa: “Aquí vivía una mujer, y donde hay mujeres hay fotografías, papeles, cartas de amor”.
Continúa la búsqueda y encuentra en sus pesquisas: “A propósito de papeles —le dice al capitán Vidal—, repare usted en el contenido de esta caja. Cartas. Vea estos retratos. Este barbudo, si no estoy mal, es Fulvio Jerez. Ahora estoy cierto que sirvió conmigo en el noveno de Fusileros… Interesante. Muy interesante. Tener un antiguo subalterno de jefe en el campo del enemigo, no deja de crear una sensación de acercarse a ese conocimiento previo de que hablaba Sun Tzu, cuya filosofía de veinticuatro siglos usted se la traga tranquilamente como una píldora. Y esta debe ser la niña Consuelo que nombra Plutonio. Bonita, ¿no? Bien bonita… ¡Mire! Aquí hay otros barbudos. ¿No le parece mejor ir trabando relaciones con nuestros enemigos, conocer algo de sus caras y de sus vidas antes de enfrentarnos a ellos?”.
Naturalmente que la vida tiene tantas complicaciones como la ficción. El ejército colombiano ha tenido en sus manos en los últimos treinta años, la imagen fotográfica del otro, del enemigo individualizado, llámese Guadalupe Salcedo, Camilo Torres, Fabio Vásquez, Jaime Bateman, Manuel Marulanda Vélez, y ellos, escaparon de la prisión de la imagen congelada.
* Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial. Arturo Alape (Cali, 1938 - Bogotá, 2006). Fue escritor, periodista, historiador, pintor y guionista. Recibió el título honoris causa en Literatura en la Universidad del Valle y la Beca Nacional de Literatura del Ministerio de Cultura en 2003. Estudió pintura, y sus obras han sido exhibidas en La Habana, Hamburgo, Cali y Bogotá. Textos suyos han sido traducidos al alemán, francés, ruso y japonés. Entre sus obras se destacan El Bogotazo: memorias del olvido (1983), Las vidas de Pedro Antonio Marín Tirofijo (1989), Sueños y montañas (1994) y La hoguera de las ilusiones (1995)