El Magazín Cultural

Réquiem por La Soledad

Este es mi réquiem por La Soledad, barrio tranquilo como ninguno, ahora el II Sector de un lugar innombrable, sinónimo de turismo sexual y de drogas.

Luis Carlos Muñoz Sarmiento
27 de junio de 2018 - 10:27 p. m.
Barrio La Soledad en Bogotá.  / Archivo
Barrio La Soledad en Bogotá. / Archivo

Señores, señoras y jóvenes, les habla el barrio La Soledad. Ya se sabe, los barrios no hablan, pero como intento proteger a quien escribe, me tomo la libertad de hablar como si se tratara de un humano, de seres humanos: no se olvide que el paisaje es el hombre: sin él no habría paisaje, porque no habría quién lo nombrara. Y las cosas existen porque se las nombra y si no hay quién para ello, no existen. Una casa, un barrio, existen porque están poblados, de lo contrario... El violento/agresivo proceso de gentrificación que ha llegado a mis predios me anima a quejarme en nombre de la sociedad a la que pretende aplastarse sin reparo alguno.

Ya no aguanto las alarmas de carros y viviendas, los camiones de chatarra que vienen cada día a toda hora “a salvar el medio ambiente” y cuyo perifoneo ningunos oídos resisten, salvo los de la Policía, al parecer blindados por la intolerancia y la desidia frente a sus pobladores. La situación es tan áspera que ya hay un Instituto Latinoamericano de Neurología y Sistema Nervioso: me han perturbado tanto que ya no sé si soy bipolar o esquizofrénico.

Los atracos se han incrementado, la droga y el alcohol abundan, los antros de todo tipo pululan, los vecinos llevan a cagar a sus perros en casas de los vecinos y toca perseguirlos hasta la suya para devolverles las atenciones. En fin, La Soledad parece haber cambiado de nombre: ahora es una (mala) especie de 7 de Agosto, II Sector. Quien acude a la Policía es hoy el problema y no quienes agreden a los que han perdido el derecho a vivir en paz.

Paz que no tiene el país porque les ha dado por extraditar a cuanto exguerrillero quiera venir a vivir acá: pobre ellos que vienen de la selva y donde lo único que escuchaban, aparte de las bombas, eran los cantos y silbidos de las aves. Ojalá no hubiera más motos, buses ni colegios reproductores de ruido, camiones que en vez de comprar chatarra venden ruido, caldo de cultivo para una gentrificación tan agresiva como la que se da en Medellín, para hacer de ambas “las más innovadoras, cultas y prósperas” urbes del país, ja.

Este es mi réquiem por La Soledad, barrio tranquilo como ninguno, ahora el II Sector de un lugar innombrable como aquel sujeto de quien vienen prácticas tan oscuras como la de la gentrificación, eufemismo por burbuja inmobiliaria y, por ahí derecho, sinónimo de turismo sexual y de drogas.

Por Luis Carlos Muñoz Sarmiento

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