La primera pregunta de Destilar es por la forma: “[…] ya que faltamente sucumbiré a la necesidad de forma que procede de mi pavor de permanecer sin límites, entonces al menos que yo tenga el valor de dejar que esa forma se forme enteramente sola como una costra que por sí misma se endurece…” reza el epígrafe de Clarice Lispector en las primeras páginas. La estructura de las trece piezas que componen este libro están dictadas por sí mismas, son ensayo y son poesía y son narrativa también. Son una forma destilada de expresar el mundo, que buscan que la forma se dé sola, y que se pueda rescatar y concentrar a través de un fragmento, como cuando se destila una fragancia.
La segunda pregunta es acerca de la duda (no afirmación ni rechazo) relacionada con la sanación, alternativa o tradicional: «Esto me abandona al itinerario de curas posibles en que cada cuerpo busca su verdad. Naufragamos, una y otra vez, entre la sanadora, quien exorciza el mal a través de sus toques, rezos y mantras; el yerbatero, quien a través de sus plantas mágicas, induce un viaje simbólico por los imaginarios del cuerpo; el naturista, quien, invocando silenciosamente a los padres de la medicina, expurga la naturaleza y nos la entrega en comprimidos para el balance y la armonía; el doctor de la EPS, con sus afanes e ibuprofenos; o por qué no, en medio de una esperanza repentina buscamos aquello aún por probar, recién inventado, que somete al cuerpo a límites desconocidos. Naufragamos una y otra vez entre la negligencia y el hiperdiagnóstico».
La tercera pregunta es acerca de la conciencia: somos nuestro cuerpo y lo que produce nuestra mente, somos una narración personal del mundo en el que vivimos, somos algo frágil, que se borra con el olvido, tal vez lo que nos separa de los animales es saber que nos vamos a morir, es saber que no somos inmortales, que no podemos ser presente puro, y que aunque la conciencia sea un proceso, y aunque algo de conciencia se refleje, mínimo, en cada ser vivo que nos ve, la conciencia personal es intransferible, y eso nos abandona a la soledad.
La cuarta pregunta es sobre la salud mental, sobre qué poco sabemos del funcionamiento de la mente, sobre cómo experimentamos en los pacientes afirmando saber, porque esa es la forma histórica que ha tenido la medicina de ir aprendiendo. Porque la comprensión del arte es larga, pero la vida es corta, como afirmaba Hipócrates.
La quinta pregunta es sobre la enfermedad y la muerte. Acerca de ser consciente de esa fragilidad del cuerpo, la vida y el tiempo: «…hace cincuenta mil años, sobre este planeta, solo este y no algún otro del extenso Universo, hubo un organismo que supo de su propia muerte. Oyó el susurro del mar y apareció el sosiego; vio el rayo caer sobre las colinas e iluminar el horizonte, y sintió el pánico». También en la idea de compostarse, de dejar que el cuerpo abone la tierra: «En la naturaleza, nada, nunca, deja la tierra, pensé. Entonces, por qué habría de inquietarme a mí dejarla. Mi preocupación hacía que aquella idea que se me había anclado como la aguja sucia de un tornamesa fuera cierta: la muerte es la ficción del yo».
La sexta pregunta es acerca de la vida vegetativa en una sociedad de consumo: ¿sentirse triste en un mundo que no prioriza el ocio ni la lentitud ni la belleza es estar enfermo? «Cárcel la que nos propone este teatro de la vida: acabar con todo, trabajar como obsesos, gastar como rotos. Bienvenida entonces la inquietud, la tragedia. Esa depresión que no es tristeza, sino rebelión a puerta cerrada. Una depresión que humedece el alma seca y seca el alma mojada trae refugio, limitación, foco, gravedad, peso y humilde impotencia. Una depresión que recuerda la muerte».
La séptima pregunta es acerca del cuidador, en El cuerpo que olvida vivir. «En el caso del Alzheimer los cuidadores se convierten en el yo auxiliar del paciente e incorporan las tareas de ellos. A medida que la persona va perdiendo su identidad, asumen lo que se va yendo, lo viven […] “el arte del cuidado es la entrega, pero con conocimiento”. Ella sabe que, a través de su madre, está preparando su propia muerte».
Dentro del capitalismo la literatura es un producto incesante, también. Se fabrican publicaciones siempre y cuando haya consumidores, y una persona que escribe es una marca. Sabemos eso, ¿cierto? Dentro del capitalismo, la mayoría de los productos literarios no cumplen con la función de la literatura, sino con la función del mercado. Por eso es tan escaso y difícil encontrar libros como este: hechos de estética y significado, que más que adaptarse a un canon son una forma auténtica de percibir y explorar el mundo (para quien escribe y para quien lee, porque un libro no se hace por quien lo escribe, sino por sus lectores, sobre todo). Por eso lo amé, porque, sin importar lo terrible que pueda revelarme, me hace sentir y creer que el mundo es un lugar con significado. Y que la literatura, al igual que la ciencia, por ejemplo, es una forma de conocer el mundo.