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Reseña de la novela “Sol marchito”, del barranquillero Álvaro Medina Amarís

Según el escritor que revisó la obra publicada por el sello editorial Planeta, se trata de “un descenso a los cimientos de nuestra historia”.

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Julio Olaciregui * / Especial para El Espectador
28 de abril de 2025 - 04:00 p. m.
Álvaro Medina Amarís (Barranquilla, Colombia, 1941) es autor de la novela Desierto en sol mayor (Bogotá, Colcultura, 1993). Su trabajo de escritor lo ha desarrollado como historiador, curador y crítico de arte, campos a los que ha contribuido con Procesos del arte en Colombia 1810-1930, El arte colombiano de los años veinte y treinta, Arte y violencia en Colombia desde 1948 y Poéticas visuales del Caribe colombiano al promediar el siglo XX. Este último libro documenta las actividades del Grupo de Barranquilla en torno a La Cueva, el bar donde conoció y trató a los protagonistas de un momento cumbre de la literatura y las artes plásticas colombianas. El escepticismo, el descreimiento y la irreverencia de este movimiento, producto de la incertidumbre y la violencia política de aquellos años, es la razón de ser de Sol marchito.
Álvaro Medina Amarís (Barranquilla, Colombia, 1941) es autor de la novela Desierto en sol mayor (Bogotá, Colcultura, 1993). Su trabajo de escritor lo ha desarrollado como historiador, curador y crítico de arte, campos a los que ha contribuido con Procesos del arte en Colombia 1810-1930, El arte colombiano de los años veinte y treinta, Arte y violencia en Colombia desde 1948 y Poéticas visuales del Caribe colombiano al promediar el siglo XX. Este último libro documenta las actividades del Grupo de Barranquilla en torno a La Cueva, el bar donde conoció y trató a los protagonistas de un momento cumbre de la literatura y las artes plásticas colombianas. El escepticismo, el descreimiento y la irreverencia de este movimiento, producto de la incertidumbre y la violencia política de aquellos años, es la razón de ser de Sol marchito.
Foto: Luz Stella Millán
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La novela Sol marchito, del escritor barranquillero Álvaro Medina Amarís, viene a colmar una necesidad histórico-poética: ayudarnos a comprender lo ocurrido con las famosas guerras civiles del siglo XIX que figuran en el pasado de Colombia como el mito de los mil y un días tenebrosos durante los cuales se cavaron los cimientos de la fundación de nuestra sociedad. (Lea una entrevista con Álvaro Medina sobre su obra).

Fruto de más de cuatro décadas de investigación y escritura nos acerca a un mundo que intuimos cuando recorremos nuestro país, como si la naturaleza guardara, pese a su belleza, huellas de la desmesura humana, o cuando caminamos por las callejuelas del bogotano barrio de La Candelaria o descubrimos el poema “La hora de tinieblas”, de Rafael Pombo (1833-1912): “Oh qué misterio espantoso/ es este de la existencia/¡Revélame algo, conciencia/ ¡Háblame oh Dios poderoso!/ Hay no se qué de pavoroso/ en el ser de nuestro ser/¿Por qué vine yo a nacer?/¿Quién a padecer me obliga?/ ¿Quién dio esa ley enemiga de ser para padecer?”.

El conflicto central en esta obra, podríamos decir, será precisamente el silencio de Dios o el diálogo de sordos entre sus criaturas.

El poeta Rafael Pombo es uno de los personajes de esta novela que Medina Amarís, quien se define como un “removedor profesional del pasado”, se sintió movido a escribir al comprobar que no lo harían Gabriel García Márquez ni Manuel Mejía Vallejo, autores que mencionan la Guerra de los Mil Días en sus obras. Héctor Rojas Herazo, en Respirando el verano, cuenta, como en una pincelada, la llegada a Tolú de un grupo de soldados “cachacos”, hastiados de este largo conflicto que afectó a todo el país y causó más de cien mil muertos.

Al terminar de leer Sol marchito, un miserere mei de más de 500 páginas, sentimos la compasión que su autor experimenta por todo lo que padecieron nuestros antepasados, liberales o conservadores, creyentes o ateos. Somos descendientes de aquellos pobres muertos nuestros. “A las diez, la fetidez de los cadáveres en medio de la llanura ardiente derrotó a los dos rivales. Eran mil quinientos insepultos que obligaron a suspender las cargas de infantería y a firmar la tregua”. Y comprendemos también que “la gloria” que se atribuye a próceres o pseudo-héroes “no es la que enseñan los textos de historia, es una zopilotera en un campo y un gran hedor”, como lo dice en su poema La hora cero el nicaragüense Ernesto Cardenal.

Alumno del escritor y periodista Alfonso Fuenmayor, su profesor de humanidades en la Universidad del Atlántico, donde estudió arquitectura, y de alguna manera, por su acercamiento a otros miembros del Grupo de Barranquilla como Álvaro Cepeda Samudio y Alejandro Obregón, Medina Amarís es el heredero del espíritu creativo que anidaba en el bar La Cueva, combinado en él con su disciplina y su sólida formación académica. Su pasión por estudiar las vanguardias arquitectónicas lo llevó a investigar las vanguardias pictóricas y a emprender luego la reescritura de la historia del arte en Colombia. Fue colaborador del Magazín Dominical de El Espectador, en su época de oro, donde publicó sus primeros cuentos.

Mientras leía en los archivos la prensa de fines del siglo XIX acerca de los salones de pintura de la época se dio cuenta, en los otros titulares, de la ominpresencia de las amenazas de guerra. “El país atravesaba el peor momento de su breve historia. La guerra había agostado los bolsillos y reducido la capacidad de los estómagos. La mala situación económica se revelaba en la basura acumulada en las aceras (…) Todo en nuestras mentes era desgano, desafecto, abulia, displicencia, apatía, descariño, indiferencia”.

Sol marchito está narrada en gran parte por el general conservador Antonio Ñungo –“un viejo abusivo, miserable y tacaño”-- como lo define una de las trabajadoras de su hacienda, la pastora rebelde Diana Rojas. Este hombre se cree investido por Dios de la misión de combatir a los ateos, a “los infieles, compromiso que ya he cumplido y cumpliré mil veces más, porque nací guerrero y soy leal a las enseñanzas de la Santa Madre Iglesia”.

Los epígrafes que figuran en el umbral de esta nueva catedral de nuestras letras –una cita de la Biblia sobre la intolerancia a los “dioses ajenos” y otra del libro Violencia y monoteísmo—nos ofrecen pistas de lectura para comprender la gravedad de lo ocurrido en nuestro país, cuyo futuro se veía en esos remotos tiempos “como una mina de carbón a medianoche”. Un país que vive aún, como entonces, anhelando la libertad y el orden.

Sentimos que el escritor barranquillero se concentró en el tema de las guerras civiles colombianas, pero no por ello están ausente, de manera sutil, los lazos con la historia universal, desde la era de los presocráticos y los trágicos griegos --“La guerra es padre de todos, a unos los hace reyes, a otros los hace esclavos” (Heráclito)—hasta la salvaje conquista emprendida por las tropas españolas en los territorios de las etnias panteístas precolombinas para las cuales el Sol es un dios.

El general Ñungo admira por sobre todo el poema del Mío Cid identificándose con las guerras del Campeador contra los musulmanes “infieles” asentados en la península ibérica. “Me refiero al Cid, mi Cid, inspiración y guía del conquistador que pisó este continente con el propósito de civilizar al indio y para su eterna gloria lo alcanzó”.

La estremecedora descripción del asesinato de su padre, el poeta y líder conservador Delio Ñungo en su finca La Tabita, la precisión en la enumerción de sus heridas, nos recuerdan la Ilíada, cuya lectura nos lleva a situarnos en medio de la Guerra de Troya, contada por un narrador que describe con pericia clínica la forma en que agonizan las numerosas víctimas tendidas en el campo de batalla.

Sin embargo, Sol marchito no se lee como la obra de un corresponsal de guerra, sino como la de un sensible historiador que nos va develando poco a poco las consecuencias de la ideología patriarcal, intransigente, oscurantista y machista de los terratenientes, que se creen los dueños del país, ejercen el derecho de pernada y se permiten comprar campesinas para ofrecerlas de regalo de cumpleaños a sus hijos. El general Ñungo se ha transformado al final de la novela en un despótico personaje comparable a Pedro Páramo.

Medina Amarís recrea con mucha verosimilitud la época en que transcurre esta historia, gracias a un lenguaje de mucha ductilidad y poesía, a su imaginación y sus vivencias de niño criado en el campo, en Plato (Magdalena), la tierra del hombre caimán, hijo de un padre que era miembro del Partido Conservador, pero un hombre noble y humanista.

Gran lector de Alejandro Dumas y admirador de James Joyce juega en varios momentos abiertamente con el ejercicio de estar construyendo personajes y narrando peripecias, novelando la historia (“esa pesadilla de la que intento despertar”, decía el escritor irlandés) como cuando el general Ñungo dice a su hijo: “no te estoy narrando una novela sino una historia salpicada de coágulos de sangre”.

El mismo Joyce decía que había durado 17 años para escribir Finnegans wake y que el lector debía tomarse un tiempo semejante para leer esta obra. El libro de Álvaro Medina es tan rico en su orfebrería y su construcción, en el caudal de información que trae, que merece una reiterada lectura y sin duda se convertirá con el tiempo en materia de estudio en las facultades de Historia de nuestras universidades. El lector agradece y disfruta con la filigrana de saberes (arquitectura, música, literatura, ciencia, geografía) entretejida en esta novela histórica de “muchos nudos”, en la que los cielos se parecen a las pinturas de El Greco.

Comprendemos un poco más nuestra enrevesada historia, “las razones de nuestra sin razón”, como dice don Quijote. Con “dilatados choques de ejércitos que, por cuarta, quinta o sexta ocasión desde la independencia, saldrían a perseguirse por montañas, ríos, llanos, sabanas, ciénagas y páramos de toda la República, bordeando precipicios y corriendo a campo abierto con la obsesión de aniquilarse”.

Medina ha dicho en varias entrevistas que el presente de nuestro país se asemeja a lo que se vivió a fines del siglo XIX. Sol marchito queda en nuestra memoria como una gran película de época que nos permite ver las causas de lo que otro historiador, el cartagenero Alfonso Múnera, llamó “el fracaso de la nación”.

* Julio Olaciregui nació en Barranquilla en 1951. Su primer libro de cuentos fue “Vestido de bestia” (1981), al que le siguen las novelas “Los domingos de Charito” (1986), “Trapos al sol” (1991) y “Dionea” (2006). Ha ejercido el periodismo en Colombia (El Heraldo, El Espectador) y París (AFP), donde estudió literatura y residió. Olaciregui adaptó “La Mansión de Araucaima” de Álvaro Mutis para la película que filmó Carlos Mayolo en 1985. Tiene obras de teatro inéditas como “La novias de Barranca”, “Talía y el garabato” y “El callejón de los besos”, así como un libro de reportajes. Su más reciente novela es Pechiche naturae (Collage Editores).

Por Julio Olaciregui * / Especial para El Espectador

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María Luisa Jaramillo Arbeláez(17011)28 de abril de 2025 - 10:14 p. m.
Excelente columna. La obra de este escritor amerita una gran difusión. Lo conseguiré.
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