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“Civil war” o el retrato de cómo se evita una guerra

Reseña y análisis de la película del escritor y director londinense Alex Garland, protagonizada por Kirsten Dunst. Una reflexión sobre la naturaleza de la guerra, tomando como punto central la degradación y crueldad, así como en el papel de los reporteros gráficos que documentan sus horrores.

Javier Morales Cifuentes
08 de mayo de 2024 - 12:00 a. m.
El cineasta Alex Garland, director de la película, 'Civil war'.
El cineasta Alex Garland, director de la película, 'Civil war'.
Foto: EFE - J P GANDUL

Degradación. La guerra es degradación, lo sabemos. ¿Y cómo se ve esa degradación? En los rostros suplicantes de quienes tienen un arma que les apunta a la cabeza; en el llanto de mujeres e infantes, ajenos a esa diatriba de balas y sables cuando se empeñan en hacer su presencia insoportable y cercana; en cuerpos que cuelgan inertes, con las cabezas cubiertas y ladeadas, y los pies descalzos; en el fuego que consume un cuerpo que corre y que se lanza al abismo de la muerte, pero sin caer sino derritiéndose; en el grito silencioso del napalm, del gas sarín y del fósforo blanco; en los cuerpos despedazados como si fueran metáforas de la metralla; o en los ojos desolados de quienes se van de sus tierras sin poder mirar atrás, sin saber cuándo podrán volver.

La degradación, la crueldad y el sinsentido de la guerra son cosas que nadie nos tiene que explicar, las hemos visto. Queramos o no, hemos sido testigos. La fotografía y el video nos han abierto esa puerta hacia la crudeza. Y esa es probablemente una pregunta que subyace en la película Civil War (2024) escrita y dirigida por el británico Alex Garland: ¿cómo logramos que el mundo sea testigo de esto?

Esa es la pregunta que motivó a que se capturaran imágenes de guerras y conflictos armados que se han vuelto indelebles en la historia. La Niña Napalm de Nick Ut en Vietnam; las imágenes de Susan Meiselas en Nicaragua; los retratos de Tim Hetherington en Liberia; las únicas fotos existentes del desembarco en Normandía, durante el Día D en la Segunda Guerra Mundial, tomadas por Robert Capa, quien luego cofundaría la agencia Magnum; las cicatrices y rostros amargos del conflicto armado colombiano registrados por Jesús Abad Colorado; o las desoladoras imágenes de Gaza tomadas por Motaz Azaiza. Todos son registros de esa degradación que produce la demencia de la guerra y que vemos a través de los lentes de fotorreporteros.

En Civil War, Lee Smith (Kirsten Dunst) es una reportera gráfica veterana, fue la más joven en ingresar a la agencia Magnum, según comenta en una conversación que tiene con Jessie (Cailee Spaeny), la fotógrafa novata que le sigue los pasos; ambas van en dirección a Washington a entrevistar al presidente de los Estados Unidos (Nick Offerman) antes de que su gobierno pueda caer bajo las fuerzas de una coalición secesionista entre los estados de Texas y California. Las acompañan Sammy (Stephen McKinley), un periodista veterano del New York Times; y Joel (Wagner Moura), un reportero de Reuters.

Lee parece hastiada y preocupada por los riesgos innecesarios que representa la misión de viajar más de mil kilómetros hasta la capital estadounidense, donde los periodistas son blanco directo de los armados. En su mente y en la expresión cansada de su rostro lleva el peso de las imágenes que ha tenido que capturar en otras guerras alrededor del mundo. Sin embargo, su determinación no es distinta a la de sus colegas: hay que registrar este momento para la historia.

Y, aunque solo entendamos que esta travesía tiene como fin mostrar esa realidad al mundo, es cierto que la película de Garland nunca hace particularmente explícito el modo en que las personas o el mundo consumen el trabajo de estos periodistas. Es la principal crítica que hizo la fotorreportera estadounidense que trabaja para el New York Times, Lynsey Addario, en una entrevista para el pódcast On the Media. Addario, quien ha cubierto los conflictos en Irak, Afganistán, Pakistán, Libia y, recientemente, en Ucrania, dice que lamenta la ausencia de esa parte esencial del sentido periodístico de cualquier fotorreportero o videógrafo: el lector de la noticia. Y es verdad, las fotos en la guerra se toman para que alguien las atestigüe, para movilizar a la gente en torno a las atrocidades que no podemos ver, bien sea por la distancia o por la indiferencia, y sobre todo, para dejar una evidencia que, algún día, de alguna manera, llegue a los tribunales que juzgan los crímenes de guerra y de lesa humanidad alrededor del mundo.

Tal vez Garland es ultraconsciente de que los espectadores de la película somos los testigos y consumidores de ese trabajo periodístico de los personajes. De manera que el sentido que subyace en su película es otro. Es el poder. Es mostrar que la guerra, la confrontación violenta, no es otra cosa que una lucha por el poder, por el control. El escenario hipotético en el que nos ubica materializa las divisiones actuales que experimenta Estados Unidos, pero no bajo la misma lógica, sino bajo una supuesta, en la cual los enemigos son completamente difusos, los objetivos entre bandos nunca son del todo claros y, en el medio, solo queda la deshumanización y la muerte, un lugar donde las vidas dependen de quien hace las preguntas y donde cualquier respuesta puede ser la equivocada, porque, en últimas, ya nada importa.

El poder entonces se erige como el único factor capaz de dar sentido en medio de una guerra. Por ello, es tan importante entender el tipo de presidente que retrata Garland: un tipo aislado, aferrado al poder a través de una mentira, una victoria inexistente que él mismo ensaya y repite a un país sordo, un palacio de cristal, un castillo de naipes. ¿Qué le quiere decir al mundo Garland con un sujeto como ese? Que hay un modo de evitar la barbarie y la degradación. Que las atrocidades de la guerra son evitables, pues nos recuerda el patético final que tienen quienes las causan y nos sugiere que esa motivación violenta de quienes escogen la guerra para deponer a un gobierno no existiría si no es por hombres como aquel, hombres abusivos con el poder, ciegos en su propia desesperación, que no parecen dejarle a sus pueblos otra salida que la confrontación armada.

La pregunta de Garland para quien vea esta película, es en realidad otra muy distinta a la que motiva a esos periodistas a exponer sus vidas para que el mundo sea testigo de la degradación humana; la pregunta de Garland es muy sencilla: ¿Cómo se evita una guerra, cómo se evita que un pueblo se levante contra sí mismo o contra otros? Es decir, ¿cómo se evita la necesidad de tomar una foto ganadora, la portada que acapare toda la prensa, y que le muestre al mundo unos supuestos vencedores sobre una alfombra empapada en sangre, sobre un país en ruinas?

Civil War nos invita a mirar bien quiénes son los causantes de la guerra; podemos ser nosotros mismos con nuestra indiferencia, hasta que es demasiado tarde.

Por Javier Morales Cifuentes

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