El poeta irlandés y premio Nobel de Literatura, Seamus Heaney, resumió en los versos de su poema “Digas lo que digas, no digas nada” (1975) el miedo que albergaban en su día a día los irlandeses republicanos, durante el conflicto conocido como The Troubles, en la década de los setenta: “‘Los conoces a través de sus ojos’, y frena tu lengua / ‘Un bando es tan malo como el otro’, nunca peor”, decía Heaney sobre esos llamados al secreto y desconfianza en una “tierra de contraseñas, apretones de mano, guiños y cabeceos”, en la cual “para salvarse solo debes salvar el rostro / Y digas lo que digas, no digas nada”.
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“No digas nada” (Say Nothing) es el título de la miniserie basada en la extensa investigación de Patrick Radden Keefe, periodista en The New Yorker. La serie, disponible en Disney+, recoge en nueve episodios la vida insurgente de Dolours Price, quien perteneció a la división provisional del Ejército Republicano Irlandés (IRA, por sus siglas en inglés) y participó en los atentados con cuatro carros bomba en Londres en 1973.
La vida de esta joven, y su hermana Marian, cuyo padre fue miembro fundador del IRA y cuya tía perdió sus manos y la visión al estallarle accidentalmente una bomba que estaba fabricando, nos muestra las circunstancias de la afiliación a la lucha armada contra el Ejército británico y el sueño de ver una Irlanda unificada. Hombres y mujeres de Belfast que decidieron entregar sus vidas y sus conciencias a esta causa, a toda costa, sin importar las consecuencias. Y es que las consecuencias poco importan cuando sobre ellas se teje un manto de silencio.
Así, la historia de Dolours se va entrelazando con la de Jean McConville, una viuda y madre de diez hijos que se instaló en el occidente de Belfast, en un complejo de apartamentos llamado Divis Flats. En diciembre de 1972, ocho hombres y cuatro mujeres que se identificaron como miembros del IRA entraron a su casa y se la llevaron acusándola de ser informante del Ejército británico. Sus hijos no volvieron a saber de ella.
La extensa crónica de Radden Keefe es en sí misma una excavación en busca de testimonios, es una exhumación de verdades que la Irlanda republicana se obligó a callar. La miniserie rearma esta búsqueda de la verdad a partir de la ruptura de ese pacto de silencio que se gestó con lo que se conoce como el Proyecto Belfast del Boston College, una serie de entrevistas clandestinas realizadas a antiguos miembros del IRA instándolos a contar las verdades de los crímenes cometidos durante el conflicto bajo la promesa de que nada se haría público hasta después de sus muertes.
Es a través de esas entrevistas que conocemos los pormenores de la vida de Dolours Price y su ingreso a la lucha armada, su primera experiencia traumática en la emboscada en el puente de Burntollet, en la cual ella y su hermana fueron atacadas con piedras y palos en medio de una marcha; sus primeros contactos con Gerry Adams y Brendan Hughes, líderes del IRA; sus primeras misiones con el grupo provisional del IRA; su participación en el bombardeo en Londres; sus siete años en prisión junto con su hermana; los más de 200 días de huelga de hambre y la tortura a la que fueron sometidas al ser alimentadas forzosamente a través de un tubo en sus gargantas; su regreso a la libertad luego de una condonación de sus penas por parte del gobierno de Margaret Thatcher ante la posibilidad de que murieran de hambre; su relación con el actor irlandés Stephen Rea; los efectos del trauma que le trajo el encarcelamiento y la culpa por las cosas que hizo durante el conflicto; y, finalmente, su vocal resistencia al liderazgo de Gerry Adams en el Sinn Féin, el partido político de Irlanda que abogaba por la unificación y el fin del conflicto a través de un proceso de paz. Adams se hizo líder del partido en 1983 y desde entonces siempre negó haber pertenecido al IRA.
La propuesta de un proceso de paz que diera fin al conflicto removió las conciencias de los antiguos combatientes del IRA, de Price, de Hughes, de los más radicales que no concebían haber hecho lo que hicieron para que todo terminara en una serie de concesiones al enemigo, entre esas, permitirles seguir ocupando territorio irlandés. Esa sensación de traición les dio valor de participar en el Proyecto Belfast, de empezar a descubrir sus rostros ante los horrores del pasado y sacar de sus pechos las verdades que llevaban callando durante décadas.
Y entre esos silencios que ahora podían ver la luz estaba la verdad sobre el destino de Jean McConville, así como de otras personas desaparecidas. En 1995, un año después de que se declarara un alto al fuego para el inicio de las negociaciones de paz, Helen, una de las hijas de Jean McConville lideró un grupo de familiares de estas víctimas que empezaron a exigir respuestas sobre sus familiares. Y así empezaron las labores de búsqueda de cuerpos, desapariciones que habían permanecido en silencio, nombres y apellidos que no eran pronunciados para evitar problemas.
“No digas nada”, tanto el libro como la serie, es un llamado a la conciencia ante el dolor de estas familias que no han podido cerrar sus duelos porque no tienen un cuerpo que llorar, no tienen una respuesta final sobre sus paraderos ni sobre las circunstancias y las razones de sus muertes.
Sobre ese dolor común de estas familias, escribe Radden Keefe en su libro: “Después de tantos años de miedo y silencio, fue un gran alivio, una catarsis, poder hablar abiertamente con otras personas sobre el trauma que entrañaba una pérdida semejante. Las familias ya no esperaban que sus seres queridos regresaran con vida, pero no renunciaban a recuperar sus cuerpos”, como Margaret McKinney, la madre de Brian, un joven secuestrado y desaparecido en 1978: “A estas alturas, yo ya aceptaba que Brian pudiera estar muerto; lo que no podía aceptar era no tener una tumba a la que ir”. Durante años, Margaret se había resistido a cambiar las sábanas de la cama de su hijo: “Solía acostarme en ella, envolverme con su ropa, para ver si así conseguía soñar, dormir y soñar que lo veía”.
El sufrimiento causado por la desaparición forzada atraviesa a las familias y a las sociedades de la misma manera, así la magnitud sea radicalmente distinta. En Irlanda, los desaparecidos no pasaron de la veintena, trece ya han sido recuperados y cuatro permanecen desaparecidos. En Colombia, en cambio, son más de cien mil los desaparecidos a causa del conflicto. Y, ahora, que tenemos escenas esperanzadoras de cuerpos que surgen de entre las piedras en La Escombrera de Medellín, podemos entender la esperanza que subyace para esas madres que también han soñado con volver a tener a sus hijos entre sus brazos. No solo en las montañas de Antioquia, sino en otros lugares usados para deshacerse de víctimas del conflicto, como el Canal del Dique o el estero de San Antonio, así como en decenas de cementerios en los que reposan cientos de cuerpos que siguen sin identificarse.
La ruptura del silencio, el encuentro entre los familiares de las víctimas les permite ver que sus penas no son solitarias. “Cuando las familias de los desaparecidos se conocieron, pudieron comprobar que compartían el mismo suplicio de las preguntas sin respuesta: ¿Cuándo había muerto su ser querido y cómo lo habían matado? ¿Había sufrido al morir? ¿Lo habían torturado? ¿Estaba muerto cuando lo echaron al hoyo?”, registra Radden Keefe en su libro. Quien siga de cerca las demandas de verdad de las familias de desaparecidos en el conflicto armado colombiano, sabrán que acá se hacen exactamente las mismas preguntas. El dolor y la incertidumbre que causan el silencio son los mismos.
La guerra, los conflictos armados, son terrenos en los que la desconfianza es lo más fértil y por ello se nos impone el silencio, pues lo que se calla es lo que nos mantiene a salvo. Pero las sociedades en paz no pueden ser esas que describe Heaney en su poema, esas de guiños y contraseñas, las sociedades que miran de frente las atrocidades del pasado y las sacan a la luz son las capaces de sanar esas heridas y prevenir que hechos así se repitan. Aunque eso nunca esté garantizado.
“No digas nada” es también un firme llamado a abandonar el encubrimiento, así sea por grandes causas, como lo ha hecho Gerry Adams con su permanente negación sobre su responsabilidad en estos crímenes. Y eso enaltece el valor de quienes sí hablaron, así ya no estén entre nosotros. Brendan Hughes murió en 2008, Dolours Price fue hallada muerta en su habitación el 23 de enero de 2013, hace 12 años ya.
En agosto de ese mismo año también murió Seamus Heaney, su poema cierra con un verso que parece una resignación: “Abrazamos nuestro pequeño destino de nuevo”. Pero en realidad ese abrazo puede ser el llamado a no mantener los ciclos de miedo, desconfianza y silencio, pues ese no puede ser el destino de ningún pueblo que espera vivir con dignidad y en paz.