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Reseña de “Buba”, cuento del libro “Putas asesinas” de Roberto Bolaño

Este cuento sobre la victoria de un equipo de fútbol a través de la magia, esconde una poderosa reflexión sobre la civilización, el espectáculo y el poder.

Felipe Carrillo

02 de febrero de 2025 - 02:00 p. m.
Roberto Bolaño fue autor chileno reconocido por libros de cuentos como "Llamadas telefónicas" y novelas como "Los detectives salvajes" y "2666".
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Este cuento narra la historia de unos momentos de gloria de tres compañeros, mientras fueron jugadores del club de fútbol Barcelona. Al menos dos sentidos adicionales, que me importan mucho más que la trama superficial, atraviesan ese relato: 1. La idea de sensatez frente a lo que se considera pensamiento mágico y 2. El sacrificio de la vida de un africano para la gloria deportiva de un club europeo, que al menos dos de sus compañeros (uno chileno y otro socialista español) disfrutan con una inocencia y una ingenuidad que llega a parecer complicidad.

Las hipótesis de sentido no son explícitas, y al leer es fácil quedarse con la trama fantástica y espectacular de un africano que llega a la ciudad de la sensatez y realiza un rito mágico en el que drena su vida completamente para que sus compañeros (que sin el rito estaban perdidos) puedan disfrutar de un éxito que va mucho más allá de la necesidad, y que Buba señala en una de sus pocas frases dentro del relato al decir: esto no es necesario, ya somos ricos.

El narrador es Acevedo, un chileno que juega de extremo izquierdo (guiño guiño) y que está acostumbrado a recuperarse de las lesiones sin el cuidado de rigor, sino en fiestas con exceso de alcohol y prostitución. Ese comportamiento junto a los malos resultados del club son los que hacen que lo multen (dinero que podría haber enviado mejor para ayudar a su tío en Chile para que se la gastara arreglando su casa) y terminan en la sugerencia de que se vaya a vivir en el mismo apartamento del nuevo fichaje del club, Buba, un futbolista africano de diecinueve años que aparenta diez más.

Es Acevedo el que narra a Barcelona como la ciudad de la sensatez, el que insiste en que sus costumbres y sus juegos son más civilizados que esos ritos africanos de Buba que, al final, son los que los hacen ganar; la ciudad del sentido común, como la llaman algunos exaltados, dice después. La ironía es sutil, pero está ahí cuando señala la imbecilidad de los dirigentes del club o cuando marca esa fascinación desmedida con el fútbol que hace que las noticias de ese deporte vuelen más que las otras. Sobre todo está ahí cuando la fascinación por el fútbol ignora el costo y el desequilibrio de poder que explota a un futbolista africano, por ejemplo, que es el que hace ganar al club pero que nunca va a poder hacer ganar a su país. Y es ahí, en esa idea extraña de civilización, donde hay una crítica sutil, al recordar que Acevedo olvida sus orígenes, los que ahora recuerda en sueños como una selva en la que su papá lo llevaba de la mano a intentar ver una estatua del Che que ya no está. Una estatua que ha sido remplazada por un africano desnudo que hace unos garabatos en el suelo que él no es capaz de entender. Un lenguaje que los salva y que ignoran porque hace parte de un pensamiento distinto (a Buba no le gusta que se le llame mágico) y que desde la civilización es definido como locura, pero que en el relato de Herrera nosotros como lectores entendemos que es algo más.

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De una forma muy fina, entonces, este cuento me parece que logra hablar de algo más que de fútbol y magia, parece hablar de civilización y explotación dentro del mundo del espectáculo y el poder.

Por Felipe Carrillo

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