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Reseña del libro: “Viaje al corazón de Cortázar”

Viaje al corazón de Cortázar (2015) es uno de los libros que conmemora la vida y obra de Julio Cortázar, quien en 2019 habría cumplido 105 años.

Santiago Díaz Benavides / @santiescritor
26 de agosto de 2019 - 9:50 a. m.
Julio Cortázar falleció el 12 de febrero de 1984 en París. / Archivo
Julio Cortázar falleció el 12 de febrero de 1984 en París. / Archivo

En 2019 se cumplen 105 años del natalicio de Julio Cortázar, el escritor argentino que se hizo querer de todos, como lo dijera en algún momento Gabriel García Márquez, autor de una de las novelas más importantes de la literatura latinoamericana (Rayuela,1963) y creador de una de las obras más originales de los últimos tiempos en lengua española.

Se sabe bien que nació en Bélgica, pero pudo haber nacido en cualquier otra parte. El oficio de su padre como diplomático quiso que su existencia iniciara allí, pero desde muy joven se trasladó a Barcelona y luego a Buenos Aires, en donde terminaría de crecer y se formaría como lector. A los nueve años ya había leído a Julio Verne, Víctor Hugo y Edgar Allan Poe, por quien desarrollaría un interés absoluto. De niño tenía muchas pesadillas a causa de estas lecturas y la única forma que encontró para purgarlas fue a través de sus propias ficciones. A tan corta edad se animó a escribir y dada la calidad de su trabajo, la familia entera dudó de la autenticidad de sus escritos, lo que le generó el primer gran pesar de su vida.

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Pasó su infancia y juventud en Banfield. Allí terminó la escuela secundaria y se tituló como Profesor en Letras. Por aquellos años, el boxeo se convirtió en una de sus aficiones y comenzaría a escribir sobre estos encuentros a los que acudía casi todas las semanas, después del trabajo. En 1944 se mudó a la ciudad de Mendoza y allí daría clases de literatura francesa en la Universidad de Cuyo. Su primer cuento sería publicado en esta época y luego conocería a Jorge Luis Borges, quien le publicaría su memorable “Casa tomada” en Los Anales de Buenos Aires. De esta forma, iniciaría el recorrido como escritor para Julio Cortázar.

A lo largo de su vida fue profesor, traductor y crítico literario, todas tareas relacionadas con su oficio como escritor; vivió en distintas partes del mundo, encontrando en París su faceta más estable, y quienes compartieron con él dan fe de su tremenda ternura y humanidad. “Tiene un corazón tan grande que Dios necesitó fabricar un cuerpo también grande para acomodar ese corazón suyo”, resaltaba Juan Rulfo en alguna ocasión. Lo cierto es que leer a Cortázar es también descifrarlo como ser humano y como el gran amigo que fue. Jamás permitió que la amistad se viera desplazada por dilemas pasajeros de la política y la vida en el exilio.

Esta faceta suya de amigo, consejero y protector, es la que se propone explorar Juan Camilo Rincón en su libro Viaje al corazón de Cortázar. El cronopio, sus amigos y otras pachangas espasmódicas, título publicado en 2015 por la Fundación Libros & Letras, que está maravillosamente ilustrado por Daniela Garavito y constituye, si me permiten elogiar el trabajo del amigo, uno de los homenajes más sinceros que he leído.

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En los nueve capítulos, Rincón explora las anécdotas de Cortázar con sus amigos y rememora los encuentros más fortuitos, su relación con Alejandra Pizarnik, la admiración que le tenía a Borges, los trabajos con Julio Silva (el otro Julio), las conversaciones con Octavio Paz y los momentos con Pablo Neruda, el descubrimiento de Lezama Lima y García Márquez, las cartas con Carlos Fuentes y las reuniones con Vargas
Llosa, las entrevistas y las discusiones con Onetti, Poniatowska, Bioy Casares y Luis Buñuel. Como si de un documentalista se tratara, el autor avanza en el relato, permitiendo que las voces de los protagonistas le hablen al lector y él apenas si aparece. Ya digo yo que me hubiese gustado sentirlo más presente, pero para el propósito del libro, la cosa no está mal.

Uno siente que el autor va con una camarita en la mano y alguien con un micrófono lo persigue, ambos al acecho de los protagonistas. Entonces, en un primer plano, aparece Cortázar acariciándolo a su gato, o fumando un cigarrillo, o simplemente sentado frente a su máquina de escribir. Se levanta, despacio, porque alguien ha llamado a la puerta y entra una banda tremenda de gente, nunca se ha visto una multitud más numerosa. ¿Quiénes son estos tipos? Ya está, no hay que buscarle más, son los amigos del argentino. Se sientan a hablar, beben vino, leen poesía, la escriben; discuten sobre política, la dejan de lado para no enemistarse, y después se quedan dándole vueltas a alguna película recién estrenada, o al libro del que todo el mundo está hablando. Bailan, se ríen, se quieren. Hay algunos que se van a dormir temprano y otros se quedan haciéndose los interesados, conversan hasta el alba y, de pronto, uno de ellos menciona que está trabajando en un libro, entonces la atención vuelve a estar por los cielos, todos escuchan, todos opinan. “Yo también estoy trabajando en un libro”, comenta otro, y a ese se le unen dos o tres hasta que la tertulia toma el aire que se esperaba. Si alguien se asomara a echar un vistazo, seguramente diría:
“Ahí están los escritores”. Y sí, ahí estuvieron por mucho tiempo, como amigos, espectadores, críticos sigilosos de sus estrictos contemporáneos. ¿Cuánto hace de aquellos días?

Este libro que Rincón ha escrito permite recordar, precisamente, aquellos días fabulosos del Boom y entender a los protagonistas, más que intelectuales inquietos, como verdaderos amigos. No se trata de un recorrido riguroso a través de las influencias del argentino con los autores de su tiempo, sino una visita a los pequeños, aunque numerosos momentos que la amistad le permitió vivir. La de Cortázar siempre será, y ha sido hasta ahora, una figura que despierta admiración e interés, especialmente, por los más jóvenes. No en vano seguimos leyéndolo después de tanto tiempo. La suya es una obra que se ganó a pulso el derecho al recuerdo.

Ojalá que pasen los días, que transcurran los años y sigamos mirando atrás, negándonos al olvido; que la vida se haga larga y la alegría en ella sea inmensa; que nos queden los libros, las películas y las canciones, que nos queden ganas de volver, que sintamos la necesidad de acudir a las fotografías, a los enigmas del pasado, para recordar a los viejos y entender a los nuevos, para comprender quiénes somos y, al fin, tener claro que “un encuentro casual [es] lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico”.

Por Santiago Díaz Benavides / @santiescritor

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