Lo que se dedica
Es cierto que, por lo general, se dedica lo intangible. Por eso suele dedicarse una canción. A veces pasa que un fragmento de esta es más fuerte que todo lo demás; puede pasar que uno solo se identifique con una estrofa, con un verso o con la forma en que este fue dicho. Pasa mucho que una canción repite un lugar común, pero esa voz, ese tono, ese color, le da un sentimiento especial.
Uno dedica, entonces, el sentimiento. Pero, aparte de música, se pueden dedicar también pinturas, momentos, lugares, colores: objetos cotidianos que puedan transmitir el sentimiento que genera una persona. Se dedica para dejar en algo físico la huella de un sentimiento. Porque ellos no dejan por sí solos rastros para los ojos, los oídos u otro sentido. Se dedica para recordar a alguien o para ser recordado. Este tema es abordado en Retrato de una mujer en llamas, la cuarta película de Céline Sciamma, que se estrena este jueves en el país.
La película cuenta la historia de Marianne (Noémie Merlant), una joven pintora en la Francia del siglo XIX, a quien se le encarga hacer un retrato de Hélöise (Adèle Haenel), quien se ha negado a posar frente a distintos pintores porque se niega también al matrimonio que su madre le ha organizado. Marianne se hace amiga de Hélöise fácilmente durante caminatas que hacen juntas a una playa cercana. Aquí la observa detalladamente para luego pintarla en su estudio. De la playa al estudio trata de recordar detalles que son claves para hacer bien el retrato: la línea de una oreja, el detalle de un párpado, la inclinación de los labios.
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El cuadro se realiza para el futuro esposo de Hélöise, quien es desconocido para ambas y para nosotros. El retrato está pensado para que este hombre apruebe su propio deseo de casarse con Marianne de quien solo ha escuchado hablar. Este desconocimiento de los personajes que se deben comunicar a través del arte — el retrato de Hélöise— es un pequeño gesto de la película para sugerirnos el valor que damos al arte. En este caso, la idea de que un retrato, la imagen de un rostro, puede contener más que los rasgos físicos y expresar, directamente, los sentimientos de una persona.
La relación entre las protagonistas se fortalece y parecen confiarse todo; en esta confianza nace un amor en medio del cual Marianne no solo pinta el retrato encargado, también enseña –torpemente– una canción en piano para Hélöise, lee el mito de Orfeo durante la cena, pinta un cuadro de la criada de la casa cuando aborta y pinta también un retrato de ella misma que regala a Hélöise. Se comunican a través del arte y es en el arte donde su amor encuentra un camino para manifestarse: en todo este proceso Marianne enseña a Hélöise a sentir la música, a leer los gestos de un modelo antes de pintarlo y a pensar en Orfeo y en por qué miró atrás para ver a Eurídice.
Marianne entrega a Hélöise sus conocimientos, se los ofrece para demostrar su cariño, se los dedica. Para el final, estos elementos vuelven a aparecer sutilmente para darle a las dos mujeres un recuerdo de la otra. La película invita a pensar en todo lo que puede ser dedicado. En la necesidad de volver tangible un sentimiento hacia alguien, es decir, darle vida a ese alguien fuera de él, ubicarlo en el mundo y para el mundo: en un color, en una canción, en la página de un libro, en un retrato.
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