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Retratos de la naturaleza, proyecto Sinfonía Trópico trabajará por un año en Colombia

La iniciativa, dirigida por Charlotte Streck y el artista irlandés Lillevan, pretende guiar a las comunidades de cuatro puntos del país en la creación de productos artísticos que discutan los conflictos del medio ambiente. Los resultados serán presentados a finales de 2015.

Juan David Torres Duarte
27 de noviembre de 2014 - 06:25 p. m.
: El concierto de inauguración presentó un proyecto de fusión de música electrónica, porro, cumbia y sonidos de la naturaleza. En el centro, la cantante Carolina Riaño. / Cortesía – Sinfonía Trópico
: El concierto de inauguración presentó un proyecto de fusión de música electrónica, porro, cumbia y sonidos de la naturaleza. En el centro, la cantante Carolina Riaño. / Cortesía – Sinfonía Trópico
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Charlotte Streck —directora de Sinfonía Trópico, alemana— recorrió Colombia, por más de un mes, en 1989. En ese entonces, el país era tal vez el último destino turístico de los extranjeros: justo ese año fallecieron 107 personas en la explosión de un avión de Avianca y tres candidatos presidenciales fueron asesinados por gatilleros al mando del narcotráfico. Nadie sabe si en aquella esquina, o en esta otra, de repente explotaría un carro, o si de entre la gente agolpada en una manifestación alguien apuntaría un arma para asesinar, sin margen de error, a un personaje público. Streck tenía cierta idea del país y de su situación, pero carecía del retrato total. Fue en aquel viaje, por ejemplo, cuando vio una de sus primeras imágenes directas de la guerra: un militar, en un pueblo cualquiera, sosteniendo a la vista un arma contundente. ¿En qué país los hombres andaban con metralletas como trofeos visibles?

El viaje, sin embargo, tuvo un impacto profundo. Streck —más de metro con setenta y cinco centímetros, rubia, de ojos azules, ligera, de sonrisa fácil y un modo paciente al hablar español— se dio cuenta de que el país tenía una diversidad copiosa en plantas, animales y pisos térmicos; que bien podía encontrar vegetación en la ladera del páramo y en la punta de un glacial, a pesar del frío y a pesar del tiempo; que entre las múltiples naturalezas de esa tierra sola había también múltiples culturas. Esa variedad la atrajo; esa variedad la dejó, sobre todo, pensando.

Años después, partió a Kazajistán y Kirguistán para cerrar un proyecto que versaba sobre el uso del agua en las poblaciones urbanas y rurales, pues el agua, en esos terrenos, alimenta los centros populosos y también la agricultura. Su uso, a causa del cambio climático, estaba modificando las dinámicas de la ciudad y Streck, junto con el artista irlandés Lillevan —director artístico de Sinfonía Trópico—, quiso crear un espacio para discutir a través del arte el modo en que esas dinámicas podían retornar a su ritmo usual. Numerosos artistas se reunieron con ambientalistas para plantear proyectos de conservación. Su estrategia funcionó, por una razón simple que menciona Streck: “Esto funciona donde el diálogo es difícil”. Dicho de otro modo: el proyecto que reunía arte y ciencia para influir en las relaciones sociales se convirtió en un intermediario en países conflictivos y con altos niveles de pobreza. Las diferencias culturales de éstos con respecto a Colombia son evidentes, pero la razón de su funcionamiento es, por lo menos, aplicable en este contexto.

Por ello, y porque en Colombia —cree— el diálogo es aún más sencillo, Streck sugirió que las bases de este proyecto podrían servir en el país. Sinfonía Trópico, en resumen, reúne a artistas y proyectos culturales de diversos puntos de Colombia para que trabajen, en un período de un año, con las comunidades de zonas que tienen constantes conflictos ambientales. El proyecto ha elegido cuatro: la Orinoquía, el Amazonas, Chocó y los páramos. Los resultados de las experiencias serán presentados a finales de 2015 en Bogotá, Medellín, Londres y París. A la iniciativa, que fue inaugurada la semana pasada con un concierto que fusionaba cumbia y música electrónica en Apartadó —una tierra de monocultivo de plátano, locales comerciales en abundancia y una historia infinita de guerra y muertos—, se han unido colectivos alternos como Flora Ars+Natura —dirigido por el curador de arte José Roca— y Más Arte Más Acción —en cabeza del artista Fernando Arias—, con el apoyo de la Gobernación de Antioquia y el Instituto Humboldt.

Este apoyo tiene como objeto final la creación de productos artísticos en diversas técnicas —fotografía, performance, pintura— que relacionen la visión de los pobladores sobre los conflictos de los recursos ambientales de su zona. Es decir: es una guerra contra el tiempo y contra los sucesos. La minería y la explotación de petróleo en muchas de estas zonas —empobrecidas de manera paradójica a pesar de la riqueza que las rodea— corre más rápido que el diálogo de los artistas. A pesar de ello, el trabajo con las comunidades no tendrá una influencia inmediata, y Streck es consciente de ello. Ningún trabajo cultural de fondo, de hecho, lo tiene: crear una cultura es enseñar a las generaciones futuras. El arte trabaja desde un tiempo que no ha llegado. “Estamos seguros de que no podemos cambiar el mundo —dice Streck—. Trabajamos con jóvenes en una edad en que empiezan a expresarse en la sociedad. Yo soy ambientalista porque a los 15 años vi un artículo sobre el cambio climático y me impactó. Todo esto puede encender algo en los jóvenes”.

La relación, en principio, podría parecer vaga, pero es esencial. Cuando la naturaleza es destruida, son destruidas también las sociedades que se desarrollan alrededor de ella. Un ejemplo cercano es Honda, en el Tolima: antiguo puerto fluvial con cierta prosperidad económica que, en cuanto el río Magdalena dejó de ser navegable, tomó un rumbo por completo distinto. De modo que cuando la naturaleza decae, la cultura va por el mismo rumbo. El rescate, entonces, va en dos sentidos. “En Apartadó —dice Streck— hay monocultivos de banano que necesitan químicos de manera constante. Es un ecosistema artificial. Y lo que pasa con nuestro desarrollo humano es que destruye la diversidad. Tenemos, así, una monocultura: un monocultivo cultural. Es tan fuerte que elimina al resto”. La entrada de empresas extranjeras no sólo asume como propio el patrimonio económico ajeno, sino también sus modos culturales: una conclusión de ese tipo permite pensar que la música, la pintura —sus motivos autóctonos— e incluso la literatura pueden perder parte de su riqueza por una suerte de reemplazo.

El rescate de dicho material cultural permitiría, de manera hipotética, que el país tenga una identidad más cercana y tal vez más abundante. En el contexto de los diálogos de paz con las Farc, la idea de Sinfonía Trópico no es ingenua: acercar a la gente al arte a través del diálogo, de las conferencias y el cruce de ideas, de la exposición constante a una materia estética modifica —tarde o temprano, en veinte años, dos generaciones más adelante— la forma en que las comunidades resuelven sus conflictos. Es una parte, pero una parte esencial. “El arte es un espacio en que el individuo trata de encontrar un punto de conexión —dice José Roca, quien además de dirigir Flora Ars+Natura es curador adjunto de la Tate Gallery de Londres—. El arte que admiro es el que tiene todavía un enigma. Una persona que se enfrente al arte, a ese enigma, es más proclive a aceptar las diferencias. El arte crea un ser más activo y tolerante. Tiene que poner de su parte para llenar el vacío que crea la obra de arte”.
 

Por Juan David Torres Duarte

 

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