El Magazín Cultural

Retratos del tiempo de Martín Caparrós

La editorial Malpaso acaba de publicar la nueva edición de “Larga distancia”, un clásico de la crónica en español en la que se retrocede en el tiempo a los viajes del periodista a China, Rusia, Bolivia, Perú y Haití. Esta es una mirada al Martín Caparrós de hace veinticinco años.

Isabel-Cristina Arenas
14 de noviembre de 2017 - 02:00 a. m.
Martín Caparrós también acaba de publicar su obra maestra de ficción “La historia” (Anagrama, 2017). /  Archivo El Espectador
Martín Caparrós también acaba de publicar su obra maestra de ficción “La historia” (Anagrama, 2017). / Archivo El Espectador

El viaje.

Martín Caparrós escribió Larga distancia cuando el mundo era más grande y todavía existía “la larga distancia”. Ahora, para algunos, el concepto necesita explicación. En esa época la gente salía de viaje y literalmente se desconectaba, y volar hacia otro continente era como salir del planeta. Eran los años noventa y Caparrós (Buenos Aires, 1957) “se deslizaba más allá del periodismo, más allá de la literatura, para ocupar un lugar sin espacio: escribir crónicas”.

Belleza, ternura e ironía fueron las palabras que hace veinticinco años escogió Tomás Eloy Martínez para definir este libro. Caparrós decidió conservar el prólogo de su maestro en la nueva edición que acaba de publicar editorial Malpaso. Este, junto a El interior (Malpaso, 2014), están incluidos dentro de la colección Lo real, dirigida por Jorge Carrión. Son dieciocho crónicas en las que “se rompe el tiempo de la vida”, que es lo que hacen los viajes según Caparrós, y lo que hacen sus crónicas en el lector.

Vamos a China, Rusia, Bolivia, Perú, Haití, también hacia Miguel de Cervantes, Malcolm Lowry, el Che Guevara, así como a una lista de “cadáveres exquisitos”. Es una reunión de textos que, según Jorge Carrión, se leen como cuentos de no ficción. Y así es. Puede uno llegar a olvidarse de que Rusia es Rusia y China es China, y pensar que son civilizaciones extrañas en las que el periodista estuvo inmerso, mirando lo que no solemos mirar, hablando con quien no lo haríamos para darnos grandes historias, por ejemplo, de cómo un lugar como la ex-Unión Soviética se desmembraba, y cómo el capitalismo llegaba a cada rincón de la China. Al cerrar el libro se siente la necesidad de viajar a esos lugares en donde ha estado Caparrós, y ver con ojos propios cómo es hoy la vida en cada lugar. Nada de noticias por internet, ni redes sociales, ya en nada de esto se puede confiar; a no ser que él mismo regrese a estos lugares y nos cuente, aunque así nos perderíamos la experiencia.

Lo verdaderamente importante es el viaje, la lista propia de experiencias que alguien podrá hacer después del recorrido. En esto insiste Caparrós y al final del libro hace la suya, como si nos hubiera permitido ojear su libreta de notas de esos días y ver lo que para él también fue importante: imágenes que no han salido en las crónicas que se acaban de leer, pequeños detalles que lo marcaron y que parecen carecer de la relevancia necesaria para salir en el texto final, pero que se quedaron en su memoria. Un viaje personal, una especie de autobiografía. Así como esta lista, se pueden encontrar otras reflexiones acerca del significado de los viajes, una clase magistral sobre su oficio.

Cuando se le pregunta cuáles de las crónicas incluidas en este libro recuerda especialmente, se le iluminan los ojos y sonríe al mencionar Saderman, memorias del ojo. El protagonista, Anatole Saderman, fue un fotógrafo ruso que emigró a América y se radicó en Argentina. Caparrós le pidió que le contara un solo día de su vida, que escogiera sólo uno, y el resultado se queda para siempre en la memoria de quien lo lee. Este ha sido un gran año para este periodista y escritor, la voz al mando de la crónica en español, pues también acaba de publicar su obra maestra de ficción fuera de Argentina: La historia (Anagrama, 2017).

Caparrós dice que es necesario armarse con la propia tradición, salirse del “tapiz suspendido” al viajar. Sus crónicas permiten hacerlo, acortan distancias al revivir la historia y aprender de su mirada.

Por Isabel-Cristina Arenas

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