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Reunirse alrededor del fuego para mantener vivo el namui wam, lengua de los misak

Tercera crónica sobre los esfuerzos del Instituto Caro y Cuervo por el rescate de lenguas indígenas que están en peligro de desaparición en Colombia.

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Karol Torres Ávila * / Especial para El Espectador
17 de junio de 2025 - 03:00 p. m.
En el corazón del departamento del Cauca, en el Resguardo Indígena Misak de San Antonio, se percibe la importancia de la lengua y el pensamiento originario de esta cultura indígena.
En el corazón del departamento del Cauca, en el Resguardo Indígena Misak de San Antonio, se percibe la importancia de la lengua y el pensamiento originario de esta cultura indígena.
Foto: Foto cortesía de Andersson Causaya
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En Morales, Cauca, el Resguardo Indígena Misak de San Antonio enfrenta un reto determinante: preservar su lengua en medio de un contexto geosocial en el que el castellano tiene más presencia y uso en la vida cotidiana. La comunidad trabaja en el enraizamiento de su cultura ancestral con el acompañamiento del Instituto Caro y Cuervo y su Programa de documentación de lenguas nativas, cuyo objetivo es contribuir al registro audiovisual de diez lenguas para mitigar su riesgo de desaparición. (Lea otra crónica sobre la importancia de la lengua kamentsá).

La mayor parte de la población misak se ubica al centro-oriente del Cauca y sus raíces culturales y sociales se remontan a tiempos anteriores a la colonización. Sin embargo, según el Plan de vida del Resguardo Indígena Misak de San Antonio, un documento construido por la comunidad que reúne la conceptualización de sus políticas, objetivos, cosmovisión, leyes y derechos, “a partir del siglo XVII, (…) la conquista (…) impuso diferentes formas de dominación, utilizadas por los europeos a través de sus estructuras sociales, económicas, culturales, políticas, religiosas y jurídicas”. Con la llegada de los colonizadores blancos, las comunidades indígenas que habitaban esta región fueron desplazadas hacia zonas más montañosas, como el municipio de Silvia y otros pueblos colindantes.

Durante la época de funcionamiento del sistema de terrajería, en el que los antiguos amos entregaban tierras a las comunidades a cambio de trabajo, el pueblo Misak luchó por abolir ese modelo y consiguió autonomía. Su crecimiento poblacional fue tal, que el resguardo original resultó insuficiente, lo que llevó a la comunidad a buscar espacios aledaños para vivir. Así surgieron nuevos resguardos, como los de Morales y Piendamó, no como una migración hacia territorios ajenos, sino como un retorno justo a los lugares ancestrales de los que fueron desplazados por la conquista. (Lea la segunda crónica cde esta serie, sobre la cultura murui).

De acuerdo con las autoridades de la comunidad, ese proceso de retorno empezó en 1915. Sin embargo, los misak lograron adquirir escrituras públicas y de propiedad colectiva en 1996, lo cual les permitió consolidar la conformación de su resguardo.

En estos territorios, la comunidad Misak ha decidido revitalizar su cultura a través del fomento de su memoria histórica mientras se integra con otras poblaciones campesinas, afrodescendientes e indígenas que también habitan la región y que hablan en castellano. Esa convivencia, que ha abierto espacios para el intercambio cultural, también ha planteado el desafío de que los misak puedan inculcar el entendimiento y uso del namui wam, pues sus niños crecen en un entorno mayoritariamente monolingüe.

En respuesta a esto, y en un esfuerzo por garantizar la continuidad de sus concepciones, el resguardo ha buscado formas propias de fortalecer su identidad. Autoridades, comuneros y dinamizadores culturales participan activamente en el Pishi Ya, un espacio de diálogo que ocurre alrededor de una fogata. Más que un lugar físico, es un punto de encuentro y de fortalecimiento espiritual.

El nak chak, fogón misak, es un lugar donde la comunidad se reúne para dialogar, compartir el pensamiento del día y resolver inquietudes; es el sitio que los misak han definido para enseñar y aprender, y el fuego es el centro del espacio.

Antes de encontrarse, los asistentes se aseguran de llevar algo para compartir. Hojas de coca, leña, plantas frescas, pachipi (un destilado de caña de azúcar) y otras bebidas tradicionales son las ofrendas más recurrentes. Representan un símbolo de respeto y pertenencia, y crean un ambiente propicio para la palabra y la armonía.

En una sesión de documentación audiovisual llevada a cabo en abril de 2025 por Andersson Causaya, documentador local, vemos y escuchamos a Alba Lucía Tombe Tunubalá, mama misak, quien nos comparte su visión sobre este espacio:

“Estamos aquí en la Pishi Ya, la casa de armonización, con el propósito de dialogar sobre las muchas enseñanzas de nuestros abuelos y abuelas. Dentro de ellas están el uso de plantas medicinales y los rituales de armonización. Este proceso lo hemos llevado a cabo en comunidad, cumpliendo con el deber que tenemos ante los tatas y mamas. Nuestros abuelos nos acompañaron y nos enseñaron en el camino y ese mismo conocimiento queremos transmitirlo a nuestros niños y jóvenes. Poco a poco, hemos logrado avanzar en la enseñanza y el fortalecimiento de nuestras costumbres propias”.

Aunque la comunidad hace los esfuerzos necesarios, la preservación y uso de la lengua son problemáticas manifiestas. El relacionamiento de los niños indígenas con niños campesinos o afrodescendientes, también habitantes de Morales, los hace preferir hablar en castellano porque lo consideran más útil fuera del resguardo, pues tienen la sensación de que es solo en sus casas donde necesitan hablar en namui wam.

Frente a ese escenario, Andersson desarrolló una estrategia que apela a los intereses de los más pequeños:

“Lo que he hecho es enseñarles a usar las cámaras y los celulares. Como sé que a ellos les gusta mucho la tecnología, les he dicho que esas cosas que ven en sus casas, que son propias, también se pueden documentar por medio de estas herramientas tecnológicas. Y con eso, poco a poco, se van metiendo en el rollo. (…) A partir de sus intereses como jóvenes y como niños, la idea es que ellos se acerquen a lo propio, pues es complejo. Ahora ellos tienen toda la facilidad, tienen Internet porque están cerca al pueblo. Tienen muy cerca acceder a lo otro, pero a lo propio no le ven interés. Hablar el idioma, tejer y hacer su música, por ejemplo, no lo ven tan importante porque solo está presente en su territorio, pero deben comprender que pueden seguir siendo jóvenes y hacer lo que les gusta utilizando esos medios de afuera para documentar lo que son, misak misak”.

El uso repetido de la palabra «misak» no obedece a una simple insistencia lingüística. Para los integrantes de la comunidad, encierra una profunda carga simbólica dentro del pensamiento del pueblo Misak. Ser “misak misak” significa haber alcanzado un grado de integración plena con los saberes, prácticas y valores ancestrales de la comunidad. Esta expresión señala a quien ha recorrido un proceso formativo que implica apropiarse de la lengua propia, del pensamiento ancestral, del conocimiento sobre las plantas medicinales y del legado espiritual transmitido por los mayores. En este sentido, la reiteración de «misak» no solo reafirma la identidad, sino que marca un ideal pedagógico y comunitario que orienta la formación de las nuevas generaciones.

El retorno de los misak desde Silvia hasta Morales es una afirmación y un acto de resistencia. Para el Resguardo Indígena Misak de San Antonio es una forma de decir “nosotros no somos llegaderos. Este territorio ya nos pertenecía y estamos regresando”. El pueblo busca que todo lo cultural regrese: la lengua, las prácticas, su relación con la naturaleza. Silvia es donde están los páramos, las lagunas y parte del lugar de origen, y allí todos hablan namui wam porque toda la comunidad está junta. Esa misma dinámica es la que el resguardo busca trasladar nuevamente a Morales, de manera que pueda cumplir con su compromiso de mantener su legado tradicional en la zona.

Ante la urgencia de acercar a las nuevas generaciones a su pasado, el nak chak seguirá encendido porque abriga, une y conecta. Es en ese espacio donde los integrantes del resguardo hablan sobre quiénes fueron, quiénes son y en quiénes quieren convertirse en el futuro. Y una comunidad que insiste, que educa y que recuerda sus raíces es una comunidad que pervive.

Por Karol Torres Ávila * / Especial para El Espectador

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