El Magazín Cultural
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Ricardo Camacho, 50 años de un teatro libre

Lucero Martínez Kasab
27 de marzo de 2023 - 02:45 p. m.

Ella se llamaba Rosa María Amador, yo tenía ocho años cuando la tuve de profesora. Su nombre me pareció hermoso porque lo había escuchado en una canción que me encantaba “Rosa María, eres morena, eres morena, como la flor del junco que crece a orillas del Magdalena…”. Rosa María era una anciana fuerte de las de antes con su cabello blanco recogido en la nuca cubierto con una mallita casi invisible, sus vestidos todos con un mismo diseño llevando siempre bolsillos a los lados. Era la madre del rector de un pequeño colegio tan adelantado a su época que aún en este presente no encuentro uno igual, quedaba a la vuelta de mi casa al costado de un boulevard sembrado de bongas.

Hoy, que la miro entre mis recuerdos me asombro de esa señora que nos contaba la historia de América muy enojada porque –fue la primera persona a la que le escuché decirlo-, no fue un descubrimiento, fue un genocidio. Nos enseñó a valorar a los indígenas y a nuestro Río Magdalena. Rosa María era un poco malgeniada, practicaba la costumbre de la época de castigar las fallas de disciplina de los varones dándoles con una regla en las palmas de las manos. Yo veía cómo mis amiguitos pasaban al frente tan valientes abriendo sus manitas, me dolía mucho porque, ellos eran buenos y muy alegres, con gran sentido de lo cómico y yo disfrutaba del relajo que hacían en la clase. Sus rostros de niños –como el de Efraín- no los he olvidado nunca.

Rosa María me tomó aprecio, hoy lo sé, uno siente primero y después evalúa con la razón. Así, que me elegía para que recitara poesías o protagonizara pequeñas obras de teatro en los actos cívicos del colegio. A ella eso le encantaba. Nunca aceptó que le dijera que no quería participar, me animaba muy sincera. Entonces, yo me aprendía perfectamente los textos y el día del acto cívico salía a hacer lo que ella me había enseñado. Desde aquella época amé el teatro. Sin embargo, un día, el pequeño colegio cerró sin previo aviso y todos los alumnos en una diáspora de la infancia nos pasamos para otros sin despedirnos, como algo natural para los adultos, pero una tragedia para nosotros. Nunca más fui feliz en un colegio ni volví a aparecer en un acto cívico ni volví a sacar las mejores notas del curso; pasé a uno más grande exclusivamente de niñas, odié eso, porque yo era feliz con mis amiguitos varones que eran tan divertidos y con mi profesora Rosa María.

Pasados muchos años pude volver al teatro, ya no como protagonista sino tras bambalinas, como suele decirse. Hasta que un día el director del Teatro Actores de Barranquilla, Mario Zapata Yance, lanzó la idea de invitar a su amigo Ricardo Camacho a que dictara un taller de Actuación a nuestro grupo. Camacho, como se le dice a Ricardo en el medio teatral, dirigía el Teatro Libre de Bogotá, fruto de su iniciativa juvenil universitaria junto con Jorge Plata de hacer teatro para toda la vida; la que resistió la graduación en la carrera, la búsqueda del dinero para vivir, el matrimonio, la llegada de los hijos y el escepticismo de una sociedad que permite el teatro en la infancia pero que lo asfixia en la adultez, como sucede con casi todas las artes.

Un día se supo que el Teatro Libre con Camacho y Germán Moure como directores iba a emprender una osadía: montar a William Shakespeare con todo el rigor clásico. Reinó la incredulidad en el medio. Aquello era igualarse a los ingleses en su arte teatral de siglos de estudios, de actuación, de experiencia en escenografía, vestuario, maquillaje, música…, de dramaturgia con el mayor exponente en lengua inglesa como Shakespeare. Llegamos anhelantes al teatro, las fotografías que promocionaban la obra auguraban un acierto, ahí estábamos a la espera de El Rey Lear…, lo hicieron y de qué manera. Fui feliz. Fue poética en todo sentido y Jorge Plata como Lear honró el nombre de la obra. Lo retengo en mis recuerdos doblado por el sufrimiento, entregándole a Lear la más hermosa voz que un actor podría darle. Lo adoré. Quise conocerlo y abrazarlo, pero, no fue posible. Cuando supe que murió hace dos años lo lamenté tanto, tanto, ¡qué actor y su entrega en el escenario con su encantadora voz! Ese personaje, Lear, fue el punto creativo más alto de esa amistad que se inició en la juventud entre Ricardo Camacho y Jorge Plata y, la cúspide artística del Teatro Libre de Bogotá.

El Teatro Libre de Bogotá es la personalidad de Camacho en gran parte: puntual, de buen gusto, educado, amable, respetuoso del otro, del público. Fiel a su formación en filosofía y letras Camacho le traza su identidad: difundir ideas, mostrar al ser humano a través de los autores de la literatura dramática. De manera que Bogotá y de paso Colombia, amplió su horizonte cultural al escuchar hablar de Esquilo, Chejov, Dostoievski, Bertolt Brecht, Shakespeare, Moliere, Ramón María del Valle Inclán, Edward Albee, Strindberg, entre otros, sin olvidar a los colombianos Jairo Aníbal Niño, Sebastián Ospina, Esteban Navajas más allá de los demás teatros de Colombia. Atento a las necesidades que se desprenden de hacer teatro la formación de los actores se le convirtió en la mayor preocupación; por eso crea esa formidable Escuela que hoy es un semillero no sólo para el teatro sino para todas las artes escénicas. Además, el Teatro Libre se amplió con encuentros de poesía, con los festivales de Jazz y de Música de Cámara entregándole más arte y cultura a Bogotá.

Camacho vino por una semana a dictarnos su taller de Actuación programándolo a doble jornada mañana y tarde. Es detallista, obsesivo, inquisitivo. Vehemente cuando habla, se goza verlo pronunciar sus frases, las que dice con tanta perfección que hasta da gusto verlo lanzar madrazos, no al aire, no, específicamente contra alguien o contra algo sílaba por sílaba respaldado por sus sentenciosas manos. Nadie ni nada se escapa de sus ojos feroces como sus dientes y, menos, a la ágil lucidez de su inteligencia con la que critica y también con la que admite la verdad de la otra persona. Mantiene una actitud de estar presente en el aquí y el ahora, no se le ve el pasado. Pregunta, pregunta mucho y también responde. Habla y deja hablar, escucha, conversa. Es perfectamente vertical con lo que sí y con lo que no. Sí, a los procesos políticos críticos del tradicionalismo; sí, a la gente auténtica, sincera. No, a la televisión colombiana y su farándula criolla superficial y vacía; no, a la prensa de la élite a la que no le concede un solo minuto. Sí, a compartir en cualquier parte con un grupo de artistas que lo requieran. No, a ser usado por los oportunistas.

Camacho se alojó en nuestro apartamento que quedaba en una esquina, en un segundo piso mirando al Río, por eso recibía una brisa deliciosa, ahí, en el comedor, departimos con él horas inolvidables. Nos había dicho que cocinaba una deliciosa carne al horno, entonces, le tomamos la caña. El último día le compré lo que necesitaba y él se puso a cocinar cuando no era moda como ahora, poniéndose el delantal. La cocción de la carne demoró más de lo presupuestado de manera que el grupo le hacía bromas con sus cualidades de chef. Cuando estuvo lista él mismo la cortó y la sirvió cuidadosamente en cada plato, quedó a término medio, dijo que así era más sabrosa. Fue una fiesta la sencilla cena y, la conversación hasta la madrugada, la despedida de una semana imborrable. Pasó el tiempo, una tarde, como nuestro apartamento tenía unos grandes ventanales la gente no tocaba el timbre, sino que nos gritaba por la ventana a voz en cuello, así, oímos que alguien llamaba, ahí estaba Camacho sonriente parado en el andén al pie de la ventana; estaba en Barranquilla y pasó, sencillamente, a saludarnos unas horas.

Ricardo Camacho, Jorge Plata, Livia Esther Jiménez, Patricia Jaramillo, Germán Moure, Héctor Bayona entre otros, crearon en 1973 el Teatro Libre de Bogotá que en este 2023 cumple cincuenta años. Es un espacio de aire puro para el arte y el pensamiento en medio de una Colombia acorralada por la violencia, la incultura y el esnobismo. Ahora está logrando atravesar otro obstáculo difícil: pasar ese tesoro a una nueva generación de directores. Camacho y sus amigos están dando un paso al costado porque, se encuentran formando a la juventud para que los sucedan; construyen tradición a contrapelo de una sociedad efímera.

Cuando vi a Camacho impartiendo el taller de Actuación recordé a Rosa María Amador, la busqué en el directorio telefónico para llamarla y darle las gracias; aunque ya habían pasado muchos años tenía la esperanza de encontrarla viva. Me contestó su hermana, me dijo que hacía poco había fallecido, que para qué la solicitaba, le conté y me despedí. Entonces, rememoré una partecita de una declamación que ella me dirigió con tanta entrega como Camacho: una niña jugando lanza una piedra al aire justo cuando cae un rayo, asustada se tapa los ojos, luego mira hacia arriba suplicando “Dios mío, ayúdame, que he roto el cielo”.

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Samai(rmthc)21 de abril de 2023 - 01:08 a. m.
He estado buscando información sobre Jorge Plata, Ricardo Camacho y los fundadores del Teatro Libre. Me alegra encontrar columnas en las que encuentro descripciones no solo profesionales, sino también humanas, de esos grandes personajes de la historia cultural del país. Gracias.
UJUD(9371)28 de marzo de 2023 - 12:28 a. m.
Muchas gracias al Director Camacho y a su obra, el Teatro Libre.
Romeo Dolorosa(earx4)27 de marzo de 2023 - 10:53 p. m.
Excelente columna. El Teatro Libre es una institución de la cultura colombiana.
  • Lucero(75476)28 de marzo de 2023 - 03:47 a. m.
    Gracias, así es.
Alberto(3788)27 de marzo de 2023 - 09:26 p. m.
Reconocimiento más que justo a Ricardo Camacho y al Teatro Libre, muy bien escrito, grata lectura.. Gracias, Lucero Martínez.
  • Lucero(75476)28 de marzo de 2023 - 03:46 a. m.
    Gracias por sus palabras, Alberto.
Mario(20157)27 de marzo de 2023 - 09:13 p. m.
Inclínele Historia. Me sentí con la columnista viviendo los mismos momentos. Es bellísimo la forma de contar la historia. Una manera amena y agradable. Felicitaciones. Mario Pardo.
  • Lucero(75476)28 de marzo de 2023 - 03:48 a. m.
    Muchas gracias por sus lindas palabras, Mario Pardo.
  • -(-)28 de marzo de 2023 - 03:47 a. m.
    Este comentario fue borrado.
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