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Y entonces May se interesó por la ansiedad, llegando a distinguir entre dos tipos: normal y neurótica. La primera, la consideró como una fuerza que “nos ayuda a ser frente ante una situación amenazante”, aquella que nos moviliza a la acción, mientras que la segunda tiene la capacidad de paralizarnos, provocando una pérdida de percepción entre lo real e imaginario. “La ansiedad es perder el mundo propio, ya que el “yo” y el “mundo” están siempre correlacionados, esto significa también perder el propio yo”.
La ansiedad negativa a largo plazo produce apatía, ya que de a poco las personas dejan de importarle lo que acontece a su alrededor y se centran en lo que ellos sienten: pánico. Decía el psicoterapeuta que ese tipo de ansiedad se origina no solo por la carencia de identidad, sino también por la amenaza de los valores emocionales, morales y sociales. “La ansiedad, inevitable en una época en la que los valores atraviesan una transición tan radical, es el motivo principal de la apatía (…) Una ansiedad tan prolongada tiende a convertirse en una carencia de sentimiento y en una sensación de despersonalización”.
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