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En una conferencia titulada “Obstáculos a la investigación filosófica en Colombia” presentada en 1980, convertida posteriormente en un artículo y publicado en su libro Ensayos impopulares (Universidad de Caldas, 2002), el maestro Rubén Sierra Mejía hacía un diagnóstico de las múltiples causas que afectaban el desarrollo filosófico en Colombia. Entre ellos mencionaba obstáculos sociales como la situación del intelectual colombiano, el cual no ocupaba un puesto digno y era básicamente un “exiliado de su sociedad”. En ese mismo escrito también señaló la difícil situación del profesor en la universidad, la carencia de bibliotecas, traducciones, el uso ideológico del pensamiento, el nacionalismo provinciano que, soslayando el contacto crítico con otras formas culturales, impedía confrontar y “poner en cuestión la estructura social y política”.
Pues bien, la labor de Sierra Mejía, con su amplio bagaje cultural, especialmente filosófico y literario, fue siempre la de engrandecer la cultura nacional y, específicamente, nuestro trabajo teórico e intelectual. Él puso su formación al servicio del país, con una mirada amplia, diversa y crítica, alejado de todo espíritu de secta, esto es, como un auténtico filósofo que comprendía que la labor del docente era guiar, sin descalificar y sin formatear al estudiante. Antes bien, se trataba de infundir un espíritu inquieto, libre, apasionado y riguroso, muy alejado de los feudos intelectuales tan presentes hoy en las facultades de filosofía del país. Su vida y su enseñanza, según sus discípulos, y quienes nos pudimos acercar a sus escritos y escuchamos algunas de sus conferencias, era la de crear un auténtico ethos filosófico.
Esta labor la desempeñó ya al frente de instituciones culturales como la Biblioteca Nacional, de la cual fue director, ya como director de la revista Ideas y valores, sin duda la publicación filosófica más importante del país; como traductor de algunos textos de la filosofía analítica, de la cual se considera uno de sus promotores en Colombia. A ella dedicó algunos estudios de caracterización, así como textos específicos sobre Bertrand Russel. Al respecto, ya desde bien temprano entendía que ésta filosofía “ni es positivismo lógico, ni es una simple prolongación de éste”. Sierra tenía, valga decir de paso, una preocupación fundamental por el tema del lenguaje, la precisión del mismo, la necesidad de depurar y aclarar las presuntas confusiones filosóficas, temas todos heredados de esa corriente, tanto de la versión más tradicional, como de la más actual y sus intereses pragmáticos. Por eso asentía con Wittgenstein cuando decía: “porque los problemas filosóficos surgen cuando el lenguaje está de vacaciones”. Fue esto lo que lo llevó a la “Defensa del lenguaje común”, a plantear que el filósofo debe tener una “voluntad de estilo que busca expresar bellamente un pensamiento”,
y de que la labor de la filosofía siempre consiste en superar los lenguajes heredados para evitar el escolasticismo y al anquilosamiento. Desde este punto de vista era posible conciliar la aridez de los lenguajes científicos y filosóficos, tal como lo habían hecho Russel y Bergson, sin “discriminar al lector”.
A diferencia de quienes piensan que la filosofía es un saber elitista, con lo cual de paso (e inconscientemente) desprecian también la filosofía para niños, Sierra Mejía consideraba que “el filósofo colombiano aún no se ha preparado para la controversia […] no se ha salido del ámbito universitario para conquistar la plaza pública”, por el contrario, ha considerado el academicismo como un refugio que le permite evadir la responsabilidad de pensar la realidad y sus problemáticas. Desde luego, esta manera de ver las cosas, era propia de un gestor cultural como lo fue él, quien editó revistas- como Gaceta- y animó la publicación de distintas colecciones para socializar el saber.
De gran relevancia resultan las publicaciones salidas de la Cátedra de pensamiento colombiano de la Universidad Nacional de Colombia, donde se publicaron varios tomos, con miradas diversas, sobre el pensamiento de Miguel Antonio Caro, La Regeneración, La República liberal, la hegemonía conservadora. Este trabajo, en el cual participaron varios filósofos connotados del país, continuaba en estos últimos años el interés de Sierra Mejía por rescatar la tradición intelectual nuestra, labor que ya desde la segunda mitad del siglo pasado él venía desarrollando con dedicación al publicar libros como Ensayos filosóficos (1978) donde aparecía un significativo estudio “Temas y corrientes de la filosofía colombiana del siglo XX”; igualmente, en La filosofía en Colombia (1985) donde reunió por primera vez escritos de los pensadores más relevantes de la época, entre ellos, Daniel Herrera Restrepo, Rafael Gutiérrez Girardot, Estanislao Zuleta, Danilo Cruz Vélez, Guillermo Hoyos Vásquez, entre otros. También en 1989 publicó un libro sobre Carlos Arturo Torres, el gran escritor y pensador colombiano de comienzos del siglo XX, autor del popular texto Idola Fori (1910).
Rubén Sierra no dudaba de la existencia de la tradición filosófica colombiana, más bien pensaba, como afirma Lisímaco Parra, que ésta era bastante desconocida en el país. Ese desconocimiento, valga señalar de paso, es generalizado. Muchos estudiantes del país- aún hoy- terminan siendo expertos- como sus maestros- en grandes figuras del pensamiento europeo, pero no tienen el más mínimo conocimiento de nuestra tradición, por pobre que ésta sea. Es como si el estudio de la ciencia de la experiencia de la conciencia de Hegel, y otros temas de gran complejidad filosófica, no les dejara tiempo para revisar el mundo intelectual y la historia en la cual han estado insertos, de la cual hacen parte. Por eso debemos a Sierra Mejía y al llamado Grupo de Bogotá, de la Universidad Santo Tomás, el impulso para que en las facultades de filosofía se introdujera la cátedra de pensamiento latinoamericano y colombiano.
Es todo esto lo que explica sus esfuerzos para que el país conociera su propio pasado filosófico, labor que también llevaron a cabo filósofos como Daniel Herrera Restrepo, Germán Marquínez Argote, Rafael Gutiérrez Girardot, ya fallecidos; otros como Leonardo Tovar González, Teresa Houghton Pérez, Eudoro Rodríguez, Rubén Jaramillo Vélez y sus estudios sobre el marxismo en Colombia, Hernán Ortíz Rivas; y, entre los más jóvenes, Juan Camilo Betancur, Carlos Arturo López y el suscrito.
Hay que decir, al respecto, que una de sus últimas labores editoriales de Sierra Mejía fue la publicación de las obras completas de su amigo y gran filósofo colombiano Danilo Cruz Vélez, obra publicada por la Universidad Nacional de Colombia, la Universidad de Caldas y la Universidad de Los Andes (2014-2016) preparada con gran detalle, notas introductorias y que recoge gran parte de material disperso, artículos de prensa, etc., del también filósofo caldense. Ésta obra fue antecedida- en verdad- por unas charlas filosóficas de primer nivel recogidas en el libro La época de la crisis, publicado por la Universidad del Valle en 1996.
Además de su labor de traductor, editor, profesor universitario, gestor cultural, etc., Sierra Mejía tenía una gran preocupación por la relación entre filosofía y realidad, reflexión y coyuntura. De esa preocupación nos dejó dos interesantes libros. El primero, La filosofía y la crisis colombiana (2002); el segundo, La crisis colombiana. Reflexiones filosóficas (2008). En ambas publicaciones participaron filósofos como Alfredo Gómez Müller, Luis Eduardo Hoyos, Juan José Botero, Leonardo Tovar González, Francisco Cortés Rodas, entre otros. Los dos libros son, a mi juicio, un rechazo explícito a esa “huida del mundo” tan propia de los filósofos. Por eso en el primero de ellos Sierra y Gómez-Müller advertían: “En nuestro campo, la filosofía, el academicismo ha podido llegar a ser un refugio o una manera de evadir el desafió que nos lanza la realidad. Pero lo propio del refugio es lo transitorio: no se puede vivir indefinidamente por fuera de la realidad, no se puede pensar de espaldas al mundo real. Pensar es salir a campo abierto y asumir el desafió del por qué y el para qué”. En el segundo, por su parte, Sierra ponía de presente, también, las limitaciones de un pensar en medio de, o desde las entrañas de la crisis, algo que, desde luego, resulta sumamente actual. Allí decía: “en tiempos oscuros, el pensamiento tiende a exagerar las consecuencias de los fenómenos y a apresurar las conclusiones, lo que le hace perder la prudencia de juicio en el análisis de los asuntos de que se ocupa”.
Con la partida de Sierra Mejía se va extinguiendo entre nosotros un cierto tipo de filósofo: aquél que también se asume como intelectual, que asume una responsabilidad social como escritor y que es poseedor de una gran cultura literaria y artística. Sierra Mejía, profesor Emérito de la Universidad Nacional de Colombia y Doctor Honoris causa por las universidades del Valle y de la de Caldas, deja por eso, un gran vacío en la cultura colombiana, pero también deja su ejemplo, su honestidad, su compromiso y su obra ensayística publicada.