El Magazín Cultural

San Jacinto, Bolívar: donde pensar es una fiesta

Se realiza desde hace doce años en el puente de Reyes del mes de enero y es organizado por el Club de Maestros de San Jacinto) y un grupo de gestores culturales independientes entre los cuales hay escritores, poetas, periodistas y compositores de los Montes de María. Crónica.

Julio Olaciregui * / Especial para El Espectador
10 de enero de 2018 - 02:35 p. m.
San Jacinto, Bolívar: donde pensar es una fiesta

A la salida de San Jacinto, Bolívar, en La Variante, el hotelero, en camisilla y bermudas, nos cita a Hesíodo, Los trabajos y los días, y nos habla sobre el noble oficio de la agricultura, sobre lo hermoso que es plantar unas semillas y observar como van brotando las plantas de la tierra.

Este viaje a San Jacinto, para asistir a la decimosegunda “Fiesta del Pensamiento” (5-7 de enero) me ha hecho reverdecer y me incita a escribir esta crónica.

Habíamos visto ya al señor Lora, el hotelero, en la sede del Club de Leones, donde se llevaba a cabo la fiesta, cargando dos palitos de cacao. Después supimos que eran un regalo para el poeta Federico Santodomingo, quien llegó de Barranquilla para presentar su último libro, Hereje.

El filósofo sanjacintero Numas Armando Gil Olivera, profesor de la Universidad del Atlántico, encabezó una gran delegación de curramberos, entre ellos el arquitecto Carlos Bell Lemus y las escritoras y profesoras Adriana Rosas Consuegra, Sara Martínez, María Carolina Guzmán y Dayana de la Rosa Carbonell, para que asitieran a esta fiesta en la tierra de la hamaca grande, donde se desayuna con yuca, ñame, suero, ajonjolí y café orgánico cultivado en los alrededores del Cerro de Maco.

El logo de este encuentro anual en el corazón de los Montes de María es una silueta del célebre pensador de Rodin luciendo un sombrero vueltiao.

Ese 5 de enero, al llegar, el cielo estaba encapotado y las pesadas nubes grises no tardaron en desbaratarse, mojando la tierra. Se habló entonces de las cabañuelas, un concepto campesino para prever cómo será la meteorología de los próximos meses.

En el himno sanjacintero se oyen las gaitas, no podía ser de otra manera en esta tierra musical en la que viven 30.000 personas, cuna de los célebres Gaiteros, el conjunto formado por Toño Fernández, y de grandes compositores como Andrés Landero y Adolfo Pacheco.

“Yo soy Landerista, pero no me hagas pelear con mis amigos vallenatos. Quiero mucho la cumbia y más la de Landero; él era mi amigo”, le confesó Gabriel García Márquez en 2006 a Gil Olivera. Estuvimos recordando esas frases durante los tres días de la parranda intelectual que este año se hizo en homenaje a Andrés Landero (1932-2000), el juglar que ha hecho conocer la cumbia colombiana, tocada con acordeón, desde México a Argentina. Y también en Europa.

“Era un ser maravilloso, dueño de sí mismo y de su estirpe montañera. Una vez le dije a Landero: compa, ya usted no debe coger el machete para limpiar la roza, porque sus dedos se le pueden endurecer para tocar el acordeón. Usted tiene que tener los dedos flojos. Y de una saltó José Domingo Rodríguez, el rector del Instituto Rodríguez, ripostando en forma enfadada: no señor, tiene que seguir labrando el campo y hurgando la tierra, porque el folclor es del campo y es lo que el pueblo sabe sin que nadie se lo haya enseñado; él es nuestro representante motañero en el mundo”, cuenta Adolfo Pacheco en el libro Andrés Landero, el clarín de la montaña, el tomo tres de la enciclopedia musical de los Montes de María la Alta, del profesor Gil Olivera.

El periodista y escritor sanjacintero Juan Carlos Díaz presentó su documetal “Landero: la tierra que canta”. Dijo que su deseo de realizar este film sobre el autor de La pava congona  surgió cuando descubrió en internet que el músico inglés Joe Strummer, líder de la banda The Class, adoraba la música de Landero.

El joven realizador Giuliano Cavalli, fundador del Festival de Cine de Barranquilla, llegó también a San Jacinto, en compañía de otro cineasta, Jorge Mario Suárez, para presentar avances de su película sobre Landero, “Un rey con su pueblo”, en la que están trabajando desde hace cinco años.

Muchos ancianos dicen en el pueblo que los jóvenes ya no quieren cultivar la tierra y prefieren las motocicletas a los burros y caballos, pero lo cierto es que en la música el llamado relevo generacional si está asegurado, como lo demostró la presencia de Jeyson Landero, quien toca el acordeón con la maestría de su abuelo.

“La fiesta del pensamiento”, que en 2012 rindió homenaje al físico sanjacintero Regino Martínez-Chavans, es un coloquio sui generis, interdisciplinario, porque en él pueden escucharse conferencias sobre ciencia, filosofía, educación, literatura, medicina, antropología, arquitectura y por supuesto música.

Aprendimos mucho sobre el compositor Francisco “Pacho” Rada, asociado con la leyenda de Francisco el hombre, así como también sobre la música del Bajo Magdalena, en una exposición de Alvaro Rojano Osorio.

El licenciado en Ciencias Sociales Jairo Soto Hernández presentó su libro Los diablos danzantes de Valledupar.

Las charlas se prolongaban en los pretiles de las calles y en la plaza, donde los sanjacinteros tejen sus sartas de cuentos y le sacan chistes a todo.

El biólogo Luis Soto, de la Universidad Nacional, habló del peligro que acecha al tití cabeciblanco, un primate cien por ciento costeño amenazado por la deforestación de su hábitat, y por su captura para el comercio ilegal, vendidos para servir de mascotas. Explicó que en la protección de este animal se ha involucrado a las comunidades locales.

Soto dijo que había conocido a Tomás Vásquez Arrieta, también filósofo y miembro del comité organizador de “La Fiesta del Pensamiento”, en los pasillos y bosques de la Universidad Nacional.

Vásquez Arrieta es asimismo el director de la revista “Lampazo” –como se llama el proceso de tintura de la hilaza para la fabricación de las hamacas— cuyo número 12 se lanzó durante el coloquio.

“Hay que decir que este momento histórico de posacuerdo que empezamos a vivir los colombianos es una oportunidad para reconstruir el país, y en particular los violentados Montes de María. Y sin duda que en este anhelo la educación y la cultura son nuestro campo de lucha”, escribió el filósofo en el editorial de la revista.

La guerra que azotó a los Montes de María desde la década de los 80 hasta comienzos del nuevo siglo está aún muy presente en las memorias. La filósofa Deyana de la Rosa Carbonell, en el artículo que escribió sobre las artesanas de San Jacinto, dice que “durante el conflicto armado que golpeó tan fuerte a San Jacinto, las artesanas lograron que no se desplazara su pueblo y a pesar de todo siguieron tejiendo”.

Yo leí un relato sobre Leonor Malemba, la reina del palenque Limón en los Montes de María en 1634, y cité el testimonio de uno de los tres habitantes de dicho palenque, Francisco Angola, interrogado en el Castillo de Manga, en Cartagena, antes de ser ejecutado. «Preguntado si ha estado en el palenque de los negros cimarrones del Limón, y qué tanto tiempo ha estado en él, y en qué se ha ejercitado y si es libre o esclavo dijo que vino muchacho pequeño de Angola en la armazón de negros que trujo a Cartagena el capitán Antonio Cutiño, y estando en esta ciudad, Juan Angola, un compañero suyo, le dijo que los blancos los traían engañados. Y mostrándole el sol le dijo que aquel sol venía de Guinea. ---ahí está el camino. Vámonos—Y Juan y Francisco se fueron por el monte. Y estuvieron en él algún tiempo, que no sabe que tanto tiempo sería, más de que pasó una luna. Y luego caminando fueron  a dar al palenque Limón… donde ha estado tres años, allí se ejercitaba en hacer rozas de los negros y en limpiarlas y en coger el maíz …. hasta que fueron los blancos y lo prendieron».

* Novelista y cuentista invitado. Fue corresponsal de El Espectador en París. Es autor de los libros Vestido de bestia, Los domingos de Charito, Trapos al sol y Dionea. Su más reciente novela es Pechiche naturae (Collage Editores).

 

Por Julio Olaciregui * / Especial para El Espectador

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