Todo comienza muy temprano en la mañana. Los libreros de profesión y los ocasionales (también pueden participar fundaciones, cooperativas, organizaciones sociales) empiezan a trabajar en la instalación de su tenderete. Al principio solo se ven personas revoloteando en torno a las mesas que han plantado en una plaza, una calle, una rambla de barrio o de pueblo. A cada quien se le asigna un espacio y, normalmente, las paraditas están dispuestas unas al lado de las otras. El despliegue siempre se hace en las zonas más concurridas de las ciudades y pueblos. Si pudiéramos verlas desde arriba serían como una larga lombriz que va cambiado de color, dependiendo de la tonalidad de la carpa que cubre la paradita. Las mesas se engalanan con manteles de color rojo y amarillo, los colores de la senyera, la tradicional bandera catalana. Cuando el escenario está preparado, como si se tratase de un ritual, los protagonistas del día empiezan a emerger de las cajas en las que fueron transportados. Cada quien usa criterios diferentes para la disposición de los libros en las mesas. Algunos lo hacen teniendo en cuenta la relevancia del autor o del título. Otros por temática. Otros por estética. Cada quien es rey de su reino y de él dispone como quiere y puede. En muchas de las paraditas también se venden rosas. La tradición, por cierto, muy machista, decía que a los hombres se les darían libros y a las mujeres rosas. ¡Qué decepción se llevarían las mujeres de antaño! Por suerte, eso está superado. A los hombres, mujeres y niños se les dan libros por igual.
Alrededor de las 10 de la mañana la fiesta está montada, solo faltan las personas, que normalmente salen por rachas. En las mañanas es normal ver filas de niños acompañados de sus profesores, que usan esta celebración para hacer una salida cultural y, a la vez, transmitir a los pequeños la tradición. El griterío de los niños se confunde entre el paso tranquilo de las personas mayores, que van solas o en pequeños grupos, gozando del ambiente festivo y cultural que propician las paraditas de sus barrios. Al medio día aparecen algunas personas que tienen como costumbre almorzar ese día en familia. Curiosean los títulos que hay en las mesas y, de paso, compran algunos libros y rosas para los familiares con los que se encontrarán.
En la tarde, salen personas de todas las edades y especies. Es el momento de las mareas humanas intentando hacerse con un libro y una rosa. Es caótico, pero a la vez es esperanzador ver una sociedad que sale masivamente a las calles en busca de cultura.
Ese día las librerías y editoriales sacan a sus mejores autores a firmar ejemplares. Las filas por estos trazos de tinta en un papel pueden llegar a ser exageradas, pero hace parte de la fiesta. También hay asociaciones de todo tipo que dedican todo lo que venden a causas benéficas, o simplemente a financiarse. En esos casos se venden libros de segunda mano y flores hechas a mano, con todos los materiales posibles. Cuando la tarde ya agoniza, aparecen los desgraciados que recién salen de su trabajo y no han podido disfrutar con calma de la fiesta de los libros. Son los compradores de última hora, que se llevan los ejemplares rezagados y las últimas rosas deshojadas. Igualmente, se van satisfechos a casa, sin duda harán feliz a alguien.
Sant Jordi es una de las fiestas más bonitas que he visto. Es el equivalente al día del amor y la amistad en Colombia, pero con libros y sin todo el consumismo previo e innecesario para “celebrar la amistad”, como promociones en moteles y bares.
Este año, la fiesta no ha podido celebrarse. Estamos todos en casa. Pero al ser una festividad tan importante para la cultura catalana (y para la economía de libreros y editoriales), la han aplazado al 23 de julio. Una fecha realista para que muchas personas puedan acudir a las librerías locales a comprar ejemplares. Sin este aplazamiento, el gran ganador de la jornada hubiese sido Amazon. No sé si ese día habrá paraditas en la calle, quizás sí, con mucha distancia entre unas y otras. Sin embargo, para mantenerse fieles al día internacional del libro, muchos libreros y editoriales están haciendo centenares de actividades online, con la ilusión de que sus autores alimenten la imaginación y la curiosidad de los confinados.
Acá un artículo de La Vanguardia que nombra actividades a las cuales se puede acceder online y seguramente quedarán grabadas en las redes sociales de las editoriales y librerías:
https://www.lavanguardia.com/cultura/20200423/48683232401/agenda-de-sant-jordi-dia-del-libro.html
Sant Jordi casero
Mi familia catalana fue la que me introdujo en la tradición de reunirnos para almorzar en San Jordi y regalarnos libros cada año. Antes de entrar en esta familia ya me gustaba recorrer las calles de mi barrio donde plantaban las paraditas; pero reconozco que nunca compré un libro allí, me gusta más la intimidad y la tranquilidad de las librerías. Soy de las que ojean muchísimas portadas y contraportadas para hacerse a un par de libros. Además, solo tolero los tumultos si son provocados por una buena fiesta o un concierto. Así que nunca me imaginé que Sant Jordi se convertiría en un alegre ritual. Un día muy especial. Por eso, aunque celebraremos la fiesta en julio, no hemos querido dejar pasar el día. Esta noche nos reuniremos toda la familia en torno a la pantalla, para desearnos feliz Sant Jordi, hablar de los libros que hemos estado leyendo e imaginar juntos el próximo día en que compartiremos mesa y literatura.
En lo íntimo de mi casa han sucedido varias cosas bonitas en torno a este día. El símbolo de la celebración son las rosas, así que hemos hecho una con una toalla roja. Quedó muy bien hecha, por cierto, y la hemos puesto en el balcón. Los balcones son el espacio más social que tenemos en estos tiempos, así que muchas cosas que suceden en casa salen al balcón. Y, como la rosa quedó tan bonita, decidimos hacernos una foto de familia con ella, sosteniendo cada uno el libro que se está leyendo en estos momentos. La enviamos a los chats familiares y ha sido publicada por las redes sociales de la universidad en la que trabaja mi esposo.
Después, mientras escribía esta entrega, me llamaron la atención unos alaridos. Extrañada, abrí la puerta para escuchar mejor. El sonido llegó nítido e hizo más clara la situación que estaba ocurriendo a dos habitaciones de distancia. Dos títeres, San Jordi y el Dragón, estaban en medio de una cruenta lucha. Era Miquel, quién se había tomado muy en serio su papel de titiritero para enseñarle al único asistente de la función, nuestro hijo Martí de tres años, porque estábamos tan emocionados con la fecha. La leyenda es simple, Sant Jordi salvó a su princesa prisionera matando al dragón, que la tenía cautiva para ser devorada, y de cuya sangre brotó un rosal. Mi hijo reía con emoción por los altibajos de la pelea. Inmediatamente recordé un meme que me habían enviado esta mañana, creado por Lola Vendetta, una dibujante e ilustradora buenísima que muestra la invisibilidad de las mujeres en muchas situaciones. En el dibujo se veía como el Dragón y San Jordi habían sido separados por la princesa, después de haberse molido a golpes. Cada uno lucía heridas como trofeos de valentía. Y ella decía: “¡Joder Jordi! Se os va la olla con la puta testosterona”. Me reí de nuevo de la intensidad de los hombres y sus leyendas de masculinidad y valentía. Pero me pareció entrañable que mi marido se expandiera en la pelea para hacer feliz a nuestro Martí.
Al rato, mi hijo tocó a la puerta. Le dije que pasara, tenía un libro de dinosaurios, (que no era nuestro) en la mano y me entregó una rosa fresca. Me sorprendió. Le pregunté de donde los había sacado. Me dijo que habían sido los vecinos de abajo. Supuse que el libro había pertenecido a sus hijos, ya mayores, y la rosa a su pequeño patio con jardín. Nos imaginamos la situación, porque ninguno de los dos adultos la vio: Los vecinos cuidando de sus plantas (cada día lo hacen, las riegan y les quitan las hojas marchitas). Mi hijo, desde el segundo piso, mirándolos en silencio desde el balcón. Quizás el niño, por el simple hecho de hablar, les preguntó que hacían y ellos le dijeron que cuidaban de las plantas y de los dos árboles. Y al rato les vino la iluminación. Vieron el rosal, con poquísimos capullos recién estrenados por la primavera. Uno había acabado de florecer. Cortaron la flor sin pensárselo mucho, sin desear guardársela para ellos y se la dieron al pequeño. Y el libro, rezagado por años en una estantería, estaba esperando que otro niño descubriera los dinosaurios de su interior y le llegó su día. Le peguntamos a Martí cómo se los habían entregado y nos dijo que habían usado una escalera. Así que alguno de los dos trepó en una escalera, estiró el brazo lo que más pudo, hasta que el pequeño brazo de mi hijo pudo alcanzar la rosa y el libro. Generosidad, belleza, una escena para ser escrita. El día de Sant Jordi es eso, compartir.
En un rato, a las ocho de la tarde saldremos a aplaudir. Coincidiremos con nuestros vecinos y les agradeceremos por el libro y la flor. Nos alegraron el día. El niño tiene pasión por los dinosaurios y la rosa es jugosa, tiene aroma, un rojo indefinido, y está viva, palpita en mi mano. Definitivamente NO necesitamos estar libres para disfrutar de las rosas de la primavera. Una de ellas, una de las más hermosas que me han regalado, llegó a nuestra casa gracias a las redes que han surgido por el confinamiento y, como no, por el espíritu de esta bella fiesta.
¡Feliz Sant Jordi para todos!
PDT: En la hora de los aplausos, los vecinos del apartamento de arriba (padre colombiano, madre española e hija encantadora), que cada noche bajan en un balde amarrado con cordones moneditas de chocolate a nuestro hijo, le regalaron otro libro.