Dentro de lo escabrosos que son algunos argumentos de ópera, puede estar a la cabeza Semíramis, una de las obras maestras de Rossini, que él mismo bautizó como melodrama trágico y que incluye en su argumento a una madre enamorada de su hijo; a una reina que ha obligado a su amante a asesinar a su legítimo marido; a un hijo que mata a su madre; a un príncipe que quiere casarse con su propia hermana, pero que tiene como rival al amante de su madre, que se ha enamorado de la hija. Hay cartas secretas del monarca muerto, guardadas por un sacerdote; una escena de locura, que no es para que la soprano se deshaga en florituras, sino para el barítono; y el fantasma del rey asesinado que da órdenes desde su tumba. Naturalmente, los protagonistas ignoran todos esos parentescos y solo los vienen a conocer al final de la obra. Fuera de eso hay una banda militar en escena y numerosos conjuntos que se pueden contar dentro de lo mejor que hizo Rossini, que tanta cosa buena creó. Todo lo anterior sirve como marco para una de las obras líricas más exigentes desde el punto de vista vocal de todo el repertorio y una creación maestra, a la que en el pasado auguraron que no sobreviviría, pero a la cual se puede aplicar aquella frase burlona de que “los muertos que vos matáis bien vivos están”, ya que en forma continua es revivida para dar oportunidad a los más grandes intérpretes de bel canto de demostrar sus capacidades y que además tiene algunas de las páginas más sublimes dentro de la producción de Rossini. No en vano la obra ha sido interpretada en el pasado por legendarias cantantes como Isabella Colbran, la esposa del músico, para quien fue escrita; por Giuditta Pasta, por Julia Grisi, y en nuestros tiempos por Sutherland, Simionato y Marilyn Horne.
La última ópera italiana de Rossini
Dicen que Rossini compuso Semíramis en poco más de un mes y fue la última ópera que hizo en Italia. El público veneciano que asistió al estreno la consideró como la obra maestra del músico, olvidando injustamente al Barbero. El libreto se basó en una tragedia de Voltaire, ya que aunque existía uno de Metastasio que había sido usado por varios músicos, a los empresarios les pareció que lo del francés se adaptaba mejor a los gustos de la audiencia de Venecia. Hay momentos musicales sublimes e incluso uno de ellos, el final del primer acto, fue inspiración indudable para Verdi en el Miserere de El trovador. Al público que asistió a ese estreno y a lo que vendría después, desde luego no le importaba el exceso de libertades dramáticas y recibió embelesado la ópera.
La figura de Semíramis
Los historiadores no se han podido poner de acuerdo con si se puede considerar a la Semíramis original como figura histórica o leyenda. Se menciona en tallas sirias a una Shamiram, esposa de Nimrod primero y de Nino después, y sucesora de ellos en el trono. Dante la menciona en su Divina comedia y la envía al segundo círculo del infierno, y el personaje fue protagonista de muchas óperas además de la de Rossini. Por mucho tiempo Semíramis fue el sinónimo de la lujuria y la ambición descomedida, aunque si existió, fue muy respetada como monarca de uno de los grandes imperios de la antigüedad. Fue en sus tiempos cuando los jardines colgantes de Babilonia, una de las maravillas de la antigüedad, fueron creados para ella, ya que su esposo quería que no tuviera nostalgia de las forestas de su tierra de origen. Lo cierto es que la de Semíramis es una figura trágica impresionante y por eso el uso de este personaje en tanta obra. Se puede decir que la ópera de Rossini es una de las más importantes y ha opacado a las demás con esta protagonista.
Una obra importante
No es fácil el montaje de Semíramis. No solo necesita de cantantes con recursos vocales que hagan honor a esta culminación del bel canto, sino que además requiere escenarios espectaculares y de una dirección escénica capaz de mover la inmensa masa de coros y solistas que Rossini creó. Hay que dar validez dramática a lo que está ocurriendo, a pesar de las exageraciones del argumento, y lo cierto es que, a pesar de éstas, una buena representación logra el milagro de conmover y emocionar. El montaje que hace el Metropolitan se debe al director escénico John Copley, uno de los más avezados regisseurs de la época de los Zeffirelli, los Ponnelle y los Visconti. Copley logró el milagro de hacer justicia a lo espectacular de la ópera, pero sin que los solistas se perdieran en medio de esas gigantes necesidades escénicas. Que se reviva Semíramis (que no se representaba en el Metropolitan desde el siglo pasado) es una gran oportunidad para que los amantes de la ópera conozcan una obra importante.
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