El Magazín Cultural
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Séptimo Festival de Teatro por la Paz y la Reconciliación en Pelaya

Al menos la mitad de los 18.000 habitantes de este municipio del departamento de Cesar son víctimas de la violencia y, sin embargo, se ha convertido en epicentro de actividades culturales lideradas por jóvenes.

Mario Méndez
17 de febrero de 2024 - 09:00 p. m.
Entre la juventud pelayera hay una tradición de gusto por las artes, en especial por el teatro callejero. / Cortesía
Entre la juventud pelayera hay una tradición de gusto por las artes, en especial por el teatro callejero. / Cortesía

Pelaya ya es una ciudad populosa y educativa del sur del departamento y capital maicera de Colombia. Hacia el año 1970, el misionero José María Torti Soriano llegó a la población, por entonces un municipio creado apenas en 1980 que hasta entonces pertenecía a Tamalameque. Este personaje carismático, a quien se le llamaba reverendo debido a sus dotes especiales, nacido en España —en San Fernando (isla de León, Cádiz), donde Francisco de Miranda sufrió prisión—, llegó y en poco tiempo instaló un jardín para 20 niños, en un espacio escolar que paulatinamente se convirtió en uno de los colegios más grandes de la localidad, hoy con unos mil estudiantes, desde preescolar hasta bachillerato, equipado con un paraninfo más grande que el pueblo. (Recomendamos: Video de los bailes tradicionales de Quinamayó, Cauca).

A su llegada a Colombia, y previamente a su instalación definitiva en Pelaya, Torti estuvo en Quinchía (Risaralda) y Aguachica. Pero intuyó que su destino final estaba a pocos kilómetros, después de enterarse de las condiciones sociales de la población maicera, productora también de yuca y plátano, ¡y se trasladó a Pelaya!

Los pobladores no tenían conciencia clara sobre la necesidad de que los niños asistieran a un aula. Así que Torti fue pasando casa por casa para hablar con los padres y convencerlos de que los muchachos debían estudiar, comprometiéndose a darles desayuno. Cuando el colegio, convertido en lo que se conoció como Fundación Jardín Infantil de Pelaya (Fujain), cogió vuelo, José María resultó con otra locura: echar a andar la Semana Cultural, de periodicidad anual. Hace algo más de 20 años tuvimos la oportunidad de conocer esta obra suya, gracias a la invitación que desde entonces y por varios años se nos extendió para hablar con los estudiantes del pueblo y hacer conversatorios abiertos a la comunidad, entre las actividades estructuradas por el reverendo, acompañado de un buen séquito de profesores y adolescentes, de modo que no sorprende que el Fujain se llame hoy Colegio Integrado José María Torti Soriano.

En 2003, repentinamente, Torti murió de infarto en su sencilla habitación, un espacio que él nunca quiso que fuera más que eso: una habitación, así como jamás aceptó que se le comprara un automóvil para sus desplazamientos a la capital del departamento, adonde iba en busca de recursos y apoyos para mejorar las instalaciones de su obra, así como de padrinos para sostenerla, ya que lo recaudado por matrículas y pensiones era muy poco, algo menos que simbólico. El fallecimiento inesperado de Torti generó en Pelaya un estado general de conmoción, como si a cada uno se le hubiera muerto el papá, en un estado de calamidad que nunca se presintió. De hecho, a Torti se le llamaba comúnmente padre, eje de muchas cosas de la vida ciudadana de quienes lo conocieron.

Ese espíritu de José María se extendió por el municipio y se fue transformando en el motor de la actividad educativa de Pelaya. Es tal esta condición, que los habitantes de uno de sus corregimientos, San Bernardo, tienen que ver con el sector escolar en un 70 %, porque no solo los niños y los jóvenes estudian: también lo hacen los padres, cursando su bachillerato en jornada nocturna.

Cultura y arte contra la violencia

De modo que el desarrollo pelayero en lo social, artístico, cultural y educativo resulta inconcebible sin la huella que dejó esta figura inolvidable. De esa pujanza surgió luego el Festival de Arte por la Paz y la Reconciliación de Nuestros Pueblos, ya en su séptima edición, evento que se realizará la semana entrante durante los días jueves 22, viernes 23 y sábado 24, en un derroche de actos que año tras año se toma las calles del municipio, incluyendo sus zonas rurales. De hecho, el nombre del Festival es una respuesta sanadora de la gente de Pelaya a la violencia que padeció durante 30 años, doloroso hecho que afectó al 50 % de los habitantes, pues la mitad de sus moradores perdió por lo menos a un familiar, según los registros del RUV (Registro Único de Víctimas). Cabe destacar que en Pelaya se percibe una influencia fuerte de Norte de Santander —en especial de El Carmen y Ocaña—, de donde proviene gran parte de la ascendencia de mucha gente nacida en la Capital del Maíz.

En esta ocasión está asegurada la asistencia de grupos de teatro, comparsas y saltimbanquis procedentes de Ocaña, San Gil, Piedecuesta, La Gloria y Barranquilla, además de la propia Pelaya. Este hecho se sostiene en el tiempo gracias a la Fundación Semillas de Esperanza, creada por el abogado, docente y gestor cultural Eguis Palma Esquivel, obra de José María, pues aquel fue profesor del Jardín y una suerte de escudero del quijote español pelayerizado, este que conocí y recuerdo con mucho respeto y afecto en mis periódicas participaciones en la Semana Cultural, a las que luego se sumó otra explosión, pero de esas que no dejan muertos: las jornadas de lectura que invaden a la población, recorrida por entusiastas muchachos que se detienen en las esquinas a leer y difundir partes de libros consagrados, en el Plan Relata, donde participan los ministerios de Educación y de Cultura.

La literatura se abre camino

Eguis nos recuerda un hecho que puede ser ejemplar en el país. Dadas las dimensiones del municipio (alrededor de 18.000 habitantes), sorprende que allí haya 10 grupos de teatro, en un semillero que evidencia el fervor de los jóvenes por su terruño. En este sentido, Eguis Palma es uno de los sembradores de la cultura artística del municipio, y se desborda al relatar que alrededor de 200 niños dan a conocer sus escritos anualmente, enriqueciendo así el patrimonio literario de Pelaya, hoy ya distante del territorio áspero e inculto que encontró Torti cuando apareció por aquellas tierras. En el espíritu pelayero de estos tiempos surgen varias experiencias muy valiosas: es el caso de la niña Luisa Fernanda Cepeda Mora, que a los 11 años ganó el concurso nacional Territorios Narrados, en 2021, con el trabajo titulado “Isabella, escritora de cuentos tristes”, así como el del premio que recibió en 2023 el profesor Palma por su relato “Aguas amargas”, en el Concurso Departamental de Cuento de la Biblioteca Rafael Carrillo Lúquez, de Valledupar.

Se enciende la llama del séptimo Festival

Sobre la base del tejido cultural, artístico, educativo y social construido en Pelaya, el municipio se apresta a desplegar durante tres días sus banderas de paz y reconciliación, con las que invade el ámbito urbano y rural, abriéndose paso por entre los maizales y los sembrados que constituyen la base de su economía.

El trabajo cotidiano y persistente de Eguis Palma Esquivel se materializa una vez más en la programación del Festival, evento que ayuda a visibilizar un valioso material humano que se apropia de un propósito expresado con toda claridad: “Entre todos haremos posible la paz”.

Pero detrás de cada zanquero y saltimbanqui, de cada actor en desarrollo y cada escena, secuencia y cuadro, de cada canto y poema, latirá el espíritu de una especie de sacerdote, el misionero que se convirtió en apóstol para la gente de Pelaya y su entorno regional. Y lo hizo con las mismas herramientas de pacificación que utilizó antes en Quinchía (Risaralda), donde con su mirada serena, su voz noble y firme, y su cara bonachona, desarmó a uno de los jefes armados: Venganza, quien lo vio con respeto y lo acató, para entre todos reconstruir la paz perdida —como en Pelaya—, en un pueblo donde dos bandos se enfrentaban salvajemente. Significa mucho que una avenida de Quinchía lleve el nombre de José María Torti, pero esa es otra historia.

Ahora, ubicados en Pelaya, si miramos en perspectiva el panorama del país en todos sus órdenes, veremos con nitidez que los jóvenes están marcando la pauta mediante su acción multifrentes, lo que permite vislumbrar un mañana próspero y tranquilo que todos merecemos, como lo merecen quienes vienen detrás de nosotros. Y es ahí entonces cuando descubrimos que el arte y la educación son insumos formidables para el avance social. ¡A ver si por fin salimos de este laberinto! Pero es necesario apoyar a la juventud para que persista en su rol de generadora del cambio social que anhelamos y requerimos.

* Columnista de El Espectador.

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luis(26884)19 de febrero de 2024 - 02:24 a. m.
Educación y cultura. Bravo por Pelaya. Ese es el camino.
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