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Sergio Ramírez: "los libros no son para llenar necesidades políticas"

El escritor nicaragüense fue uno de los invitados al Hay Festival de Cartagena. El autor, invitado por la Fundación BAT, conversó con José Antonio Carbonell sobre la relación entre la literatura y la culinaria, basándose en la obra del poeta Rubén Darío.

Andrés Osorio Guillott

03 de febrero de 2020 - 05:03 p. m.
Sergio Ramírez, ganador del Premio Cervantes en 2017. / Cortesía
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¿Cómo surgió la investigación de la relación entre literatura y culinaria? ¿Cómo llegó a Rubén Darío para dar con esta apuesta?

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En aquel tiempo en que se hacían fichas a mano, logré reunir más de mil quinientas acerca de Rubén Darío, y al paso me fue saliendo todo lo que se refería a sus gustos culinarios, como él llegó a identificar en la cultura francesa en la que se encontró a comienzos del siglo XIX a las artes culinarias calificadas como de la décima musa y a la cocina como un arte consagrado.

A la mesa con Rubén Darío es un libro que surge como producto de esta investigación que tenía como finalidad documentar al poeta para dos de mis novelas: Margarita está linda la mar y Mil y una muertes. Luego, una vez fijado ese centro de atención fue mi curiosidad, que se dirigió hacia la cocina de esa época en general y a ese concepto cultural de la cocina y la relación entre este arte y el modernismo.

¿Qué otros autores o con qué otros casos se encontró hablando de la cultura en Latinoamérica y por qué se ha olvidado o por qué la gente no asocia la gastronomía como un arte?

Mi reflexión empieza hablando de las diferencias en los conceptos acerca de la cocina que había en Inglaterra y en Francia. Mientras en Francia la cocina había pasado al panteón de las musas y era la décima musa, en Inglaterra cocinar era decoroso, como lo siguió siendo en toda América Latina. La cocina era el reino de las mujeres, el lugar en donde los hombres no podían entrar, iba en contra de la masculinidad que un hombre se introdujera en las cocinas. En Nicaragua los cocineros eran identificados como personas amaneradas, homosexuales, entonces había un desprecio en la parte culinaria. En la elaboración de los alimentos no era considerado un asunto digno de atención, hasta que Darío traslada ese concepto francés a su crónica publicada en el diario La Nación y comienza a exaltar la cocina como arte.

¿Qué tanto cree usted que pudo cambiar o que no se pudo consolidar una identidad en varios países de américa latina debido a las dictaduras o a los gobiernos totalitarios que hubo en la segunda mitad del siglo XX?

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Las dictaduras de la segunda mitad del siglo XX creo que podemos separarlas entre las dictaduras del cono sur, que fueron dictaduras del nuevo estilo, que eran dictaduras doctrinarias, de un profundo anticomunismo. Calificar de comunista a todo aquel que pensaba distinto, reprimirlo, hacerlo desaparecer, como ocurría en la famosa triple A. Ese tipo de dictadura totalitaria, represiva por las zonas ideológicas y que no encarna personajes notables o personajes distintos a los de las dictaduras tropicales, dictadores de la primera mitad del siglo XX para atrás que entraron a la novela, personajes como Pinochet, Videla,  no entran en el territorio de la novela, el concepto de dictadura viene a verse de manera distinta.

Usted afirmó en una entrevista que los libros muchas veces responden a necesidades. ¿Los últimos libros que usted ha escrito a qué necesidad responden y si es una necesidad personal o si usted le apuesta a una necesidad tal vez colectiva?

Yo creo que uno está ligado a las necesidades de su propio entorno y escribe lo que piensa que la literatura está echando. Por otro lado está la necesidad del propio libro. El libro, cuando usted va a escribir, tiene sus propias necesidades, la necesidad de sacrificar personajes, ese poder de vida o muerte que el escritor tiene sobre sus personajes de matarlos, divorciarlos, desaparecerlos, etc. Eso responde las necesidades de la novela en sí misma, pero todo buen libro es necesario en la medida que parte de una necesidad y responde a otra necesidad y yo diría que eso está en contra del concepto de banalidad de los libros innecesarios, los libros banales no entran en ningún canon.

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¿Habría una relación con esa noción de utilitarismo?

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No creo, los libros son necesarios para sí mismos y por sí mismos, pero los libros no son para llenar necesidades políticas de ningún momento. En este sentido, los libros no se consumen como obras literarias si pretenden ser aleccionadores, es decir dar desde la ficción una lección política, una lección social, ayudarle a la gente a pensar políticamente de manera distinta. Cuando el libro asume una tesis, me parece que a partir de ahí empieza a frustrarse, son diferentes las lecturas que se hacen de los libros. De un libro consumado se pueden sacar distintas lecturas, pero el propósito de deferir el libro a un determinado tema de necesidad política o social, me parece que es de gozo.

Usted resalta el oficio del poeta, el del gobernante y el del fotógrafo. ¿Por qué la cercanía o fijación con estas labores y qué otros le interesan para plasmar en su escritura?

El oficio del fotógrafo es fascinante desde la perspectiva de develar, de descubrir la imagen. En este mundo en el que estamos llenos y saciados de imágenes tal vez ya no despierta la misma tensión. Cualquiera es ahora su propio fotógrafo, pero ese hecho del misterio de la fotografía que va apareciendo en el cuarto revelado de la nada y refleja situaciones místicas antes de la revelación siempre me ha fascinado, por eso el oficio del fotógrafo me resulta fascinante.

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No el del político. El ejercicio del poder. La fascinación que trae consigo ese ejercicio. Tanto para el que lo ejerce como para el que es situado debajo del poder. Y la capacidad que tiene el poder para cambiar la vida de cualquier ser humano, de las personas comunes y corrientes, sobretodo cuando se trata de un poder arbitrario.

El del escritor es sobre todo por el peso de ellos en América Latina como personajes. Flaubert decía que su ambición era desaparecer como personaje y quedaran solo sus libros, que él fuera borrado y solo quedara su obra. Eso desde la perspectiva de Ruben Darío, de García Márquez, de Neruda no es posible. Los vemos como personajes y siempre estamos hablando de ellos, de sus vidas, de sus extravagancias, singularidades. Desde esa perspectiva los escritores son personajes privilegiados para traerlos hacia el terreno de la novela.

¿Cómo se puede hablar de una posible transformación del ejercicio del poder si tenemos en cuenta que muchos se anuncian por medio de redes sociales?

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Yo creo que el poder en su naturaleza sigue siendo el mismo, lo que ha cambiado son sus maneras de expresión. Muchos de los presidentes o políticos son tuiteros y les gusta expresar o anunciar lo que van a hacer por medio de mensajes. Ahora recurren mucho a Instagram. Me parece que es el método de ejercer el poder. Una cosa es el discurso inmediato que se transmite por medio de estos canales instantáneos y otra es el poder en sí mismo que sigue escondido detrás, ese no se revela a través de los mensajes. El poder tiene corredores, sótanos, lugares ocultos que siempre van a estar ahí y tienen que ver con la manipulación, la intriga, las luchas sórdidas del poder. Eso no pasa en Twitter.

¿No es una paradoja que el poder sea algo que pertenezca a la condición humana y sea tan imposible de manejar por nosotros mismos?

Yo creo que el poder en sí mismo como concepto, sentimiento, idea o necesidad que tienen los seres humanos de dominar al otro y que se expresan desde los juegos de la niñez, cuando pasa el poder político se transforma en otra cosa. El que se ve investido de poder tiene la posibilidad de imponerse sobre los demás y me parece que eso es lo fascinante. No es el príncipe bien educado, bien entrenado para el poder el que puede ser justo o razonable, sino cualquiera que a través de la manipulación política o de las rifas políticas, aunque sea un mediocre, aunque sea una persona mal preparada, de repente se ve comprado en el poder y comienza a ejercerlo.

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¿Qué opina usted del algoritmo que utilizan algunas editoriales para saber qué libros sacar al mercado?

Aquí habría que comenzar entre la literatura por sí misma, la literatura que impone al creador una necesidad estricta de acabar un producto literario con todas las de la ley, gozando de ese don de poder transformar la imaginación en palabras y no haciendo concesiones. Ese es un campo que está en riesgo por el mercado. Esto último, tras como está configurado hoy por medio del poder de la informática ha tenido tanta influencia en lo que vamos a leer, consumir o comer. Estamos siendo guiados invisiblemente por una mano que está ahí en el teléfono y que está investigando por nosotros cuales son nuestros gustos y qué es lo que queremos. Todos nos prestamos a ese juego y los libros no se pueden librar. Ahora, toda aquella persona que caiga en ese juego del mercado y empiece a escribir conforme a las preferencias que están siendo editadas por estas investigaciones se sacrifica como escritor y abandona la autenticidad de la literatura. Esto existe aun antes de que exista esta trampa digital. Hay escritores que multiplican sus ventas porque sacrifican la calidad de sus libros, entonces escriben pensando en algo que es mucho más potable. Aunque esto ya no tiene que ver con la literatura.

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¿Tiene usted entonces una visión pesimista sobre este panorama?

Lo que pasa es que estamos pisando terrenos completamente nuevos. Esa fotografía que en el cuarto comenzaba a develarse y empezaba a verse la imagen borrosa. Estamos en ese momento, viendo la imagen borrosa del comienzo del revelado de una foto que no sabemos cómo será en el futuro. Estamos en un momento de transformación de la civilización y eso siempre trae riesgos e incertidumbres. Esa convicción de que estamos viviendo una transición muy riesgosa hacia nuevas formas desconocidas de cultura, difusión del pensamiento no me hace cerrarme en mi coche y decir que en esto no me meto. Creo que también hay que subirse al tren y es fascinante ir ahí.

Por Andrés Osorio Guillott

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